01 junio 2020

EL FILETE


Estaba sentado en la terraza del bar cuando vi aparecer el filete. Me pareció incluso alto, sobresalía del amplísimo plato llano por lo menos cinco centímetros. Era grande, extenso, se antojaba jugoso. Venía rodeado de una generosa guarnición vegetal que ni por asomo hacía sombra a su tamaño. El comensal festejó la llegada y teatralizó una reverencia ante el camarero, que se la devolvió sonriente; se llevó un trozo pequeño de carne a la boca y dio su aprobación, “parece mantequilla”, dijo. Después, tomó un sorbo del vino que le dio a probar un segundo camarero y asintió en silencio. La persona que le acompañaba no pidió nada de comer, tan solo bebía vino en una gran copa y picaba aceitunas. Hacía buen día, estábamos a la sombra y los pájaros cantaban calmos, algo ensimismados. Yo pedí otra cerveza y me dispuse a estudiar la carta plastificada para elegir tapa. Ellos charlaban de política relajadamente, con el ánimo placentero de los que están en todo de acuerdo y se celebran mutuamente mientras aplauden la agudeza del otro. En un momento determinado, el del filete dijo, después de limpiarse cuidadosamente la boca: “De todas formas, esto no puede seguir así. Tenemos la obligación moral de repensar el mundo”.

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