Visita al Gran Centro Comercial. Por fortuna siempre hay un apartado de libros amontonados de saldo. Busqué durante unos minutos, así, con una mano, sin apenas interés, y allí se encontraba el que nos ocupa, “Pégate un tiro para sobrevivir” (el título traducido me gusta más que el original) de Chuck Klosterman, editor de la revista musical estadounidense Spin.
Klosterman viajó por su país durante dos semanas y media recopilando información in situ sobre lugares y circunstancias relacionados con músicos muertos en dramáticas circunstancias. Partiendo de ese proyecto de escribir sobre la presencia de la muerte en el mundo de rock, el bueno de Chuck acaba escribiendo todo un libro sobre sí mismo y sus neuras, abriéndose ante el lector como fruta madura, todo sea dicho.
De lectura entretenida aunque no obligada, está escrito con agilidad y buen ritmo, en un tono desenfadado, irónico y un punto mordaz, hasta despiadado. Tan personal que algunas veces consigue tu complicidad (algo que es fundamenta en este libro, si no hay complicidad la cosa falla desde las primeras páginas), a pesar de que en otros momentos te resulte absolutamente cargante y algo petulante (aun con los denodados esfuerzos por resultar autocrítico).
Un poco pesado sí, aunque ciertamente lúcido, capaz de generar chispazos de ingenio y ofrecer extractos de prosa brillante. Momentos de agudeza e hilaridad conviven guapamente con pajas mentales que convierten párrafos enteros en un campo árido a recorrer o en esos minutos en que esperas a que un conocido, borracho, te cuente algo que directamente no te interesa.
El tema que inicialmente inspira el libro queda aligerado, desprovisto de gravedad, y en ocasiones inteligentemente relativizado mediante un trabajo de desmitificación y reflexión.
El libro tiene un desarrollo disperso, a veces deslavazado y repetitivo. Supuestamente marcado por el devenir de su viaje, las ideas que le van surgiendo y los recuerdos que le asaltan, toca temas de toda índole teniendo como eje sus relaciones amorosas. Datos fidedignos conviven con dudas, temores, anécdotas y opiniones de todo tipo: intrascendentes, sugerentes, absurdas o imprevisibles. Las digresiones brotan por doquier y le suele dar por teorizar superficialmente a cada momento sobre cualquier asunto, consiguiendo finalmente transmitir una idea global de su visión de las cosas y dejar un rastro interesante.
Por momentos parece uno de esos personajes obsesionados y delirantes de comedia, con sus metáforas y comparaciones divertidas por excesivas. Capaz de comparar minuciosamente a esas ex – novias que le atenazan con los miembros de Kiss, o de desmenuzar con detalle el curioso efecto de escuchar “Kid-A” de Radiohead la mañana del 11-S, observa con cierto detenimiento la tragedia de la sala Station, y el suicidio de Kurt Cobain. Es curioso cómo se quita Los Angeles de encima con todo su halo de desapariciones. Muestra inquina por Jim Morrison o Elvis (opiniones que le encantaría que molestasen). Recuerda a Bob Stinton de The Replacements y deja encendidos (y acertados) comentarios sobre Led Zeppelin, sin detenerse en la muerte de John Bonham.
