La Semana Santa me suele sumir en un
estado letárgico color morado. Un duermevela que me procura reflexiones a
trasmano, como sobre las últimas elecciones andaluzas, por ejemplo, aún
calientes pero pronto olvidadas, más que nada por la certeza de que todo
seguirá exactamente igual, políticamente hablando. Lo más triste de todo el
proceso es que ha vuelto a vencer el voto de la resignación, que es el peor que
se puede ejercer. No conozco gente ilusionada, realmente ilusionada, por la
victoria del PSOE. El día después no
ha sido más que un sobrevolar de indiferencia, gestos apocados y medias
sonrisas. Salvo implicados y beneficiarios, creo que la inmensa mayoría de la
población sabe que este no es ni mucho menos el camino, pero, por unas razones
u otras, no ve otro posible. Y de esto último son muchos los responsables.
Llevo demasiados años asistiendo a corrillos en los que la conversación gira
alrededor de la corrupción del PSOE, de su demagogia previsible, de su
inoperancia o de su apropiación de todo cuanto convenga a sus intereses; y el
noventa por ciento de esas espontáneas muestras de desahogo terminan igual:
cuando alguien pregunta ¿qué se puede hacer?, ¿a quién votar que tenga
posibilidades de gobierno y no corra el riesgo de ser abducido por el PSOE?,
aparecen dos gaviotas volando y se produce un silencio fúnebre.
Pienso que el encaje de la democracia en
Andalucía está teniendo su guasa: además de la Ley D´hondt que beneficia
siempre al más votado, y al que más influencia tiene en las poblaciones
pequeñas (esa es la madre del cordero, amigos de Podemos), hay que contar con la evidencia de la imposibilidad de
que gobierne el Partido Popular (en
su condición de única fuerza opositora real) si no consigue la mayoría
absoluta, lo que termina por retraer a muchos votantes y favorece la abstención
y el unipartidismo real que padecemos a escala autonómica.
Pero
no, no nos podemos quejar, el PSOE nos garantiza un espacio libre de PP,
el cordón sanitario al que se refería Federico
Luppi. Los años que lleva en el poder van construyendo una muralla que nos
protege tanto de las dentelladas de la derecha anquilosada como del liberalismo
insensible y poco solidario. Se trata de una muralla bien argamasada por
arquitectos de sonrisa amplia y tacto paciente que han desarrollado un cemento
que funde en uno ideología de partido, administración autonómica, símbolos e
identidad; y que, además, deja puertecitas abiertas a diversos desahogos que
hacen más llevadera la heroica tarea cotidiana socialista: ventanucos, gateras
e intersticios de todo tipo (hasta hoy) para el chanchullo y la corrupción a
mansalva (ojo, que no es como la de los otros, esta va dispensando calculadas miguitas
de pan en su camino (publicidad, subvenciones, contratitos, ayuditas), por lo
que no parece aconsejable oponerse frontalmente a lo establecido: te pueden
salir enemigos del lugar más inesperado).
Pero, atención, no penséis que la derecha ha sido vencida, ni
muchísimo menos, es un enemigo que se multiplica, que tiene muchas caras y solo
los socialistas están en condiciones de hacerle frente. No, no penséis en Izquierda Unida o Podemos, eso solo
traerá inestabilidad, encontronazos por nadie deseados. Los procesos de cambio
tienen su propio reloj interno y solo un partido tan consolidado como el PSOE
conoce su cadencia y funcionamiento. Al hilo de esto, hay que tener en cuenta
que la derecha (y más ahora) es exitosa y fácilmente vendida como la única
culpable de todos los males de Andalucía, lo que coloca al PSOE en una
situación que pocos pueden entender Despeñaperros arriba: los socialistas
andaluces siempre están en la oposición, luchando en desventaja contra la
derecha mitológica y señoritil que lastra nuestro desarrollo y nos condena al
paro y el analfabetismo, ya sea el PP, los empresarios, los mercados, los
bancos, la Iglesia, los restos del franquismo (constantemente aireado, y curiosamente
rentabilizado por ellos antes que por otras fuerzas políticas de izquierda con
más peso en la lucha contra el dictador, como los comunistas) , o la Unión
Europea, si se pone a tiro. Y, a la vez, evita la desazón que pudiese sufrir la
población ante tan combativa actitud abrazando con salero los tópicos más
rancios, alimentando con denuedo las tradiciones más folclóricas, dando más
palmas que nadie en la feria, o mimando a las cofradías y al Rocío.
La derecha hubiera debido (si su
encorsetada comunicación, su estúpida suficiencia y su incapacidad de empatía
no la cegarán) aprender más de democracia en el cuadrilátero autonómico andaluz
que en ninguna otra parte. La exigencia es máxima, el marcaje férreo, se
recupera un poco, incluso gana las elecciones, pero paga caro sus actos. Se
pasa la vida besando la lona. Si ese nivel de exigencia lo mantuviésemos para
todos por igual otro gallo nos cantaría. Pero nuestra fuerza como pueblo que
clama ante la injusticia y exige sus derechos llega hasta ahí, justo hasta ahí.
Hasta la derecha de siempre, la de los recortes que te cortará los dedos y te
abandonará a la pobreza y el desabrigo, que acabará con el PER o con la
administración paralela etc. Esta, por cierto, es la mayor y única obra de
ingeniería del PSOE en Andalucía, asesorado por UGT y CCOO: la
restauración de esa tradición tan totalitaria de ofrecer calor a las faldas del
poder a cambio de docilidad; la posibilidad de tener un empleo en la
administración, sin tener que pasar por duras oposiciones, a cambio de lealtad
(la gran palabra), dependiendo, eso sí, del mantenimiento de los mismos en el
poder. Esto moviliza el voto y la actitud de los contratados, de sus familiares
y amigos y de los aspirantes a contratados más sus familiares y amigos. Todos a
una.
Pues eso, según muchos analistas de
izquierda e infinidad de opiniones relevantes y glamurosas, Andalucía se ha
levantado voz en grito contra Rajoy. “Le ha enseñado el camino al resto del
país”, brindando cuatro años más de poder a una opción política que lleva ya
treinta y tres gobernando. El tiempo y los acontecimientos pasan veloces, pero
las manos pacientes de sonrisa imperturbable van construyendo una muralla que
nos separa de la derecha, sí, pero que ata bien en corto a la izquierda y
encierra el sentido crítico en un juego de espejos.