La otra noche vi en La Sexta un nuevo
espectáculo llamado “Duelo Económico”. Es curioso, la crisis nos ha llevado a
prestar tanta atención a la economía y sus gurús que las televisiones han
terminado por hacer un show de ello.
Estos combates entre expertos tienen su interés, desde luego. Dos economistas
de prestigio, cada uno con su pizarra, defienden posturas antagónicas (las
habituales), lo que vuelve a demostrar el cariz eminentemente científico de esa
actividad. Escriben números, hacen cálculos, ponen frases tremendas que
subrayan con virulencia; esquematizan la realidad y las soluciones en segundos
y luego las borran. Lanzan sus mensajes, a veces se interrumpen e incluso en
los momentos más febriles escriben en la pizarra del otro. El intercambio de
ideas es vertiginoso, en ocasiones se aprenden cosas y, a pesar del fragor,
suelen respetarse, lo cual es un hito en la televisión de la joven democracia.
El duelo que seguí enfrentaba, por un lado, a
un economista liberal, más bien ultraliberal, llamado Daniel Lacalle, que es toda una robótica fachada anglosajona cuya
efigie debería ser utilizada cuando a alguien se le ocurra en el mismo centro
geográfico de la City londinense o de Wall Street, levantar una estatua al
liberalismo. Al otro lado del no tan imaginario cuadrilátero se encontraba su
oponente, Gonzalo Bernardos, este
con aspecto más nuestro, simpaticote, dicharachero, gesticulante, irónico, más
popular (perdón, quise decir cercano). Puro espectáculo televisivo en
determinados momentos. Reconozco que mis simpatías se inclinaban por el amigo
Bernardos, que tenía un granítico y ágil rival en Lacalle. Pero hubo algo en su
intervención que llamó poderosamente mi atención. Dijo que había que proteger
(en relación a los impuestos) a las personas que se habían hecho a sí mismas, y
ejercer toda la presión fiscal que hiciese falta sobre los que heredaban
(Impuesto de Sucesiones), ya que a estos “el dinero les había llovido del
cielo” (cuando pronunció esta frase miró al techo del estudio y extendió los
brazos, en pleno paroxismo). Nunca había pensado en esta teoría, la verdad, y
es muy reveladora.
En España muere mucha gente todos los días, y
se tramitan las correspondientes herencias, que en la mayoría de los casos
trasladan a los hijos y/o al cónyuge que queda con vida los bienes y el
patrimonio que ya eran de la familia. Generalmente, como digo, se trata de
bienes adquiridos por los progenitores sin tratarse de grandes inversiones: la
vivienda familiar y con suerte quizá un terreno, un bajo comercial, una plaza
de aparcamiento o un piso, en el mejor de los casos; las inversiones habituales
de los ahorradores españoles, mayoritariamente trabajadores y pequeños
empresarios fieles a la cultura del ahorro. Opino que, en estos casos, las
personas beneficiarias de esas herencias, suelen participar en la consecución
de los bienes que las conforman, de manera activa o pasiva (si se quiere), solo
por el hecho de haber vivido dentro del núcleo familiar que ahorra e invierte, compartiendo
sinsabores y apretones de cinturón, o acaso perdiéndose durante una parte de su
vida cosas que la hubieran hecho más confortable o divertida, pero que hubiesen
hecho imposible esa inversión de futuro. Por esta razón pienso que la inmensa
mayoría de personas que heredan de sus padres algo que ha formado parte de sus
vidas o que ha sido adquirido pensando en ellos, no están recibiendo una sorprendente
lluvia de dinero cuando pasan a ser propietarios de esos bienes. Muchos son los
casos en los que, por distintas razones (los impuestos entre ellas), lo que se
hereda son más bien problemas y complicaciones.
Es totalmente justo y razonable pagar los
impuestos oportunos por el incremento de patrimonio o de renta que el cobro de
una herencia puede propiciar, pero ensañarse en gravar esa transmisión
considerándola como “algo que te cae del
cielo” y a lo que eres totalmente ajeno, como si te hubiese tocado la increíble
herencia de un tío de América, me parece una actitud injusta e incluso poco
sensible socialmente, ya que son legión las personas que tienen que solicitar
un préstamo bancario para hacer frente al impuesto en cuestión. Al menos, a la
hora de aplicar el Impuesto de Sucesiones, creo que se debería pisar más tierra
firme, teniendo en cuenta bastantes más variables de las que se suelen valorar;
en caso contrario, la presión fiscal seguirán soportándola las mismas espaldas.
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