27 noviembre 2007
15 noviembre 2007
06 noviembre 2007
“ONCE” (“Una Vez”, John Carney, 2.006)
Es una película definida tanto por las características habituales del cine independiente (pocos medios bien aprovechados y esa austeridad técnica, acaso impuesta por las circunstancias, que es prueba de fuego para la capacidad de contar), como por la base de su temática: el reto de colocar un trozo de vida en la pantalla sin trucos ni vocación especuladora; historias cotidianas y esenciales cuyo calado y emoción residen precisamente en su aparente sencillez y en todo el abanico de sentimientos que surgen libres de ésta: sensibilidad, ternura, anhelo, respeto o amor. “Once” es una película que sonríe y sueña, pero que en ningún momento leva el ancla de la realidad, sirviendo los dos protagonistas de contrapeso en este sentido. Se limita a observarla con una mirada amable, pero no oculta su dureza. Se trata de un argumento lineal que no decae en ningún momento; una historia romántica que reflexiona sobre el significado de la familia y la amistad que en otras manos hubiese resultado previsible y hasta empalagosa, y aquí avanza sustentada en un halo mágico que brota de su pasmosa naturalidad. No es colorista sino mate, lúcida y reposada; aunque en determinado momento aprieta sin piedad la fibra del espectador. Un ejemplo de lo menos impostado y manipulado de la actitud indie, tomada como el individualismo del que busca su camino a cubierto de la influencia nociva de esa sociedad atosigante que te determina y clasifica; enfrentando la vida sin alharacas ni artificios. Cafés, paseos, encuentros casuales, ilusiones y esperanzas compartidas, se mezclan en esta historia de soledades compartidas, complicidad, miradas y canciones. Sobre todo canciones, muchas y buenas, porque además estamos ante una comedia musical en esa clave indie a que antes hacía referencia. Canciones compuestas por el protagonista masculino, Glen Hansard, a la sazón cantante de la banda irlandesa The Frames, de la que el director del filme, John Carney, fue en tiempos bajista, y por su compañera de reparto, Markéta Irglová. Ellas hablan por los personajes, relatan su estado de ánimo, sirviendo también de banda sonora a acotados espacios visuales que Carney utiliza para añadir otro punto de vista sobre la vida y sensaciones de sus personajes. Memorables composiciones que suenan directas y de principio a fin, que rápidamente van del folk a ese pop emocional interpretado con la intensidad de la mejor tradición británica, como “Say it to me now”, “Lies”, “When your mind made up”, sonando en estudio con banda, el dueto “Falling Slowly”, o “If you want me” interpretada por Markéta (la totalidad de la banda sonora es espléndida). Canciones convertidas en el alma vibrante de la película, la descarga de toda la gama descarnada de sentimientos, desgarros y dolor que esos protagonistas sin nombre (son simplemente el chico y la chica) esconden tras su amabilidad y sus silencios.
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03 noviembre 2007
Y la pregunta sería... (I)
¿Habéis formado parte alguna vez de una reunión de personas que critican a otra por su rareza o excentricidad?, seguro que sí. Aunque si os gusta el rock´n´roll vais camino de ser vosotros los excéntricos. Los protagonistas se van agolpando y, si se trata de un grupo de personas que no tienen estrechos lazos de amistad la cosa deviene fascinante, los escasos puntos de unión proporcionados por su condición de vecinos, compañeros de trabajo u ocupantes de la barra gris metal de una cafetería, van poco a poco fortaleciéndose, la complicidad brota y se desarrolla, es como un aumento de la temperatura corporal, los ojos se abren y las sonrisas aparecen, precedidas de un casi imperceptible temblor en las comisuras de los labios. Las personas adoran la falsedad de cualquier momento si les proporciona un gramo de plenitud. En el centro de esa reunión aparece una imaginaria estufa que expande el calor de la emoción entre los presentes, que aproximan las palmas de sus manos henchidos de gozo. Es la sensación de pertenencia al grupo tan desesperadamente deseada por el ser humano desde el principio de los tiempos, la posibilidad de, por fin, poner sobre la mesa lo que nos une, de dar a conocer lo que realmente queremos que conozcan de nosotros. Si eres parte sólida del grupo, es un buen momento de relajado disfrute y reafirmación de lo mucho que te valoran los demás y tú los valoras en comparación con. Si no te sentías demasiado integrado, es la gran oportunidad de cargar sobre otro el sambenito, de compartir opiniones que la discreción debe evitar que salgan del círculo mágico del susurro; de construir un secreto. Qué maravilla, verdad, donde no había más que lechosa grisura de tiempo moribundo, de pronto, aparece un secreto: frondosidad vital, excitación de la imaginación, activación de la circulación de la sangre, maquinación de la mente. Qué abanico de luces, qué cola de pavo real; una simple anécdota ofrece la perspectiva de fértiles campos que hollar, de miles de momentos que desmenuzar: cuántas conclusiones por sacar con el gracioso calorcillo de la gratuidad.
Puedes observarlos en cualquier sitio, algunos llegan a mostrarse nerviosos y ansiosos, se emocionan y gesticulan más de la cuenta, otros alzan la voz embriagados por su nueva situación de incluidos, de liberados de juicio y crítica; satisfechos de su novedosa condición de jueces, con poder para ensayar la ironía, siempre complicada, lanzar un puya que sorprenda por su maldad a los contertulios, o ser incluso clemente, subirse cinco segundos en el escalón de la bonhomía, para luego caer al responder con risas estrepitosas o retenidas por inefables gestos faciales y corporales, al comentario mordaz de algún correligionario. Si habéis formado parte, reconoceréis el fondo miserable que se extiende en vosotros y os lanza alguna que otra señal; pero también sabéis que ese fondo, inicialmente denso y oleaginoso se va aclarando, licuando, volatilizando al mezclarse con la miseria de la concurrencia hasta que, por acción de un resorte oculto del cerebro, se va volando hasta unirse y desaparecer en la gran miseria del mundo que convalida y hace disculpable vuestra actitud, sonriéndoos y abrazándoos.
