PRESENTACIÓN DE DIEGO A. MANRIQUE EN LA CHARLA-CONFERENCIA CELEBRADA DURANTE LA XXII EDICIÓN DEL FESTIVAL “TENDENCIAS”
DE SALOBREÑA, EL 6 DE AGOSTO DE 2.013.
Diego A. Manrique ha visto desde su profesión
de crítico y periodista musical, iniciada hacia la mitad de los años setenta,
pasar la historia de este país ante sus ojos en clave musical y social. Un
auténtico testigo de excepción en años tan cruciales y llenos de altibajos,
epifanías y miserias.
Estamos, como digo, ante un observador
privilegiado de desencuentros y choques culturales, de cambios vertiginosos, de sublimes momentos
de creatividad y energía, de la forma en que la juventud abrazó la libertad, de
la influencia y el poder galvanizador de la música sobre aquélla, y, cómo no,
de ingenuidades, vacíos, resacas y frustraciones.
Si su pluma es referencia para tantos
compañeros de profesión y lectores. El hecho de que haya trabajado tantos años
en medios como radio y televisión le convierten en un gran divulgador y
comunicador, siempre preocupado por que la idea que se empeña en transmitir
llegue con claridad a su destino.
Diego Manrique ha madurado indagando en las
interrelaciones del rock con el mundo real, con la economía y con la situación
sociopolítica. Ese crisol humeante es interpretado por el autor que nos ocupa
como caldo de cultivo y motivación de buena parte de la producción musical, desde
la más auténtica a la más impostada. A través de su trabajo, de su cualidad de
observador implacable, es fácil asomarse al mundo, a sus contradicciones, a su
luminosidad y zonas oscuras.
Nada acomodaticio ni dado a dejarse llevar
por la gran ola de la actualidad, a la que siempre puso diques y miró con
desconfianza, ha tomado la costumbre (y encontrado
cierta delectación) de nadar contracorriente. Sensible, aunque poco amigo de
los paños calientes y las adhesiones inmediatas, recela de las primeras
versiones, de las escuchas apresuradas; le gusta rebuscar, no solo discos en
las estanterías de tiendas de medio mundo, sino en los asuntos de los que
escribe, tomándolos individualmente, trasnochando en la trastienda, más allá de
las evidencias.
Desprejuiciado, libre, ecléctico por
principio, saca jugo de los estilos en vez de denostarlos, articula su
conocimiento abriendo puertas, estableciendo puentes y relaciones; aplaudiendo
la contaminación entre distintas sonoridades, sin perder un ápice de exigencia.
Esa misma cualidad de curiosidad y
exploración permanentes hacen que su trabajo, su opinión, tiendan a lo
positivo. No pastorea un grupo cerrado de estéticas adecuadas con mirada
limitada a lo comparativo; antes al contrario, su constante actitud incisiva y
abierta no hace más que iluminar pliegues y rincones olvidados.
Disfruta por ello de una visión privilegiada,
global, de una perspectiva envidiable que no cesa de nutrirse. Por eso quizá,
la opinión de Manrique sobre cualquier artista o sonido siempre tiene un matiz
distinto. Habiendo iniciado el interés por muchos estilos musicales en España,
cuando los demás querían llegar, él ya había estado allí. En ocasiones
resultaba incluso aguafiestas; porque uno se sentía contrariado, sobre todo en
la primera juventud, ante sus aseveraciones, tajantes e ilustradas, tan lejos
de concordar con aquellos lugares comunes con tanta autocomplacencia
practicados.
Muy crítico con determinadas actitudes de su
profesión, gusta de atemperar los entusiasmos incontrolados de cierta
modernidad siempre cambiante y llevadiza, que va y viene mientras él permanece,
tranquilo e indómito. Siempre preparado para relativizar y ajustar el valor y
la importancia de las cosas; sopesar las modas hasta conocer su verdadero
calibre.
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