NEIL YOUNG “MEMORIAS DE NEIL YOUNG. EL
SUEÑO DE UN HIPPIE” (“WAGING HEAVY PEACE”. TRAD. ABEL DEBRITTO, 2.014)
Después de leer estas memorias de
Neil Young he llegado a la conclusión
de que es tal y como lo había imaginado. Siempre lo percibí como una rara avis
sin poses ni estridencias; un tipo cabezón y peculiar que atravesaba las
décadas desde una posición personal
insobornable; inquieto y curioso por naturaleza. Sobreviviendo y
superando las continuas trampas del encasillamiento, en constante huida del
anquilosamiento que acecha a la leyenda. Capaz de manejar el silencio, de desarrollar
el concepto melódico más puro y trascendente, la tormenta eléctrica más
incisiva, la atmósfera opresiva, de abrazarse a la experimentación sin red.
La estructura del libro en
pequeños capítulos sin orden temporal anima el viaje y disminuye el riesgo de
pesadez, del apelmazamiento y la acumulación anodina de datos de la narración cronológica.
Pero Neil, un tipo activo y comunicativo, escribe lo que le da la gana, probablemente
incluso alterando la planificación inicial de estas memorias. Por ello es capaz
de extenderse en prolijas descripciones técnicas de sus variopintos proyectos y
aficiones (trenes, Puretone/Pono (esa
entregada obsesión por solucionar la falta de calidad del sonido que se nos
ofrece desde la urgencia de las nuevas tecnologías) o Lincvolt (el cochazo que respeta el medio ambiente)); llegando a
compartir partes de artículos publicados por él al respecto o definiciones
extraídas directamente de Wikipedia. Aparte
de estas caprichosas inserciones, libre de corsé, el texto salta de recuerdo en
recuerdo, liberando al autor y dotando de agilidad y fuerzas renovadas a la
narración mediante cambios radicales de tercio. Esta relajación discursiva
favorece la aparición de amplias vetas de ironía y da pie a golosas digresiones
y conexiones libres, dando lugar también, en ocasiones, a la reiteración de
algunos datos o informaciones.
Un muy sereno Neil Young se
muestra agradecido, conciliador, a la vez íntimo y distante. Rinde tributo a
sus colaboradores y homenajea desde el calor de la amistad y la gratitud a los
que ya no están. Juguetón, maneja un lenguaje directo, coloquial y sencillo. Busca
la complicidad con el lector desgranando con eficacia y delectación un rico
anecdotario; le interpela, bromea con él, le reta. Transmite sinceridad, cierto
despojamiento, y en determinados pasajes se deja ir entre el misticismo y lo
lírico. Reconoce errores, hace frente a momentos dolorosos, apunta
frustraciones pero no carga las tintas contra nadie ni se dedica a lanzarnos
carnaza con una catapulta. A veces parece ejercer un relajado exorcismo,
enjuagando oscuridades y sombras en el agua fresca y clara de la humildad, de
la cercanía.
En definitiva, nos invita a
rememorar con él sentados en la silla de al lado mientras teclea y habla de
otra cosa a la vez. Nos contagia su ilusión, su apasionamiento, haciéndonos partícipes
de una cotidianidad intensa, de las decenas de pequeña cosas que lo renuevan
día a día y lo mantienen alerta. Se cuelan recuerdos cargados de ingenuidad y
sabor, manías, costumbres, curiosidades esclarecedoras (como las circunstancias
de la grabación de “Helpless” (págs. 199 y 200)), o instantes perdidos que Neil fija para siempre en este libro. Valoro
especialmente conocer las sensaciones más íntimas que experimentaba en momentos
que han acabado siendo fundamentales para nuestra percepción del rock, la
cultura o incluso la política. No veo rastro de esa tentación, en que se cae
con tanta frecuencia en este tipo de libros, de continuar perpetuando la
leyenda, o de contarte lo que estás acostumbrado a oír.