Puedes observarlos en cualquier sitio, algunos llegan a mostrarse nerviosos y ansiosos, se emocionan y gesticulan más de la cuenta, otros alzan la voz embriagados por su nueva situación de incluidos, de liberados de juicio y crítica; satisfechos de su novedosa condición de jueces, con poder para ensayar la ironía, siempre complicada, lanzar un puya que sorprenda por su maldad a los contertulios, o ser incluso clemente, subirse cinco segundos en el escalón de la bonhomía, para luego caer al responder con risas estrepitosas o retenidas por inefables gestos faciales y corporales, al comentario mordaz de algún correligionario. Si habéis formado parte, reconoceréis el fondo miserable que se extiende en vosotros y os lanza alguna que otra señal; pero también sabéis que ese fondo, inicialmente denso y oleaginoso se va aclarando, licuando, volatilizando al mezclarse con la miseria de la concurrencia hasta que, por acción de un resorte oculto del cerebro, se va volando hasta unirse y desaparecer en la gran miseria del mundo que convalida y hace disculpable vuestra actitud, sonriéndoos y abrazándoos.
21 octubre 2007
ENTREVISTA A JOSÉ CASAS
“EL PACIENTE ARTESANO”
José Casas, veterano músico sevillano (Arden Lágrimas, Helio, Relicarios), es otro de esos tipos cuyas vidas están marcadas por el pop y las guitarras; especimenes raros que, tan orgullosos como sensibles, y bajo el estigma de la New Wave, los Kinks, Bowie o Paul Weller, se niegan a desaparecer, afortunadamente para todos nosotros. Es una pena que el mercado no permita que José Casas grabe discos con regularidad, un artesano paciente, compositor refinado y con buen gusto, de calado clásico e instinto para el matiz. Y lo que es más importante: exigente consigo mismo. Puedes conocer sus canciones en su web, y si te enteras que en tu ciudad actúan José Casas y La Pistola de Papá, no te los pierdas.
Bueno, cuéntanos la peripecia de “Plasticland” y en qué estado están las cosas.
Plasticland era un proyecto que durante un tiempo permaneció dormido, la idea surgió desde la última etapa de HELIO, en un tiempo muerto, compuse una colección de canciones que quería grabar en solitario, al margen del grupo, luego esta historia se fue completando y en 2003 por fin se publicó, Grabé una maqueta previa donde perfile minuciosamente cada una de las canciones, con esta maqueta acabada, fui contactando con los músicos que me ayudaron a grabarla en el estudio. Tocaron en total 8 músicos a los que repartí los temas. Las baterías las grabaron Paco Parra de Helio, 4 temas, Manolo Escacena, que ha tocado con infinidad de bandas, entre las últimas Señor Chinarro, 2 canciones, y Roque , otro ilustre baterista sevillano que ha militado en un buen puñado de formaciones, puso sus baquetas en 2 composiciones. El bajo lo metió Pacoco de Helio en todos los temas menos uno que lo hizo también Roque, yo me ocupé de todas las guitarras, teclados y coros, para finalizar José Romero y Chencho pusieron las voces. También Álvaro Helio y Sandra Hébridas colaboraron en los coros.
¿No te dio quebraderos de cabeza coordinar a todos los participantes del disco?
No demasiados. Lo curioso es que la banda nunca se vio al completo, pero aun así, creo que el resultado no es para nada frío. Trabajé de forma aislada con cada uno, adaptándome a cuando podían, así ellos se prepararon los temas con la referencia de la maqueta y tras unos pocos ensayos nos citamos en el estudio de grabación para registrar las canciones. De hecho todo eso fue más rápido que la grabación de las guitarras y teclados, que como disponía de todo el tiempo del mundo el estudio, pues me encerraba allí, solo, y me ponía a grabar tomas, probaba aquí y allá. Me lo pasé genial.
¿Por qué el reparto del repertorio entre dos cantantes solistas?
