Una de las razones por las que estamos
inmersos en la situación actual, no la principal, desde luego, pero sí una de
ellas, es nuestro secular fatalismo ante la podredumbre política, el aceptar
implícitamente los desmanes y la manipulación del poder como algo que viene incluido
en el paquete. Un país históricamente desconfiado y amigo de fabulaciones, pero
preparado para tirar hacia delante con la primera versión de los
acontecimientos que el poder coloca ante nuestros ojos mientras nos susurra que
pataleemos lo justo, que esa es nuestra única alternativa. De ahí mi opinión de
que el falso documental “Operación
Palace” de Jordi Évole, resulta,
en el sentido de ejemplo práctico de la manipulación que nos acecha, superfluo:
no nos despierta, no hace añicos ningún sueño, no tambalea ninguna certeza. Todos
sabemos que nos han mentido, que nos mienten, y los primeros que lo saben son los
políticos y periodistas de postín que han colaborado en este proyecto (qué
grandes actores). Un especial con esta gente contando todo lo que sabe y que
nosotros desconocemos, hubiera sido la verdadera lección de periodismo de
Évole.
Han sido muchas las críticas que ha recibido,
tan desmesuradas como los halagos. Se han hecho chanzas a costa de los
crédulos, se ha puesto en duda el sentido del humor de los indignados con el
programa, se ha llamado frívolos a los que se han divertido. Nuestro eterno
enfrentamiento, nuestra dualidad de siempre, aunque esta vez de una manera más
transversal, sin responder a premisas ideológicas, lo que no deja de ser un
respiro. No creo que este programa perjudique a Évole, antes al contrario le
llevará a otra dimensión, si no aumenta su prestigio, sí su peso específico,
aunque a partir de ahora comience a rodearlo cierta controversia. De todas
formas me parece una actitud arriesgada y valiente la suya. Ya situado en la
divinidad Wyomingniana ha querido ir
más allá, y eso le convierte, al menos ante mis ojos, en un tipo a tener en
cuenta. Capaz de aportar cosas todavía.
Creo que el programa está bastante bien
montado, aunque no pienso que sea el producto de un genio; y es que en España
hace demasiado tiempo que tenemos asumido como genialidad el hecho de copiar
con tino lo que ya han hecho otros. Demostrar que nos pueden engañar con
facilidad, hasta qué punto somos manipulables, ya lo hicieron los ejemplos que
se han puesto reiteradamente sobre la mesa para avalar “Operación Palace” (la
retransmisión radiofónica de “La guerra
de los mundos” por parte de Orson
Welles, en 1.938 o el también falso documental “Operación
luna” de 2.002, dirigido por William
Karel, no por Stanley Kubrick);
abundar en el tema puede ser entretenido, ingenioso y todo lo demás, pero la
lección y el mensaje ya habían sido enviados con anterioridad. Si esto está
llamado a marcar un hito en la televisión en España, quizá haya llegado el
momento de reflexionar en serio.
El tema elegido tiene su miga, aunque ya esté
frío y aparcadito. Acerca del 23-F se han publicado a lo largo de los
años múltiples teorías, nunca excesivamente publicitadas, cuyo nivel de delirio
no pasaré a valorar; pero parece claro que, como sobre tantas otras cuestiones,
alguien nos regaló adornada con un lazo una versión oficial plausible e incluso
estimulante, que sin embargo no ha logrado acallar la sensación de que aún
quedan flecos pendientes. Y a veces pienso, con rabia, que todos los flecos
pendientes de todos los hechos de nuestra historia reciente, han terminado por
liarse en las ruedas de nuestro progreso como sociedad, ralentizándolo
gravemente, si no parándolo en seco.
En relación con este juego de espejos de guiños
y falsedades que nos ocupa, tan efectista como peligroso cuando se tratan temas
con tantos rincones sin barrer, muchas de las dudas a que antes hacía
referencia se incorporan como verdades al documental, por lo que, al
reconocerse la falsedad de éste, automáticamente se tiende a desactivar
aquellas suspicacias. Todo esto puede convertir, quién sabe, “Operación Palace”
en otra puerta a medio cerrar de nuestra democracia, y dar lugar dentro de una
década a otro falso documental que señale al de Évole como conjura largamente
meditada para limpiar la imagen de determinadas personas. Y así sucesivamente
(no olvidemos que en España cuando algo funciona en cualquier ámbito se exprime
hasta la extenuación).
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