22 diciembre 2016

MENSAJE EN UNA BOTELLA (36)




Estos granadinos forman una banda de rock and roll tan estilosa como abrasadora; son, si lo prefieres, unos punkrockers capaces de matar por el riff irresistible. Unos tipos con los suficientes discos en la cabeza como para contar con el más sólido punto de partida. Saben perfectamente extraer la tempestad de la calma y alcanzar velocidad de crucero y contundencia con distinción. Las raíces blues lo impregnan todo dentro de un repertorio en castellano excitante y primitivo, capaz de conjurar las fuerzas telúricas del rock y resultar a la vez tóxico, genuino e incandescente. Punk de toda la vida (“Muerte al líder”), pub-rock (“Picadillo de Charles”), psico-garage untuoso (“Animal”) o surf (“Asquith”) completan el lote. Cuentan con un afilado trabajo de guitarras y una base rítmica engrasada e imaginativa que agitan y cuecen a fuego lento este humeante mejunje. 



Los temas fluyen con crudeza y precisión; salen escupidos o se enroscan en sí mismos sin perder nunca la fuerza de su latido ni capacidad de desasosiego. Ellos citan a sus maestros y yo lo corroboro: Howlin’ Wolf, Link Wray, Screamin’ Jay Hawkins, The Gun Club o Scientists. Los Harakiri: Monago Tornado (voz y teclados), Antonio Deshollinador (Guitarra), Alberto Juancarlos (bajo) y Antonio Pelomono (Batería), desarrollan un sonido imparable, rugoso y adictivo, que queda perfectamente retratado en este disco grabado íntegramente en directo en los estudios Sequentialee de Andújar, producido por Pedro Cantudo y la propia banda.

20 diciembre 2016

TODO ESTABA AHÍ

Se terminó el exitoso “año Cero”.  Uno escribe la frase con satisfacción y cierto alivio. Finalmente, las cosas han salido a pedir de boca para el grupo y, también,  para el rock español, que ha tenido la oportunidad de refrescar su selectiva memoria y redescubrir a una gran banda en un momento extraordinario. La “Maniobra de resurrección” de 091, ha sido una apuesta sin duda meditada, pero  no por ello menos arriesgada e inesperada en su planteamiento. Nunca un grupo español que no gozó en su momento del éxito masivo, ha disfrutado de un regreso a la actividad con mejor resultado en todos los aspectos. Los seguidores han terminado 2016 habiendo asistido a buenos conciertos de una ambiciosa banda de rock en activo; y pudiendo llevarse a casa unas muy dignas reediciones de discos difíciles de encontrar, libros, e incluso ediciones especiales. Cuando las bolas se lanzan bien, las carambolas favorecen, y en este caso, la expectación, lo inmarcesible del repertorio y la calidad y entrega desplegada en los directos, han prendido una mecha de interés que no ha parado de crecer semana tras semana. Son legión las bandas desaparecidas que merecieron más, y muy pocas las que han conseguido la reparación del olvido, y creo que este es uno de esos casos. Se puso en el empeño todo lo que se debe poner para que las cosas salgan bien: imaginación, ilusión, trabajo, organización, planificación. Siempre lo decíamos, “las canciones están ahí”, ya fuera cuando sosteníamos el vinilo rojo de “Más de cien lobos” mientras fumábamos un cigarro en los aparcamientos del instituto; calibrando sesudamente el alcance de algo tan exquisito e inspirado como “Doce canciones sin piedad”  en la puerta de una tienda de discos, sosteniendo entre las manos un vinilo que olía a nuevo; o escarbando gozosos en las raíces y en las posibilidades de impacto de una jugada maestra como “La vida qué mala es”.

Todo estaba ahí, incluido el momento histórico, en aquella década de los ochenta. Todo menos la promoción adecuada y las compañías discográficas correctas. Todo menos esa actitud de labrarse una presencia en los medios comiéndole la oreja día sí día no a la estrella radiofónica de turno, en las barras de los bares de moda de la capital.

Cayó el olvido progresivo, el segundo plano, la desatención hacia lo que ya se conoce y no tiene el irresistible marchamo de la moda. Pero todo seguía allí, esperando.

Todo estaba ahí, bien vivo, y todo ha salido a la luz finalmente de la forma más natural cuando las cosas se han hecho bien; de una manera no demasiado lejana a como hubiesen sido en su momento con la suerte de su parte. El tiempo ha convocado a su alrededor un tipo de seguidor que ya no observa la actualidad como antes, y que si lo hace se ciñe a lo que piensa que le va a gustar. El aficionado que a estas alturas sabe lo que quiere, impermeable a los vaivenes de la moda, por experiencia o porque en su vida mandan otras prioridades. Los fans de la época han vuelto para rendir homenaje, a recordarlos y a recordarse, a vivir en un período acotado de tiempo algo que consideran auténtico y les permite reencontrarse con una parte de ellos mismos. Los nuevos oyentes han descubierto un legado que pudo ser grabado ayer mismo; y los que han vuelto a escuchar canciones a las que apenas prestaron atención en la nebulosa de los primeros noventa, se han encontrado, asombrados, que dentro del clasicismo sonoro y del giro hacia la contundencia, tan alejados del gusto de la época, de los últimos discos, que más de una mala crítica les deparó, había composiciones que bajo la evidencia sonora de una primera escucha encerraban todo un mundo de imágenes, escenas, metáforas y reflexiones que las alimentarán eternamente. Las buenas canciones siempre están sometidas al fuego lento de quien las va descubriendo y propagando, de quien las va reinventando.