Bueno el criterio fue el mismo por el cual repartí las canciones entre 3 bateristas, para no cargar mucho de trabajo a cada uno. Era más fácil convencer a la gente diciéndole que cantará 3 temas por ejemplo a que se preparara un disco entero. Sólo fue eso, para hacérselo más fácil, ya que prácticamente todos tenían otras bandas y lo que yo no quería era montar una banda previa para el disco.
¿Te has planteado en un futuro lanzarte a cantar tu repertorio?
Uff, siempre estoy a un paso de eso, pero siempre pienso que las canciones se merecen una voz mejor que la mía, la verdad, quizás ya hace tiempo que debí dar ese paso, desde Helio siempre compuse para que luego otra voz cantase mis canciones, como por ejemplo le ha ocurrido a Lapido con los 091, pero él ya se ha decidido a dar ese paso, y pienso que cuanto antes lo haces antes comienzas a labrar tu propio “estilo”. Las canciones hay que defenderlas en directo, con dignidad y no digo que no me crea capaz, pero ocurre que el tipo de canciones que me gustan siempre han agradecido una buena voz, el pop, el powerpop todos esos estilos donde la melodía es importante y donde un buen cantante puede llevar la canción a su máximo rendimiento. No se realmente, pero no es descabellado que algún día lo haga.
¿Cómo va el asunto del directo? ¿Piensas presentar “Plasticland” en algunas ciudades si se normaliza su distribución?
Claro, desde Enero estamos ya rodando por los escenarios y es nuestro deseo seguir presentándolo por toda España.
¿Cómo percibe la música el José Casas actual respecto del de hace quince años?
Me hace gracia cómo los ciclos musicales te quitan o te ponen en órbita. Cuando comenzamos con HELIO, unos chavales imberbes que adoraban la música de los 60, la Nueva Ola nos marcó el camino. Ahora parece que ese estilo lleva algunos años floreciendo, y estilos que se han considerado minoritarios como el powerpop vive buenos tiempos.
Parece que el rock and roll en general está recobrando algo de vida y salud, está claro que el carácter callejero de la música lo tienen ganado desde hace tiempo el hip hop y el rap, que parecen aglutinar todo el espíritu de rebeldía de la adolescencia. Me gusta pensar que aún quedan quienes piensan que con una guitarra se puede mostrar todo el desencanto que se vive a esas edades.
¿Cómo ves la aventura de Helio, desde el momento actual? ¿Qué podía haber cambiado?
Nuestras Historia es como la de tantas bandas, que se quedaron en agua de borrajas: buenas criticas, y sufriendo los oídos sordos de la mayoría. Sufrimos las carencias que suelen padecer las bandas de rock and roll en nuestro país. Llegamos hasta donde un grupo puede llegar con una compañía independiente pequeña. Creo que teníamos un directo bastante “creíble” que para una banda de powerpop es algo importante. Pero con todo esto no quiero decir que no me sienta orgulloso de todo lo que vivimos, sí, fueron años bonitos, y pienso que el legado está ahí, no se si se valoró lo suficiente en su momento o no, pero ahí quedan las canciones, eso es lo importante, para quien quiera oírlas ahí están, nuestra modesta aportación al pop nacional.
¿Das muchas vueltas a las composiciones, o prefieres que preserven su frescura?
Para mí componer sigue conservando ese toque incontrolable que lo hace mágico. Tiene esa parte vital de soltar fantasmas, y luego está el lado de ensoñación, quizá tenga algún parecido con lo que siente un director de cine cuando dirige sus películas, o cuando un pintor crea sus cuadros. Sirve tanto para contar lo que sientes y vives como para meterte en la piel de personajes que están en las antípodas de tu forma de ser. En cuanto a los métodos, no tengo una forma fija, lo mismo una canción sale casi instantánea, que otra se resiste o cambia de forma a última hora, no es raro que alguna composición que estaba casi lista para entrar en el estudio cambie a ultimísima hora por un nuevo enfoque. Tengo claro que al principio como captura de la idea, la frescura es lo más interesante, luego con todo lo que estos años me pueden haber dejado de experiencia, intento conducirla hasta el final. Pero me encanta probar cosas, jugar con las ideas, darles la vuelta, ponerlas casi del revés por decirlo de algún modo.
Creo que los temas están ajustados y perfectamente revestidos, ¿te tentó añadir más arreglos de los que has usado, experimentar más en alguna canción específica?
