21 marzo 2014
EL DEFENSOR DE LAS LIBERTADES
El orgulloso defensor de las libertades palideció cuando la libertad de los demás comenzó a rodearle.
18 marzo 2014
DUELO
La otra noche vi en La Sexta un nuevo
espectáculo llamado “Duelo Económico”. Es curioso, la crisis nos ha llevado a
prestar tanta atención a la economía y sus gurús que las televisiones han
terminado por hacer un show de ello.
Estos combates entre expertos tienen su interés, desde luego. Dos economistas
de prestigio, cada uno con su pizarra, defienden posturas antagónicas (las
habituales), lo que vuelve a demostrar el cariz eminentemente científico de esa
actividad. Escriben números, hacen cálculos, ponen frases tremendas que
subrayan con virulencia; esquematizan la realidad y las soluciones en segundos
y luego las borran. Lanzan sus mensajes, a veces se interrumpen e incluso en
los momentos más febriles escriben en la pizarra del otro. El intercambio de
ideas es vertiginoso, en ocasiones se aprenden cosas y, a pesar del fragor,
suelen respetarse, lo cual es un hito en la televisión de la joven democracia.
El duelo que seguí enfrentaba, por un lado, a
un economista liberal, más bien ultraliberal, llamado Daniel Lacalle, que es toda una robótica fachada anglosajona cuya
efigie debería ser utilizada cuando a alguien se le ocurra en el mismo centro
geográfico de la City londinense o de Wall Street, levantar una estatua al
liberalismo. Al otro lado del no tan imaginario cuadrilátero se encontraba su
oponente, Gonzalo Bernardos, este
con aspecto más nuestro, simpaticote, dicharachero, gesticulante, irónico, más
popular (perdón, quise decir cercano). Puro espectáculo televisivo en
determinados momentos. Reconozco que mis simpatías se inclinaban por el amigo
Bernardos, que tenía un granítico y ágil rival en Lacalle. Pero hubo algo en su
intervención que llamó poderosamente mi atención. Dijo que había que proteger
(en relación a los impuestos) a las personas que se habían hecho a sí mismas, y
ejercer toda la presión fiscal que hiciese falta sobre los que heredaban
(Impuesto de Sucesiones), ya que a estos “el dinero les había llovido del
cielo” (cuando pronunció esta frase miró al techo del estudio y extendió los
brazos, en pleno paroxismo). Nunca había pensado en esta teoría, la verdad, y
es muy reveladora.
En España muere mucha gente todos los días, y
se tramitan las correspondientes herencias, que en la mayoría de los casos
trasladan a los hijos y/o al cónyuge que queda con vida los bienes y el
patrimonio que ya eran de la familia. Generalmente, como digo, se trata de
bienes adquiridos por los progenitores sin tratarse de grandes inversiones: la
vivienda familiar y con suerte quizá un terreno, un bajo comercial, una plaza
de aparcamiento o un piso, en el mejor de los casos; las inversiones habituales
de los ahorradores españoles, mayoritariamente trabajadores y pequeños
empresarios fieles a la cultura del ahorro. Opino que, en estos casos, las
personas beneficiarias de esas herencias, suelen participar en la consecución
de los bienes que las conforman, de manera activa o pasiva (si se quiere), solo
por el hecho de haber vivido dentro del núcleo familiar que ahorra e invierte, compartiendo
sinsabores y apretones de cinturón, o acaso perdiéndose durante una parte de su
vida cosas que la hubieran hecho más confortable o divertida, pero que hubiesen
hecho imposible esa inversión de futuro. Por esta razón pienso que la inmensa
mayoría de personas que heredan de sus padres algo que ha formado parte de sus
vidas o que ha sido adquirido pensando en ellos, no están recibiendo una sorprendente
lluvia de dinero cuando pasan a ser propietarios de esos bienes. Muchos son los
casos en los que, por distintas razones (los impuestos entre ellas), lo que se
hereda son más bien problemas y complicaciones.
Es totalmente justo y razonable pagar los
impuestos oportunos por el incremento de patrimonio o de renta que el cobro de
una herencia puede propiciar, pero ensañarse en gravar esa transmisión
considerándola como “algo que te cae del
cielo” y a lo que eres totalmente ajeno, como si te hubiese tocado la increíble
herencia de un tío de América, me parece una actitud injusta e incluso poco
sensible socialmente, ya que son legión las personas que tienen que solicitar
un préstamo bancario para hacer frente al impuesto en cuestión. Al menos, a la
hora de aplicar el Impuesto de Sucesiones, creo que se debería pisar más tierra
firme, teniendo en cuenta bastantes más variables de las que se suelen valorar;
en caso contrario, la presión fiscal seguirán soportándola las mismas espaldas.
