Pienso que los que nos hemos
pasado media vida dándole vueltas a esto del rock, hasta el punto de atrevernos a escribir sobre él, tenemos una
relación especial con aquellos primeros grupos que escuchamos sin filtro alguno,
antes de leer sobre música o seguir programas de radio. En mi caso, 091 fue uno
de ellos. A pesar de ser una banda conocida, no tenían esa omnipresencia
agobiante de los grupos de éxito (los tenías que desmenuzar tú, escucha tras
escucha), ni tampoco venían precedidos del halo de leyenda sobre la que todo el
mundo sentaba cátedra. Eran simplemente un grupo nuevo, tipos mayores que yo
que vivían cerca de mí. Libre de bagaje, los escuchaba estableciendo una
relación cómplice y directa con sus canciones, ajena a ninguna tentación de
explicar, definir o ponderar.
Quizá por eso, cuando comencé a
leer sobre ellos los comentarios se me antojaban insuficientes, esquemáticos; me
quedaba la sensación de que no sabían llegar al meollo de la cuestión, ya que
ninguna opinión acertaba a precisar el efecto que me producía esa conjunción de
palabras, melodías y electricidad. Tal vez por esta razón, cuando tuve ocasión
de escribir por primera vez sobre 091 (una reseña que no conservo de “Todo lo
que vendrá después”), me costaba tanto acometer el texto, analizar lo que tenía
entre manos. En vez de concretar, me dedicaba a añadir adjetivos y sensaciones
cada vez que retomaba la escucha, acaso tratando de expresar, con escaso éxito,
la experiencia acumulada desde hacía tanto tiempo; sintiéndome ante una
material inabarcable, en comparación con el de otros grupos sobre los que
empezaba a escribir. Definitivamente, las canciones de 091 siguieron llegándome
por el mismo conducto que la primera vez, de esa forma íntima que terminaba
anulando cualquier intento de explicar, definir o ponderar.
Pasados tantos años y habiendo reflexionado
mal que bien sobre todo tipo de música, considero que 091 se convirtieron
inconscientemente en un punto de referencia para mí, un indicador a la hora de
valorar las canciones de muchísimas bandas, la capacidad lírica y expresiva de
sus textos; o su estructura musical, su potencia y calidad melódica, su
honestidad. Estos días, repasando los discos de la banda granadina, me he
retrotraído a decenas de momentos del pasado; muchos recuerdos y sensaciones
han saltado como esquirlas en mi memoria. He revivido primigenias emociones e ilusiones;
vuelto a sentir confusión, rabia, resignación; el poder de las canciones ha
conseguido otra vez hacerme cantar en voz alta aquellas estrofas que decían más
de mí que yo mismo. Además, he percibido nítidamente el crecimiento y la
definición de un estilo, el proceso de despojamiento en el encuentro con la propia
voz, los lastres y artificios que se abandonan, los pasos dubitativos que se
tornan valientes, la capacidad de concreción y plasticidad crecientes, la habilidad
y sabiduría progresivas para condensar y transmitir reflexiones o imágenes
poderosas, para explicar el desaliento y la confusión, para compartir contundentes
y agridulces viñetas plenas de significado con sensibilidad, electricidad y un
punto de magia.
Texto incluido en el libro "091: Aullidos, Corazones y Guitarras" de Juan Jesús García, publicado por la editorial Ondas del Espacio en 2016.
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