No, los arreglos que quedaron me los pensé bien y estaban trabajados sin prisas. Vi que los temas funcionaban bien con lo que había y así se quedaron. El trabajar en solitario tiene ese lado bueno, te permite meterte en la piel de cada uno de los músicos, pensar como un bajista, como un batería, eso a la postre creo que te abre el campo, miras la música de una forma más abierta. Aun así siempre pienso en los arreglos como algo que tiene que estar al servicio de la canción, Al final la canción es la que manda. Mantener el espíritu que quiero, por encima de un arreglo u otro. Con los adelantos técnicos de hoy en día, es posible hacer cosas que antes solo estaban al alcance de músicos con muchos medios. Así puedo emular el espíritu casi festivo de búsqueda, que se empezó a tener en la mitad de los 60, cuando los Beatles dejaron de actuar y se metieron a grabar por ejemplo “Revolver”.
¿Qué artistas de los últimos años piensas que tienen marchamo de clásicos?
De entrada me parece que casi siempre las cosas más interesantes musicalmente hablando, se producen lejos de los grupos ya establecidos, bandas incipientes que con aún poco recorrido derrochan frescura y nos traen viento fresco con sus canciones. Pero bueno, por citar algunos, dentro de la escena española me gustaría nombrar a Lapido, que me parece se esta ganando a pulso un puesto entre los indispensables del pop y rock de aquí. Personalmente pienso que si The Sunday Drivers siguen con ese nivel de canciones llegarán bien alto.
De fuera, Paul Weller ha conseguido un estatus de clásico de la escena mundial en cuanto a rock, es un tío al que en el Reino Unido lo consideran bastante influyente y su larga trayectoria lo avala. Por el lado americano, mencionaría a Wilco como “la banda” que ha recogido el testigo de REM, en cuanto a lo que se espera de grupos así, con un buen equilibrio entre imaginación y rock and roll.
¿Qué diferencia hay en tu forma de trabajar las canciones actualmente respecto de tus etapas en grupos? ¿Escuchas sugerencias en el estudio?
Desde siempre compuse en solitario, lo que sí cambia ahora es la forma de montar todos los arreglos, digamos que perfilo más por donde quiero que vayan, que dirección quiero que tomen. Esto ha ido evolucionando, y ahora que tengo una banda fija, La pistola de papá, no pretendo ser el típico líder dictador que impone criterios y le dice a cada uno lo que tenga que hacer. Siempre estoy abierto a las opiniones de los demás músicos, creo que eso va con mi forma de ser, aun así está claro que siempre existirá mucho más peso compositivo mío en el acabado de los temas, más que nada por dedicación.Al final, todo se reduce a la posibilidad de llevar una carrera medianamente constante sin tener que depender de tantas bajas en las formaciones como siempre he tenido que vivir. Si a un músico no le interesa, no puede o no le ve claro puedo contar con otro. Ya sabemos cómo funcionan las cosas del negocio musical y cómo está el panorama para el Rock, el pop, powerpop o como queramos llamar a la gente que hace canciones con bastante presencia de guitarras y melodía.
¿Sigues un proceso compositivo concreto o te mueves por impulsos?
No existe una formula magistral pero si es verdad que acabo siempre usando varias posibilidades, una veces grabo una idea que hoy parece brillante y que solo la escucha posterior varios días después dirá que tal era. Otras escribo alguna letra y eso te lleva a la música, o al contrario. También oír una canción determinada te despierta el instinto, o una película, una escena, un libro, todo lo que te llega con fuerza dentro remueve las ganas de contar algo. Puede sonar cursi, pero vivir con intensidad es la mejor inspiración.
¿Eres un compositor prolífico? ¿Qué porcentaje de composiciones no superan el corte?
No sabría decirte, antes pensaba que lo era, pero luego he tenido periodos de secano, sobre todo creo que por exceso de autoexigencia, temporadas en las que no te gusta casi nada de lo que te sale y luego, mirando con distancia esas mismas canciones, me daba cuenta de que había sido demasiado autocrítico. La perspectiva y la situación de cada momento marcan un poco el punto de vista de todo lo que uno compone o hace. Hace un año y pico leí que Kurt Wagner, del grupo Lambchop se propuso para el trabajo de uno de sus álbumes la tarea de componer un tema cada día, me pareció una idea atractiva para probarla y la llevé a cabo, durante un tiempo cumplía religiosamente esa “obligación” pero luego no pude mantener ese ritmo por que tenia que llevar otras cosas adelante. Pero es curioso como en esas ideas de canciones diarias, se reflejaba el estado de ánimo de cada día. Un buen diario de abordo, si señor.En cuanto a las canciones que se quedan fuera, pues te diré que para Plasticland fueron 3, siempre suele pasar que algunas no entran, pero no quedan “vetadas” para siempre, algunas veces recupero temas que no entraron en otras selecciones.
