El pájaro suele mirar con calma, e incluso saludar
con su canto, el paso de ese tiempo que se cuela perdiéndose por las breves
dimensiones de su jaula. Pero a veces tiembla y es como si, de pronto, un
rotundo corazón a flor de piel ocupase la mitad de su cuerpo. ¿Qué rondará, en
ese instante, esa cabeza erguida que parece seguir señales que solo ella
percibe? Tal vez ningún pájaro sea igual. Unos solo ven barrotes y otros el
espacio libre entre ellos: el plan de huida mil veces perfeccionado ante un paisaje
banal, solo alterado por la presencia de la mano que, rutinaria, renueva comida
y agua o limpia con descuido la celda. Un día todo se trastoca y la jaula rueda
violentamente por el suelo. Se escuchan voces y golpes. La jaula se abre y el
pájaro, tembloroso y sorprendido, se siente de pronto abandonado o libre. Quizá
aterrado, quizá feliz de recuperar su libertad de movimiento. O acaso todo a la vez.
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