10 marzo 2014
BONO Y LOS IGNATIUS
El otro día vi a Bono, cantante del popular grupo de rock U2, hablando en presencia de Rajoy
y Merkel a favor de España, pidiendo
por ella. Fue una imagen que me impactó. Que este eterno oportunista,
quintaesencia del capitalismo enrollado, se permita el lujo de interceder por
mi país, delante del presidente del Gobierno, ante el resto del mundo me dejó
aplanado, a la vez que reactivó mi rabia contra tantas y tantas sonrisas
congeladas de políticos patrios que han roído todo lo que les rodeaba con su
ineptitud, inmoralidad y dejación.
Lo anterior, aparte de indignarme, me lleva a
reflexionar acerca de la visión que se tiene en el exterior de lo que está
pasando en España. Sobre cómo se informa la gente al respecto. Imagino que esa
información se transmite de mil incontenibles maneras: unas sesgadas o
incompletas, otras verídicas, algunas interesadas. Lo cierto es que, en la
distancia, resulta difícil tener una idea clara de la situación concreta de un
país en crisis. Se suele bascular entre el interés limitado y los prejuicios,
siempre hambrientos, que devoran con avidez los datos negativos, cuanto peores
más sabrosos, en su constante necesidad de reafirmación. Por otra parte, desde
el país de origen (sobre todo cuando asoman situaciones dramáticas que puedan
servir de palanca), se tiende muchas veces a propagar el incendio (ya de por sí
lo suficientemente angustioso y difícil de sofocar) con la esperanza de favorecer
algún tipo reacción internacional, de cambio político. Esto es lo que me vino a
la cabeza ante la lectura en las redes sociales y algún foro, de comentarios,
mayormente realizados desde fuera de nuestras fronteras, pero a veces alentados
desde aquí, que hablan de la obligación de estudiar religión en los colegios
españoles a partir de la LOMCE, algo del todo falso, aunque no dudo que ese es
el deseo último y la auténtica batalla de la Conferencia Episcopal, siempre
blandiendo el Concordato con la Santa Sede.
El tema me toca de cerca, como a tantísimos padres.
Tengo un hijo de tres años que cursa primer año de infantil en un colegio
público. No recibe clases de religión y, hasta donde yo sé, nadie tiene el más
remoto poder para obligarle a ello. No estoy de acuerdo en absoluto con muchas
de las cosas que contempla esta enésima Ley de Educación, como que la nota de
algo tan subjetivo como la materia de Religión haga media con las demás y
cuente para todo como cualquier otra asignatura. Más que nada porque detesto la
influencia de la Iglesia, de cualquier religión, en el orden social; detesto
que una organización que no representa para nada a un porcentaje muy
significativo de la población, pueda inmiscuirse, sea de la forma y con la
intensidad que sea, en la manera de vivir su vida, conducirse por el mundo y
afrontar sus decisiones.
Dicho esto, considero que la manipulación (a
la que tanto nos estamos acostumbrando) siempre acaba por tener un efecto
perverso en la vida de las personas. Venga del Estado, de los medios o de
nosotros mismos. Ese mentir recurrente e interesado, esa tergiversación, van conduciéndonos
al autoengaño y enquistando los problemas, embarrando la realidad hasta
convertirla en una ciénaga de equívocos por la que se hace difícil avanzar,
llegar a acuerdos prácticos y comunicarse. Como una noria de desconfianza y
odio incapaz de detenerse, de ver algún tipo de luz. Sin olvidar que en este
campo de la manipulación y la mentira, siempre, siempre, acaban imponiéndose
los poderosos.
En las relaciones de la ciudadanía con el Gobierno
de turno es natural estar en desacuerdo, y en ese caso me parece el ejercicio más
saludable y necesario criticarlo, marcar estrechamente sus actos y decisiones,
denunciarlos a los cuatro vientos. Exponer y analizar las posibles
consecuencias de esas decisiones o actitudes. Proponer alternativas, concienciar,
convocar manifestaciones, actos de protesta, huelgas, etc. Pero exagerar los
datos o mentir como estrategia para favorecer el desprestigio y la caída de un
gobierno cuya actuación consideramos nociva, no creo que sea el mejor camino. Soy
consciente de que en tiempos de crisis como los que vivimos, las voces
ponderadas son con frecuencia acusadas de acomodadas o incluso tachadas de cobardes.
Pero sacarle punta a los desastres que se padecen es tirar piedras sobre el
propio tejado.
Pienso que la premisa para superar la profunda
crisis de confianza que nos asola parte de luchar por conocer la realidad de
las cosas, no de participar en la confusión. Se trata de actuar con veracidad y
rigor en la exigencia de la verdad. Para acceder a un proceso definitivo de
maduración general y de convivencia no necesitamos un Ignatius Reilly en cada esquina.