Bueno, cuéntanos la peripecia de “Plasticland” y en qué estado están las cosas.
Plasticland era un proyecto que durante un tiempo permaneció dormido, la idea surgió desde la última etapa de HELIO, en un tiempo muerto, compuse una colección de canciones que quería grabar en solitario, al margen del grupo, luego esta historia se fue completando y en 2003 por fin se publicó, Grabé una maqueta previa donde perfile minuciosamente cada una de las canciones, con esta maqueta acabada, fui contactando con los músicos que me ayudaron a grabarla en el estudio. Tocaron en total 8 músicos a los que repartí los temas. Las baterías las grabaron Paco Parra de Helio, 4 temas, Manolo Escacena, que ha tocado con infinidad de bandas, entre las últimas Señor Chinarro, 2 canciones, y Roque , otro ilustre baterista sevillano que ha militado en un buen puñado de formaciones, puso sus baquetas en 2 composiciones. El bajo lo metió Pacoco de Helio en todos los temas menos uno que lo hizo también Roque, yo me ocupé de todas las guitarras, teclados y coros, para finalizar José Romero y Chencho pusieron las voces. También Álvaro Helio y Sandra Hébridas colaboraron en los coros.
¿No te dio quebraderos de cabeza coordinar a todos los participantes del disco?
No demasiados. Lo curioso es que la banda nunca se vio al completo, pero aun así, creo que el resultado no es para nada frío. Trabajé de forma aislada con cada uno, adaptándome a cuando podían, así ellos se prepararon los temas con la referencia de la maqueta y tras unos pocos ensayos nos citamos en el estudio de grabación para registrar las canciones. De hecho todo eso fue más rápido que la grabación de las guitarras y teclados, que como disponía de todo el tiempo del mundo el estudio, pues me encerraba allí, solo, y me ponía a grabar tomas, probaba aquí y allá. Me lo pasé genial.
¿Por qué el reparto del repertorio entre dos cantantes solistas?
Bueno el criterio fue el mismo por el cual repartí las canciones entre 3 bateristas, para no cargar mucho de trabajo a cada uno. Era más fácil convencer a la gente diciéndole que cantará 3 temas por ejemplo a que se preparara un disco entero. Sólo fue eso, para hacérselo más fácil, ya que prácticamente todos tenían otras bandas y lo que yo no quería era montar una banda previa para el disco.
¿Te has planteado en un futuro lanzarte a cantar tu repertorio?
Uff, siempre estoy a un paso de eso, pero siempre pienso que las canciones se merecen una voz mejor que la mía, la verdad, quizás ya hace tiempo que debí dar ese paso, desde Helio siempre compuse para que luego otra voz cantase mis canciones, como por ejemplo le ha ocurrido a Lapido con los 091, pero él ya se ha decidido a dar ese paso, y pienso que cuanto antes lo haces antes comienzas a labrar tu propio “estilo”. Las canciones hay que defenderlas en directo, con dignidad y no digo que no me crea capaz, pero ocurre que el tipo de canciones que me gustan siempre han agradecido una buena voz, el pop, el powerpop todos esos estilos donde la melodía es importante y donde un buen cantante puede llevar la canción a su máximo rendimiento. No se realmente, pero no es descabellado que algún día lo haga.
¿Cómo va el asunto del directo? ¿Piensas presentar “Plasticland” en algunas ciudades si se normaliza su distribución?
Claro, desde Enero estamos ya rodando por los escenarios y es nuestro deseo seguir presentándolo por toda España.
¿Cómo percibe la música el José Casas actual respecto del de hace quince años?
Me hace gracia cómo los ciclos musicales te quitan o te ponen en órbita. Cuando comenzamos con HELIO, unos chavales imberbes que adoraban la música de los 60, la Nueva Ola nos marcó el camino. Ahora parece que ese estilo lleva algunos años floreciendo, y estilos que se han considerado minoritarios como el powerpop vive buenos tiempos.
