La niña duda a la entrada del
parque y su madre le empuja levemente, con los cinco dedos de su mano derecha
separados mientras sostiene su móvil de funda rosa entre el hombro y el cuello.
Su boca gesticula y su sonrisa se muestra brutalmente irónica, agria, lacerante.
Restos de carmín parecen haberse estrellado contra sus paletas ocres. Casi
todos los columpios están ocupados, y la pequeña se planta sin saber qué hacer
ante un solitario trampolín circular colocado en el suelo del parque. La madre,
tomándola de la mano, la obliga a colocar los pies en él mientras interrumpe su
conversación telefónica para anunciarle con aspereza que es tan tonta como su
hermano. La madre vuelve a marcar exhalando vapor y humo de tabaco. Hace frío,
el cielo está completamente blanco. La niña mueve los pies sobre la superficie
elástica, inspecciona el terreno, mira a su alrededor, trata de saltar
precavida, elevándose mínimamente. Los bracitos se afanan en preservar su
equilibrio. Lleva unos excesivos zapatos color beis, leotardos y guantes rosas,
una faldita de cuadros, un grueso jersey también rosa y su pequeño anorak, del
mismo color. Salta apenas, voluntariosa, frunciendo levemente la boca,
esbozando reflejos de sonrisas ante sus casi inapreciables progresos. La madre
recorre pegada a su teléfono el parque infantil cortando el aire con su
antebrazo izquierdo, que parece haber iniciado una revolución por su cuenta. Alguien
al otro lado no la deja hablar. Ella suspira, pone los ojos en blanco, chasquea
la lengua, mira al resto de niños y madres con una mezcla de indiferencia y
hartazgo. La pequeña, sola, a su aire, da vueltas sobre sí misma; hace tembloroso
amago de salir del trampolín colocando un pie en el borde pero se arrepiente y
regresa a su posición inicial, saltando levísimamente, más bien poniéndose de
puntillas, moviendo la cabeza a la vez que sus rizos castaños. Mientras la
madre espeta encorvando su cuerpo “Papá, me prometiste que ese dinero era para
mí”, ella grita mamá repetidas veces, elevándose de manera cada vez más apreciable,
consiguiendo saltar rítmicamente mientras los copos de nieve se van posando en
sus hombros, sobre su cabello atravesado de horquillitas. Las madres empiezan a
abandonar el parque en todas las direcciones protegiendo a sus hijos, colocándoles
gorros y bufandas, abrochándoles sus chaquetas. La nieve se precipita golosa y
copiosa, y el rosa se eleva cada vez más y más alto, subiendo y bajando
acompasadamente, orlado de blanco, empapándose, brillando en su soledad.
Gritando mamá, mamá, mírame mamá, mientras la madre aparta la nieve de la
pantalla de su móvil con un cigarrillo recién encendido entre los labios que se
mueve como si hubiese iniciado una revolución por su cuenta.
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