Esta noche Jordi Évole (que está en los cielos, como ya dijimos hace un par de
artículos) volverá a romper los marcadores de audiencia televisiva con la
presencia del defenestrado Pedro J.
Ramírez en su programa, “Salvados”.
Pedro J. siempre me ha parecido un personaje
entre pintoresco y gélido, con su vanidad y sus tirantes, el control de sí
mismo del que siempre ha hecho gala, su sonrisa algo taimada y ese trasfondo
despiadado y cortante que rezuma. Una mezcla energética de cierto romanticismo,
ambición, afán de protagonismo y temeridad que le otorgaban más relieve que al
resto de cabezas visibles del periodismo patrio. Con todas sus sombras suponía
un contraste demoledor con los otros directores de periódicos o revistas
políticas (tan en boga en los setenta y ochenta), con su aire serio de
salvadores de la democracia; más expertos en contener información que en
mostrarla; maestros en el arte de ralentizar la realidad. Junto a él destacaba Juan Luis Cebrián, un auténtico
especialista en caer de pie. Y es que aún no nos habíamos enterado de que la
democracia española consistía en incorporar más y más gente al olimpo de
personalidades que nos salvaba del desastre anterior, siempre latente. Mientras
la prensa generalista se deleitaba en ejercer toda la influencia social y
política que le había sido vedada, opinaba con gesto grave, se hacía eco de
conspiraciones de pasillo, confabulaba, y se paseaba por aquel presente tan
cambiante y progresivamente hediondo con una margarita mustia en la mano, Pedro
y los suyos descubrían cosas que nadie quería descubrir, ese lado oscuro y
corrompido de “la liebre de Europa” que comenzaba a extenderse de espaldas a
unos ciudadanos aún ilusionados con su joven democracia. El tipo de derechas,
liberal sin ambages, tan carismático como irritante en sus alocuciones, según
muchos, siempre sacaba a la luz lo que sacaba sirviendo a intereses espurios,
pero al menos lo hacía. Y justo es reconocer que sin su presencia, por las
venas de nuestra sociedad hubiese circulado muchísima menos verdad.
Tras el 11-M, su periodismo incansable abrazó
el delirio; como un defensa marcador violento y torpe, fue desquiciándose. Dio
pábulo y sacó punta a cualquier minucia, enrocándose y amarilleándose sin
ningún pudor en su intento de demostrar cosas para las que no consiguió aportar
las pruebas sólidas que tales acusaciones requerían. Después de su evidente
sintonía con José María Aznar, esta
actitud cerril, esta carrera a tumba abierta, le fue apartando progresivamente
de un buen número de lectores más o menos fieles que, aún sin coincidir
ideológicamente con la línea editorial de su periódico, sí apreciaban su
vitalidad y afán investigador.
Ahora le han cesado como director de El Mundo
por, según dicen los que saben de esto, sus ataques al gobierno de Rajoy y el tratamiento del caso Bárcenas (aunque la verdad es que los
datos sobre casos de corrupción de los populares continúan arreciando en los
titulares del periódico). Centenares de miles de criaturas se han alegrado de
que lo quiten de en medio, pero han sido cautos en sus celebraciones. No parece
cosa para tirar cohetes que un director de periódico sea apartado por tocar
temas delicados para el poder. Y tampoco queda bien aplaudir que quien haga
rodar esa cabeza sea la derecha. Si es la izquierda siempre responde a un acto
de higiene democrática digo de aplauso: el 14 de marzo de 2.004, José Luis Rodríguez Zapatero, en su
primera aparición pública como nuevo presidente del Gobierno, pidió a sus
excitados correligionarios un minuto de silencio por las víctimas del atentado
terrorista más brutal acontecido en la historia de España, sucedido hacía solo
tres días. Nada más terminar ese receso en el que se oían todas las
respiraciones, el primer cántico futbolero de los presentes fue contra un periodista:
clamaron contra Alfredo Urdaci, polémico
presentador del telediario, pero un busto parlante más, al fin y al cabo; le
recordaban con guasa que pronto estaría en la calle, como así fue. Es esta una práctica
habitual de todos los gobiernos, pero que las bases presuman de ello, y más en
momentos históricos como aquellos, da mucho que pensar.
No tengo ni idea de por dónde anda Alfredo,
pero estoy seguro de que Pedro J. seguirá jugando por mucho tiempo en el mismo
tablero que sus rivales. Espero sinceramente no tener que echarlo de menos.
No hay comentarios :
Publicar un comentario