Parece que el rock and roll en general está recobrando algo de vida y salud, está claro que el carácter callejero de la música lo tienen ganado desde hace tiempo el hip hop y el rap, que parecen aglutinar todo el espíritu de rebeldía de la adolescencia. Me gusta pensar que aún quedan quienes piensan que con una guitarra se puede mostrar todo el desencanto que se vive a esas edades.
¿Cómo ves la aventura de Helio, desde el momento actual? ¿Qué podía haber cambiado?
Nuestras Historia es como la de tantas bandas, que se quedaron en agua de borrajas: buenas criticas, y sufriendo los oídos sordos de la mayoría. Sufrimos las carencias que suelen padecer las bandas de rock and roll en nuestro país. Llegamos hasta donde un grupo puede llegar con una compañía independiente pequeña. Creo que teníamos un directo bastante “creíble” que para una banda de powerpop es algo importante. Pero con todo esto no quiero decir que no me sienta orgulloso de todo lo que vivimos, sí, fueron años bonitos, y pienso que el legado está ahí, no se si se valoró lo suficiente en su momento o no, pero ahí quedan las canciones, eso es lo importante, para quien quiera oírlas ahí están, nuestra modesta aportación al pop nacional.
¿Das muchas vueltas a las composiciones, o prefieres que preserven su frescura?
Para mí componer sigue conservando ese toque incontrolable que lo hace mágico. Tiene esa parte vital de soltar fantasmas, y luego está el lado de ensoñación, quizá tenga algún parecido con lo que siente un director de cine cuando dirige sus películas, o cuando un pintor crea sus cuadros. Sirve tanto para contar lo que sientes y vives como para meterte en la piel de personajes que están en las antípodas de tu forma de ser. En cuanto a los métodos, no tengo una forma fija, lo mismo una canción sale casi instantánea, que otra se resiste o cambia de forma a última hora, no es raro que alguna composición que estaba casi lista para entrar en el estudio cambie a ultimísima hora por un nuevo enfoque. Tengo claro que al principio como captura de la idea, la frescura es lo más interesante, luego con todo lo que estos años me pueden haber dejado de experiencia, intento conducirla hasta el final. Pero me encanta probar cosas, jugar con las ideas, darles la vuelta, ponerlas casi del revés por decirlo de algún modo.
Creo que los temas están ajustados y perfectamente revestidos, ¿te tentó añadir más arreglos de los que has usado, experimentar más en alguna canción específica?
No, los arreglos que quedaron me los pensé bien y estaban trabajados sin prisas. Vi que los temas funcionaban bien con lo que había y así se quedaron. El trabajar en solitario tiene ese lado bueno, te permite meterte en la piel de cada uno de los músicos, pensar como un bajista, como un batería, eso a la postre creo que te abre el campo, miras la música de una forma más abierta. Aun así siempre pienso en los arreglos como algo que tiene que estar al servicio de la canción, Al final la canción es la que manda. Mantener el espíritu que quiero, por encima de un arreglo u otro. Con los adelantos técnicos de hoy en día, es posible hacer cosas que antes solo estaban al alcance de músicos con muchos medios. Así puedo emular el espíritu casi festivo de búsqueda, que se empezó a tener en la mitad de los 60, cuando los Beatles dejaron de actuar y se metieron a grabar por ejemplo “Revolver”.
¿Qué artistas de los últimos años piensas que tienen marchamo de clásicos?
De entrada me parece que casi siempre las cosas más interesantes musicalmente hablando, se producen lejos de los grupos ya establecidos, bandas incipientes que con aún poco recorrido derrochan frescura y nos traen viento fresco con sus canciones. Pero bueno, por citar algunos, dentro de la escena española me gustaría nombrar a Lapido, que me parece se esta ganando a pulso un puesto entre los indispensables del pop y rock de aquí. Personalmente pienso que si The Sunday Drivers siguen con ese nivel de canciones llegarán bien alto.
De fuera, Paul Weller ha conseguido un estatus de clásico de la escena mundial en cuanto a rock, es un tío al que en el Reino Unido lo consideran bastante influyente y su larga trayectoria lo avala. Por el lado americano, mencionaría a Wilco como “la banda” que ha recogido el testigo de REM, en cuanto a lo que se espera de grupos así, con un buen equilibrio entre imaginación y rock and roll.
