17 febrero 2014

REALIDAD

Inicio la escritura de esta columna de opinión, que hace años traslado puntualmente a mis lectores desde mi sagrada libertad de expresión, contento de estar frente a mi ordenador (aún) en pleno uso de mis facultades mentales. Saludo a la pantalla, fumo tabaco de verdad porque me da la gana y el humo me inspira, compruebo que mis cosas están a la mano, enciendo mi lámpara y me pongo manos a la obra. Hasta el momento, todavía puedo contar hasta diez y no he notado ninguna amenaza imperialista en el ambiente. En mi paseo matutino no he observado que nadie me siguiera ni he visto nada sospechoso; tampoco en la cafetería o en el estanco. Por eso, no puedo salir de mi asombro ante la actitud de algunos tipejos y tipejas, tan infantiloides como malintencionados, que llevan más de un mes tratando de asustarnos a mí y al resto del mundo. Pero en mi caso no lo han conseguido, os lo aseguro, queridos lectores. Sigo aquí, podéis contar conmigo.

Todas esas patrañas, que no hacen más que despistarnos de lo verdaderamente importante, no merecen una sola línea, pero me creo en el deber de manifestar la estupefacción que me producen las cosas que leo por ahí, sobre todo en blogs y periódicos digitales. Todos esos bulos y rumores que incendian las redes sociales, esas a las que tienen un acceso tan directo nuestros hijos.

He llegado a la siguiente conclusión, querido lector, que cada mañana arrimas el hombro para el crecimiento de este país, levantando el cierre de tu negocio: las sociedades han alcanzado un punto de delirio tal que no parece tener vuelta atrás, hemos pasado de una cierta desconfianza lógica en las instituciones a envolvernos en una suerte de utopía orwelliana que no nos hace ningún bien. El nihilismo nos asola, cuando lo que debemos tener muy claro es que las sociedades las construyen los ciudadanos desde la libertad económica y social y que la nuestra será lo que decidamos nosotros, solo nosotros. Cada persona es dueña y única responsable de su futuro, no lo olviden. Así que, entre todos, debemos dejar de lamentarnos y hacer sentir la suma de nuestras fuerzas, transmitir a quien sea ese enemigo misterioso, que estamos sujetando fuerte las riendas de nuestro porvenir.

Desgraciadamente, tendemos a echarnos en los cálidos brazos la demagogia, y a elegir el camino fácil de la crítica más destructiva, y esto, en el fondo, esconde una actitud totalitaria, capaz de menoscabar la libertad individual.

Realmente, lector cómplice, me subleva lo ilusa que es la gente, esa tendencia creciente a evadirse de la realidad. La juventud cada vez es más ingenua, más dócil, aunque pueda parecer a simple vista lo contrario. Finalmente, ellos mismos se ponen la trampa, pintando un mundo tan oscuro que les empuja sin más remedio a la inacción.


La última teoría (no puedo reprimir una sonrisa compasiva), el último delirio fantasmagórico, me parece hilarante, dentro de la peligrosidad que su mensaje conlleva. Se ha extendido o “filtrado”, a nivel mundial, desde no sé qué plataforma, la especie de que algunos gobiernos o “alguien poderoso” planean “intervenir nuestras mentes”, provocar un vacío para detenernos en seco y posteriormente reiniciarnos, haciéndonos perder una parte previamente seleccionada de nuestra memoria, aniquilando así nuestra sagrada e intransferible capacidad de comunicar pensamientos y opiniones libres para así poder manifes

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