Se terminó
el exitoso “año Cero”. Uno escribe la
frase con satisfacción y cierto alivio. Finalmente, las cosas han salido a
pedir de boca para el grupo y, también, para el rock español, que ha tenido la
oportunidad de refrescar su selectiva memoria y redescubrir a una gran banda en
un momento extraordinario. La “Maniobra de resurrección” de 091, ha sido una
apuesta sin duda meditada, pero no por
ello menos arriesgada e inesperada en su planteamiento. Nunca un grupo español que
no gozó en su momento del éxito masivo, ha disfrutado de un regreso a la
actividad con mejor resultado en todos los aspectos. Los seguidores han
terminado 2016 habiendo asistido a buenos conciertos de una ambiciosa banda de
rock en activo; y pudiendo llevarse a casa unas muy dignas reediciones de
discos difíciles de encontrar, libros, e incluso ediciones especiales. Cuando
las bolas se lanzan bien, las carambolas favorecen, y en este caso, la
expectación, lo inmarcesible del repertorio y la calidad y entrega desplegada
en los directos, han prendido una mecha de interés que no ha parado de crecer
semana tras semana. Son legión las bandas desaparecidas que merecieron más, y
muy pocas las que han conseguido la reparación del olvido, y creo que este es
uno de esos casos. Se puso en el empeño todo lo que se debe poner para que las
cosas salgan bien: imaginación, ilusión, trabajo, organización, planificación.
Siempre lo decíamos, “las canciones están ahí”, ya fuera cuando sosteníamos el
vinilo rojo de “Más de cien lobos” mientras fumábamos un cigarro en los
aparcamientos del instituto; calibrando sesudamente el alcance de algo tan
exquisito e inspirado como “Doce canciones sin piedad” en la puerta de una tienda de discos, sosteniendo
entre las manos un vinilo que olía a nuevo; o escarbando gozosos en las raíces
y en las posibilidades de impacto de una jugada maestra como “La vida qué mala
es”.
Todo estaba
ahí, incluido el momento histórico, en aquella década de los ochenta. Todo menos
la promoción adecuada y las compañías discográficas correctas. Todo menos esa
actitud de labrarse una presencia en los medios comiéndole la oreja día sí día
no a la estrella radiofónica de turno, en las barras de los bares de moda de la
capital.
Cayó el olvido
progresivo, el segundo plano, la desatención hacia lo que ya se conoce y no
tiene el irresistible marchamo de la moda. Pero todo seguía allí, esperando.
Todo estaba
ahí, bien vivo, y todo ha salido a la luz finalmente de la forma más natural cuando
las cosas se han hecho bien; de una manera no demasiado lejana a como hubiesen
sido en su momento con la suerte de su parte. El tiempo ha convocado a su
alrededor un tipo de seguidor que ya no observa la actualidad como antes, y que
si lo hace se ciñe a lo que piensa que le va a gustar. El aficionado que a
estas alturas sabe lo que quiere, impermeable a los vaivenes de la moda, por
experiencia o porque en su vida mandan otras prioridades. Los fans de la época
han vuelto para rendir homenaje, a recordarlos y a recordarse, a vivir en un período
acotado de tiempo algo que consideran auténtico y les permite reencontrarse con
una parte de ellos mismos. Los nuevos oyentes han descubierto un legado que
pudo ser grabado ayer mismo; y los que han vuelto a escuchar canciones a las que
apenas prestaron atención en la nebulosa de los primeros noventa, se han
encontrado, asombrados, que dentro del clasicismo sonoro y del giro hacia la
contundencia, tan alejados del gusto de la época, de los últimos discos, que
más de una mala crítica les deparó, había composiciones que bajo la evidencia
sonora de una primera escucha encerraban todo un mundo de imágenes, escenas,
metáforas y reflexiones que las alimentarán eternamente. Las buenas canciones
siempre están sometidas al fuego lento de quien las va descubriendo y propagando,
de quien las va reinventando.
Al acabar
el concierto del Palacio de Deportes de Granada, otro lleno más, la banda se
abrazó en el centro del escenario y saludó al público. Alguien les lanzó flores.
El autor no parecía saber qué hacer con las que cayeron en sus manos, sonreía tímido
a un público que guarda a buen recaudo en su memoria gran parte de su
cancionero. El autor vivió esos momentos
acaso como algo excesivo a lo que aún no se ha acostumbrado, a pesar de las muchas
ocasiones en que esa escena se ha repetido durante estos últimos doce meses. Se
le veía relajado, más que nada porque la apuesta personal de aparcar su carrera
y realizar el ejercicio de recrear del pasado, algo siempre puesto en tela de
juicio, ha salido estupendamente. Se ha conseguido lo que él más reclamaba: la
reedición en condiciones de los discos del grupo, y el reconocimiento a un
trabajo hecho desde siempre con dedicación. De pie en ese escenario, por su
cabeza habrán pasado muchos momentos, quizá observados desde un nuevo punto de
vista; ilusiones que se creían perdidas y decepciones que ya no lo son tanto. Estoy
seguro de que se habrá reído para sí pensando en lo relativo que resulta todo.