14 marzo 2011

DESALIENTO

Hoy he visto un cartel del hombre que va a engañarte. No recuerdo bien su nombre, sí que es un hipocorístico. Es una buena foto: aparece sereno, levemente despeinado, con gesto afable, conciliador, casi inofensivo. Como de estar a punto de invitarte a su cumple. Tampoco recuerdo bien si iba trajeado o únicamente llevaba chaqueta. Quiere ser tu alcalde, se ha empeñado, un empeño que lleva anidando en su cabeza mucho tiempo. Pero va a engañarte. Sabe que cuando alcance el poder pasará a una zona oscura a la que tú no podrás seguirle y lo que más le tranquiliza es que, tras algunos años de ilusión y frustraciones, todos hemos llegado a asumir esa condición sine qua non para poder subsistir en democracia. En el mejor de los casos, ocupará el puesto con restos de algún ímpetu juvenil, de alguna rectitud acaso aprendida de sus mayores o reminiscente de felices momentos de entereza ideológica; con la inercia de una energía herida de muerte tras el dulce espejismo de unos días, quizá de una primera medida justa, refrescante o necesaria. Después, con suavidad, le irán parando los pies, lo moldearán, le llevarán a un terreno que, aun con un inicial sabor amargo, le hará sentirse poco a poco más cómodo, más a corriente. Devolverá favores, y se verá obligado a conceder algunos más, la madeja le rodeará y él, probablemente, con parte del hilo rodeará a otros. Su lenguaje perderá esa claridad de la que antes presumía. Elevar la voz y aprender gestos de director de banda municipal no salvará la vaciedad; resultará un zumbido pesado y monocorde poblado de lugares comunes, tecnicismos como tornillos, sonrojantes excusas y acusaciones. La demagogia fluirá libre por su boca, ya no le apretará la garganta, tal vez la roce.
En el peor de los casos, puede tratarse de un buen chico que haya ocupado varios cargos de menor fuste o incluso que haya sido tu alcalde con anterioridad. Aquí la cosa es más grave. En el primer ejemplo, viene a por lo que es suyo, sin ambages, en vez de su frescura y candidez, te ofrece sin rodeos sus aptitudes de perro viejo, su experiencia en pasillos y zancadillas. Mentirá sin rubor y hablará más rápido, vomitará demagogia con gesto rutinario, atacará con más saña y su gesto afable para contigo rozará la huera camaradería de taberna. En el segundo será prácticamente igual, pero más afilado y acentuado, puede que más violento. Si te paras un segundo y te fijas, podrás notar, hasta en la foto del cartel, la desesperación que sintió al verse de nuevo frente al muro de la realidad, el precipicio de los atascos, las colas y la vida sin atajos, sin todo abierto de par en par, sin cabezas gachas a su alrededor. Sin poder.