11 enero 2011
EN VÍSPERAS DE REYES
Recuerdo aquellas navidades de la niñez que culminaban con el día de Reyes, quedándonos un par de días de vacaciones para disfrutar de los regalos. Me vienen a la memoria largos días de una navidad perdida en el tiempo, quizá especialmente solitaria. Rememoro juguetes de circunstancias que trataban de distraer la ansiedad y el deseo de recibir los nuevos. Había un viejo sofá, varios cojines; un fuerte del oeste desvencijado, con una maltrecha torre de vigilancia; un variopinto y diezmado ejército formado por efectivos de plástico de distinta procedencia: soldados perfectamente caracterizados de la guerra civil estadounidense (tanto nordistas como confederados); indios y vaqueros de un solo color que a duras penas se mantenían en pie; caballos de Famobil sin jinete; piezas supervivientes de un Exin Castillos; un poco disuasorio cañón de hierro que se iba para abajo y que protegía la entrada como buenamente podía; un lugar para que los caballos bebieran (se pasaban el día bebiendo y relinchando); dos desconchadas miniaturas metálicas de aviones de guerra; y un Geyperman con barba y el pelo cortado al uno, siempre aferrado a una metralleta. Unas veces atacaron los indios; otras el Geyperman lanzándose desde lo alto del sofá, con o sin apoyo aéreo; algunas los de la guerra civil sorprendentemente coaligados; otras los aviones caían sobre el fuerte, y ambulancias que sólo sonaban debían acudir al rescate entre el humo; en ocasiones se volcaba el sofá y… Así, entre centenares de conversaciones, avisos, acuerdos, estrategias, alianzas, lealtades y traiciones; envueltos en otros tantos susurros, gritos, gestos, ruidos y onomatopeyas, pasaron unos días dulcemente sordos, suspendidos en el aire, en los que todo encajó perfectamente.