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07 marzo 2014
02 marzo 2014
PEDRO JOTA
Esta noche Jordi Évole (que está en los cielos, como ya dijimos hace un par de
artículos) volverá a romper los marcadores de audiencia televisiva con la
presencia del defenestrado Pedro J.
Ramírez en su programa, “Salvados”.
Pedro J. siempre me ha parecido un personaje
entre pintoresco y gélido, con su vanidad y sus tirantes, el control de sí
mismo del que siempre ha hecho gala, su sonrisa algo taimada y ese trasfondo
despiadado y cortante que rezuma. Una mezcla energética de cierto romanticismo,
ambición, afán de protagonismo y temeridad que le otorgaban más relieve que al
resto de cabezas visibles del periodismo patrio. Con todas sus sombras suponía
un contraste demoledor con los otros directores de periódicos o revistas
políticas (tan en boga en los setenta y ochenta), con su aire serio de
salvadores de la democracia; más expertos en contener información que en
mostrarla; maestros en el arte de ralentizar la realidad. Junto a él destacaba Juan Luis Cebrián, un auténtico
especialista en caer de pie. Y es que aún no nos habíamos enterado de que la
democracia española consistía en incorporar más y más gente al olimpo de
personalidades que nos salvaba del desastre anterior, siempre latente. Mientras
la prensa generalista se deleitaba en ejercer toda la influencia social y
política que le había sido vedada, opinaba con gesto grave, se hacía eco de
conspiraciones de pasillo, confabulaba, y se paseaba por aquel presente tan
cambiante y progresivamente hediondo con una margarita mustia en la mano, Pedro
y los suyos descubrían cosas que nadie quería descubrir, ese lado oscuro y
corrompido de “la liebre de Europa” que comenzaba a extenderse de espaldas a
unos ciudadanos aún ilusionados con su joven democracia. El tipo de derechas,
liberal sin ambages, tan carismático como irritante en sus alocuciones, según
muchos, siempre sacaba a la luz lo que sacaba sirviendo a intereses espurios,
pero al menos lo hacía. Y justo es reconocer que sin su presencia, por las
venas de nuestra sociedad hubiese circulado muchísima menos verdad.
Tras el 11-M, su periodismo incansable abrazó
el delirio; como un defensa marcador violento y torpe, fue desquiciándose. Dio
pábulo y sacó punta a cualquier minucia, enrocándose y amarilleándose sin
ningún pudor en su intento de demostrar cosas para las que no consiguió aportar
las pruebas sólidas que tales acusaciones requerían. Después de su evidente
sintonía con José María Aznar, esta
actitud cerril, esta carrera a tumba abierta, le fue apartando progresivamente
de un buen número de lectores más o menos fieles que, aún sin coincidir
ideológicamente con la línea editorial de su periódico, sí apreciaban su
vitalidad y afán investigador.
Ahora le han cesado como director de El Mundo
por, según dicen los que saben de esto, sus ataques al gobierno de Rajoy y el tratamiento del caso Bárcenas (aunque la verdad es que los
datos sobre casos de corrupción de los populares continúan arreciando en los
titulares del periódico). Centenares de miles de criaturas se han alegrado de
que lo quiten de en medio, pero han sido cautos en sus celebraciones. No parece
cosa para tirar cohetes que un director de periódico sea apartado por tocar
temas delicados para el poder. Y tampoco queda bien aplaudir que quien haga
rodar esa cabeza sea la derecha. Si es la izquierda siempre responde a un acto
de higiene democrática digo de aplauso: el 14 de marzo de 2.004, José Luis Rodríguez Zapatero, en su
primera aparición pública como nuevo presidente del Gobierno, pidió a sus
excitados correligionarios un minuto de silencio por las víctimas del atentado
terrorista más brutal acontecido en la historia de España, sucedido hacía solo
tres días. Nada más terminar ese receso en el que se oían todas las
respiraciones, el primer cántico futbolero de los presentes fue contra un periodista:
clamaron contra Alfredo Urdaci, polémico
presentador del telediario, pero un busto parlante más, al fin y al cabo; le
recordaban con guasa que pronto estaría en la calle, como así fue. Es esta una práctica
habitual de todos los gobiernos, pero que las bases presuman de ello, y más en
momentos históricos como aquellos, da mucho que pensar.
No tengo ni idea de por dónde anda Alfredo,
pero estoy seguro de que Pedro J. seguirá jugando por mucho tiempo en el mismo
tablero que sus rivales. Espero sinceramente no tener que echarlo de menos.
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