De todos los protagonistas de los primeros ochenta madrileños susceptibles de decidirse a poner por escrito sus impresiones, opiniones y vivencias, Víctor Coyote es quien puede ofrecer una mirada más peculiar, nada acomodaticia, situada en ese ángulo desde el que nadie se asoma. Estos relatos tienen el acierto de ofrecer, una vez leídos, una reveladora visión de conjunto, de transmitir una serie de sensaciones que colocan momentáneamente nuestros pies sobre aquel asfalto, sobre aquel vertiginoso nihilismo, ir y venir de vacuidad e ilusión, salpicados de talento e intuición. Y todo sorteando los lugares comunes y la historia oficial.
Víctor es un creador estimulante y personal, tanto como dibujante y diseñador como músico. Los textos de sus canciones se nutren de la misma vocación peculiarmente descriptiva y narrativa que aquí se despliega, y su concepto musical vibrante, apasionado y sujeto a radicales contrastes, es uno de los mayores ejercicios de personalidad de que ha disfrutado el rock en castellano en su historia, que no es precisamente corta.
Centrándonos en lo que nos ocupa, nos encontramos en este libro de estimulante y rápida lectura con textos casi siempre originales en su planteamiento, hechos reales y aceradas opiniones revestidas de ficción, sátira y punzante humor, impresionistas retratos llevados a cabo con buen pulso, fabulaciones bien armadas o reflexiones curiosas y esclarecedoras. Hay relatos que parecen centrarse en acontecimientos puntuales y nos transmiten el delirio del momento, aunque su lectura no pasa de anecdótica como “Tendencias”, “Demasiado borracho para follar” o “La mártir del Santa Futura”. Otros adolecen de exceso de páginas, lo que diluye un poco sus méritos, tal que “Rockers y coleccionismo” o el final “La Patente Latina”, asunto este que nunca abandona el pensamiento de nuestro autor, y que aquí es abordado desde un punto de vista curioso y tan original como lo mejor del conjunto, con su dosis de ajuste de cuentas. Otros, como “Esto es moderno”, vuelven sobre el tópico del artista que se vende a cambio del éxito, con moraleja y todo. Lo mórbido del asunto consiste en tratar de ponerles nombres reales a los protagonistas. “Televisión por la ventana del hotel” es auténtica televisión-ficción (digo yo). Hay estudios de antropología urbana tejidos con esmero para precipitarse mejor en un ejercicio surrealista-burlesco, como un chiste largamente elaborado (“Aparición en el Silver”). Y, finalmente, textos magníficos, desarrollados de manera excelente y ajustada que rayan a gran altura: “Poch nunca se equivocó” evoluciona entre la ternura, el cariño, y un sentido del absurdo tan ingenioso que se convierte de largo en el mejor obituario que jamás he leído sobre el donostiarra. “El perro del aviador” es un preciso retrato cargado de humor acerca de algunos de los choques de trenes generacionales tan comunes en aquellos años. Y “Cruce de Perras”, delirante e hilarante, es una historia de esas tan originales y buenas que sólo pueden ser verdad.