El niño se bajó de su sillita y anduvo por la
parte trasera del vehículo familiar. Estaba hambriento, aburrido y cansado. Con
las manitas tanteaba los asientos, acariciaba la piel, manoteaba sobre ella.
Apoyaba su cabecita, resoplaba. Se agachó y gateó un poco sobre las
alfombrillas, tropezando con algún juguete perdido y un envase de refresco
olvidado. Escaló de nuevo al asiento con dificultad y se acomodó en la sillita.
Varios minutos después volvió a realizar la misma operación, aunque esta vez
terminó por encaramarse a los asientos, poniéndose de pie y recorriéndolos de
un lado a otro hasta cansarse. Se sentó en el lado opuesto a su sitio y acercó
la cara a la luna trasera. Estaba fría. Pegó la frente al cristal que su
respiración empañaba y tuvo que pasarle la mano, como cuando jugaba con su
mamá, para poder observar el movimiento. No entendía nada, pero le parecía
divertido, le hacía sonreír la turbamulta. Se retiró de la ventanilla y se
quedó pensando, mirando al frente. Cuando pensaba se quedaba así, como
paralizado, muy concentrado, mirando fijamente en alguna dirección.
Siempre jugaba a tirar de la manija de la
puerta del coche, a sabiendas de que siempre estaba cerrada para él. Sin
embargo, hoy, al accionarla, la puerta se abrió. Que él recordase, era la
primera vez que abría la portezuela por sus propios medios. Le habían dicho “no
te muevas de aquí, ahora mismo vengo”, y él había asentido con la cabeza,
recibiendo un fuerte beso en la mejilla. A pesar de la prohibición decidió
empujarla, y bajó despacio del coche, casi dejándose caer. El aparcamiento
estaba lleno de gente, coches y ruido de sirenas. Empezó a caminar lentamente,
llamando a su papá, con la seguridad de que aparecería justo donde él estaba en
pocos segundos, como de costumbre. Como nadie respondía, dio una vuelta
alrededor del coche andando despacio, algo inseguro, apoyándose levemente en la
carrocería llena de polvo. Mostraba esos ojos tan abiertos y expectantes de
siempre, ansiosos por recibir la vida, las cosas, los colores, los gestos, todo
lo que le decían los demás, todas las cosas nuevas de cada día, que casi
siempre le hacían reír, aunque alguna vez le asustasen. Sonreía levemente.
Ofrecía esa carita confiada que se le ponía cuando veía a sus padres acercarse.
Algunos años después supo que su padre murió ese día a causa de su religión.
Publicado en el nº 184 de la revista de humor on line "El Estafador", dedicado a la religión..
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