El sheriff Corey no es un tipo despiadado al uso, pero lo es. No se impone a las bravas, no infunde terror. Calculador y cínico, se deja llevar por la corriente con parsimonia, a base de intuición, sangre fría y una gran capacidad de observación. Haciendo gala de una simplicidad sin límites y una encomiable economía de medios, mantiene su estatus sacando provecho de los defectos y carencias de sus paisanos. Todo ello narrado en primera persona por su protagonista, con la cachaza que su carácter revela, y un tono entre irónico (lindando con lo grotesco) y socarrón envuelto en ingenuidad, que nos revela a un personaje muy especial. Thompson, en la que para muchos es su mejor novela, insiste en su estilo duro y directo, nunca exento de humor; lanzándose a contar cosas que pasan desde la primera página, salpicadas de memorables descripciones, enjundiosos diálogos, y punzantes y escalofriantes notas (entre las que entrevemos la mirada afilada y la media sonrisa del autor) que completan la información sobre un personaje y un entorno tan delirantes como reales.