28 febrero 2014

LA SONRISA DEL REVÓLVER

El niño de tres años se empeñó en un disfraz de vaquero, lo que sorprendió a todos, ya que nadie recordaba que hubiese visto nunca ni dibujos animados ni ningún tipo de imágenes relacionados con ese tema. Una vez ataviado con su sombrero, el chaleco, los pantalones y un pañuelo color Burdeos en el cuello, los mayores lo colocaron ante el espejo y aplaudieron. Él sonreía. Faltaba un detalle, según aseguró alguien que apareció en la sala tropezándose. Se trataba de un cinturón negro compuesto de una dotación de balas falsas, una funda y un revólver plateado. Se lo colocaron alrededor de la cintura y el pequeño tomó el revólver con su mano derecha. Le gustaba cómo sonaba aquella palabra desconocida, y no hacía más que repetirla entusiasmado. Revólver, revólver. De pronto, una voz surgió con un inesperado argumento cinematográfico y le instó a hacer sonreír al revólver, mientras se lo arrebatada y le enseñaba cómo apretar el gatillo. Bam, bam. El niño a partir de ese momento se dedicó a corretear por la casa disfrazado, apuntando y disparando a todo lo que se le ponía por delante. Disparaba a su figura en los espejos, a los juguetes, a su madre que le negaba otra galleta, a los invitados que lo jaleaban. A veces se detenía jadeando en mitad se sala y, levantando al aire su arma de plástico, aseguraba entre risas que el revólver no estaba sonriendo.


Ya de noche, cuando se aproximaba la hora de dormir, se sentó en un rincón del gran sofá y se quitó el sombrero. Suspiró y comenzó a manipular de nuevo su arma, que terminó siendo usada como teléfono a través de cual hablaba y hablaba en imaginarias y divertidas conversaciones con sus amigos y con su madre, que estaba en otra habitación. Cuando ésta apareció en la sala el niño rio y le dijo: “Mami, el revólver ya ha sonreído”.

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