“La vida es una escalera”, así rezaba el lema
secreto que parecía respirar cada mañana con vida propia entre sus dientes. A
eso quedaba reducida la existencia, a un sin fin de escalones que la gente se
afanaba en ascender sin saber realmente para qué ni, en multitud de ocasiones, hacia
dónde. Él los veía ir y venir. Unos subían con firmeza, excitando su envidia,
mientras otros se petrificaban ante el siguiente tramo. Alguno echaba a correr
por sorpresa, pero terminaba cayendo de bruces, para su alivio. Esa era su nítida
visión del mundo: global, útil, funcional. Nunca compartió esa cualidad
visionaria con los demás; por eso, nadie acertó jamás el significado de
aquellas palabras que parecieron respirar con vida propia entre sus dientes el
resto de sus días: “maldito escalón”.
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