Era un antes y un después, un todo o nada
clavado en la garganta, otro momento cumbre, o al menos ésa era mi impresión.
Yo venía de algún mundo, de otra situación, tan precaria y amarga como todas
las anteriores, supongo, y tras ella me esperaba algo distinto, nuevo. Una
posibilidad, un secreto deseo por cumplirse: otra pompa de jabón gigante.
Imagino que algo mejor, de cualquier forma.
Recuerdo que la estrellada noche veraniega
enmarcaba la puerta que me disponía a franquear. Era alta, parecía una sola e
inabarcable pieza de madera, rodeada de grandes piedras irregularmente
colocadas, que daban la sensación de formar parte de algo sólido e
imperturbable, de nacer de una pared tan firmemente anclada a la tierra que era
una caprichosa elevación de la misma. Un mundo compacto cargado de años, de
esperas, de azares y trasiego. De la envejecida madera emanaba un tenue e
indefinible olor que temblaba ligeramente en el aire; parecía contener el
sonido de todos los grillos, y atraer el único rayo de luna. Tenía grabados
extraños dibujos, palabras, símbolos.
Después hice lo de siempre: vivir deprisa con
los ojos cerrados para olvidar, ir colmándolo todo de nuevos recuerdos que rebosaban el agujero para amortiguar su ruido, sus imágenes; hasta hacer
desaparecer su efecto astringente y burbujeante. Por eso, cuando ante cualquier tesitura con frecuencia me
asalta aquella noche, solo aparece ante mis ojos la puerta: cerrada, dejando
escapar un hilo de luz, elevándose, alejándose, disponiendo sus símbolos con un
significado posible o emborronándolos. Tratando de decirme algo que no logro
comprender.
Publicado en el nº 174 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado al olvido..
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