Al acabar el concierto del Palacio de Deportes de Granada, otro lleno más, la banda se abrazó en el centro del escenario y saludó al público. Alguien les lanzó flores. El autor no parecía saber qué hacer con las que cayeron en sus manos, sonreía tímido a un público que guarda a buen recaudo en su memoria gran parte de su cancionero.  El autor vivió esos momentos acaso como algo excesivo a lo que aún no se ha acostumbrado, a pesar de las muchas ocasiones en que esa escena se ha repetido durante estos últimos doce meses. Se le veía relajado, más que nada porque la apuesta personal de aparcar su carrera y realizar el ejercicio de recrear del pasado, algo siempre puesto en tela de juicio, ha salido estupendamente. Se ha conseguido lo que él más reclamaba: la reedición en condiciones de los discos del grupo, y el reconocimiento a un trabajo hecho desde siempre con dedicación. De pie en ese escenario, por su cabeza habrán pasado muchos momentos, quizá observados desde un nuevo punto de vista; ilusiones que se creían perdidas y decepciones que ya no lo son tanto. Estoy seguro de que se habrá reído para sí pensando en lo relativo que resulta todo.

13 diciembre 2016

LA VERDAD ESTRICTA DE LAS COSAS

¿Qué se persigue en las redes sociales creando y alimentando todo tipo de rumores hasta el paroxismo, empeñándose obsesivamente en hacerlos crecer exponencialmente? Supongo que conseguir visitas tiene su consiguiente beneficio económico para muchas páginas y sitios de internet, y buscar por cualquier medio esa rentabilidad, sin pensar ni por un momento en el perjuicio que se puede causar, a estas alturas, desgraciadamente, no puede sorprender a nadie. El modus operandi está claro: rastrear  o crear noticias falsas que puedan resultar creíbles y que a la gente le produzca morbo creer; buscar qué información ficticia o inexacta quisieran determinados sectores que fuese cierta, para que ellos mismos la propaguen, o, por parte de esos mismos sectores pastoreados, inventar o conceder credibilidad a sucesos que les convendría que deviniesen verdaderos para que legitimen y sirvan de apoyo a las tesis e intereses que defienden. Esa misión de estirar y componer cualquier mínimo dato, cualquier media verdad, hasta hacerla pasar por verdad entera. Aquello tan castizo y periodístico del rumor como antesala de la noticia o la famosa sentencia que hablaba de no dejar que la realidad arruine un buen titular.


Pienso que, en medio de este barullo de visionarios y comprometidos estridentes, reside la última oportunidad de los medios convencionales o "serios", tan orgullosos y dignos ellos, para acreditar la profesionalidad que se les supone y ganarle la partida a toda esta sinfonía de instintos primarios, menos impulsiva y espontánea de lo que quieren hacernos creer: servir de filtro necesario entre lo tergiversado, exagerado, inventado o no contrastado y lo real. Pero, siendo consciente de que la verdad resulta en exceso fatigosa y compleja para nuestro tiempo, y que su defensa no forma parte, ni remotamente, de la parte mollar del negocio o los intereses de los medios de comunicación, ya sean públicos o privados; tengo la impresión, además, de que en el fondo, eso no lo desea nadie. La sociedad en general vive cada vez más fuertemente abrazada a las informaciones que, encajando unas con otras, van redondeando el atractivo relato de su verdad sin fisuras ni cabos sueltos. Muy poca gente necesita conocer la verdad estricta de las cosas y, lo que es peor, lo que realmente desea la mayoría es que los demás tampoco la conozcan. Se aplican a aplaudir y difundir interesadas elaboraciones de los hechos, y tratan de ocultar con la punta del pie bajo la alfombra, a veces cómicamente, lo que no consideran conveniente reconocer. Sus dedos vuelan diariamente sobre el teclado con la secreta ambición de emborronar la realidad, desviar la atención, y obstaculizar el acceso a la verdad todo lo que puedan. En ese sentido, el trasiego diario de opiniones, ataques desmesurados y apoyos que colapsan las redes sociales, no son más que una amplificación de lo más mezquino y rudimentario que guardamos en nuestro interior.

01 diciembre 2016

LA MÁQUINA INVISIBLE

La máquina invisible
avanza dejándose la vida
y arañando su rastro
con las mil uñas
que raspan su inercia.
Camina
en tenguerengue
bordeando siempre
algo oscuro y desconocido.
Palabras que escribí
anidan en su piel,
conformándola;
superan el olvido
salpicadas con fuerza
desde una indecible
cadena de montaje
mientras otras miles
quedan sepultadas a su paso.
La máquina invisible
vertebra mi alma,
se posa en mi mano,
echa a volar
cuando me quedo clavado,
susurra en mi oído,
calma mis párpados.
Va siempre delante de mí
intuyendo un camino.