Sigo el brillo de tu historia en el filo, anotando
sensaciones nocturnas entre ángeles empapados de amor que huelen a cerveza.
Todo parece encajar en ese cable tenso. Los acontecimientos se suceden
ingrávidos y placenteros, atraviesas velozmente túneles rosa que comunican las
espinas dorsales, dolientes y románticas, de las formas más emocionantes de
gritar y susurrar las derrotas. Hay electricidad, risas, ruido desatado y amor.
Aún la realidad no ha vomitado su hormigón tozudo sobre nosotros, sobre ti,
estrella fugaz, imán de todas las miradas vidriosas y descreídas. El calor
pegajoso se acentúa en la ropa negra, ya deberías saberlo. Y la noche púrpura
es decorado que termina consumiéndose dentro de una inmóvil tarde de
entretiempo sin fin, que te escruta con su lupa ardiente en un silencio
hinchado, tan terrenal como desértico, siempre interrumpido por murmullos de
negras hormigas cobardes; de carraspeos, pasos atrás, razones, gestos, excusas
y desesperadas tomas de posición en la escalera de la vida.
Nos hablaron
muchas veces de la escalera, cierto, pero no de sus curvas caprichosas ni de
los recodos, y eso que cada cual ya estaba ubicado en el suyo. Debes colocarte
la máscara, aún no es tarde, mírame a mí, te decían, disimulando las llaves del
coche. Todo pasa rápidamente en esta quietud de tele encendida y caras
inexpresivas, y yo acierto a imaginarte en tu recodo de esta escalera con forma
de serpiente por la que mi oído te sigue y espera. Estás solo, respiras
tratando de hacer pie, de ocultar tu nerviosismo; enrocado, dolorido. Porque,
ya sabes, los golpes se van acumulando hasta que llega un día en el que uno a
uno comienzan a doler.
La mañana
es clara, pero no consigue superar el gris. El negro y la piel se desgastan y
el brillo cae, extendiéndose por la acera hasta desaparecer, ¿quién ha cambiado
el suelo bajo mis pies? El efecto de las canciones es pasado, y el pasado hoy
es cuchillo y la gloria un recuerdo amargo. Ahora la tensión vive en la cuerda
en la que se te ha convertido la vida, de la que ya no te quedan fuerzas para
tirar, porque al otro extremo está el mundo, siempre marcando su ritmo
imparable, con su saco de contradicciones. Los que asentían riendo y animaban
tu camino te gritan que despiertes y cruzan los pasos de cebra apresuradamente,
otro día nos vemos, te puedo comprar algunos discos, me espera mi familia, ya
sabes. Y tú no sabes nada, no entiendes la comedia y abrazas el drama. No
puedes seguir a estas alturas su consejo, no puedes dejar tu sueño correr en
otra dirección. Ese animal sonriente y tibio te vio envejecer y morirá contigo.
Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".