El escalón del patio consistía en una gran piedra
larga y oscura bruñida por el tiempo. Fue el primer obstáculo que superé,
cuando conseguí encaramarme a él, con apenas un año. Mi familia recuerda con
frecuencia que subía y me quedaba allí tumbado, con los ojos muy abiertos y la
mejilla descansando en su frescor, abrazándolo. Más tarde, mis piratas
escalaron sus grietas, peleando por algún tesoro, y mis bólidos lo recorrieron
infatigables. El escalón acabó representando la firmeza, siendo el ancla, mi
equilibrio, el refugio al que nunca llegaba la tempestad. Así hasta que derribaron
nuestra casa, ya embargada, y alguien lo demolió a martillazos al grito de “maldito
escalón”.
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