¿Qué diferencia hay en tu forma de trabajar las canciones actualmente respecto de tus etapas en grupos? ¿Escuchas sugerencias en el estudio?
Desde siempre compuse en solitario, lo que sí cambia ahora es la forma de montar todos los arreglos, digamos que perfilo más por donde quiero que vayan, que dirección quiero que tomen. Esto ha ido evolucionando, y ahora que tengo una banda fija, La pistola de papá, no pretendo ser el típico líder dictador que impone criterios y le dice a cada uno lo que tenga que hacer. Siempre estoy abierto a las opiniones de los demás músicos, creo que eso va con mi forma de ser, aun así está claro que siempre existirá mucho más peso compositivo mío en el acabado de los temas, más que nada por dedicación.Al final, todo se reduce a la posibilidad de llevar una carrera medianamente constante sin tener que depender de tantas bajas en las formaciones como siempre he tenido que vivir. Si a un músico no le interesa, no puede o no le ve claro puedo contar con otro. Ya sabemos cómo funcionan las cosas del negocio musical y cómo está el panorama para el Rock, el pop, powerpop o como queramos llamar a la gente que hace canciones con bastante presencia de guitarras y melodía.
¿Sigues un proceso compositivo concreto o te mueves por impulsos?
No existe una formula magistral pero si es verdad que acabo siempre usando varias posibilidades, una veces grabo una idea que hoy parece brillante y que solo la escucha posterior varios días después dirá que tal era. Otras escribo alguna letra y eso te lleva a la música, o al contrario. También oír una canción determinada te despierta el instinto, o una película, una escena, un libro, todo lo que te llega con fuerza dentro remueve las ganas de contar algo. Puede sonar cursi, pero vivir con intensidad es la mejor inspiración.
¿Eres un compositor prolífico? ¿Qué porcentaje de composiciones no superan el corte?
No sabría decirte, antes pensaba que lo era, pero luego he tenido periodos de secano, sobre todo creo que por exceso de autoexigencia, temporadas en las que no te gusta casi nada de lo que te sale y luego, mirando con distancia esas mismas canciones, me daba cuenta de que había sido demasiado autocrítico. La perspectiva y la situación de cada momento marcan un poco el punto de vista de todo lo que uno compone o hace. Hace un año y pico leí que Kurt Wagner, del grupo Lambchop se propuso para el trabajo de uno de sus álbumes la tarea de componer un tema cada día, me pareció una idea atractiva para probarla y la llevé a cabo, durante un tiempo cumplía religiosamente esa “obligación” pero luego no pude mantener ese ritmo por que tenia que llevar otras cosas adelante. Pero es curioso como en esas ideas de canciones diarias, se reflejaba el estado de ánimo de cada día. Un buen diario de abordo, si señor.En cuanto a las canciones que se quedan fuera, pues te diré que para Plasticland fueron 3, siempre suele pasar que algunas no entran, pero no quedan “vetadas” para siempre, algunas veces recupero temas que no entraron en otras selecciones.
Publicado en el nº 241 de la revista Ruta 66.
16 octubre 2007
CICLO POP ROCK 2.007
Teatro José Tamayo, Granada. 21, 22 y 23 de Junio de 2.007.
Esta X edición de los conciertos del Central, ampliados por segundo año consecutivo de Sevilla a Málaga y Granada, volvió a ofrecer un cartel suculento. En Granada el jueves abrió fuego STUART A. STAPLES. El cantante de Tindersticks apareció en escena arropado por una banda sobria y distante, a medio gas pero por lo menos sutil; recreando un sonido cuidado y rico en detalles, sin protagonismos. Los instrumentos iban entrando y saliendo sin sobresaltos en el desarrollo de cada tema durante los sesenta y cinco minutos que duró su concierto: las teclas de David Boulter, alternando piano y órgano, y usando, entre otros instrumentos, una pandereta accionada con un pedal de bombo; la guitarra eléctrica de Neil Fraser, tomando la acústica en ocasiones puntuales; o Terry Edwards, contenido e inconmensurable en sus subrayados tanto de trompeta de bolsillo como de saxo barítono (compaginando ambos en muchas ocasiones). El bajista usó tanto bajo como contrabajo, y el batería se esforzó denodadamente por conseguir ese roce de escobillas, a veces un leve chasquido percusivo apenas apreciable (pareció relajado al tomar los palillos). Sin coros, Staples volvió a ser ese maestro de ceremonias ausente e introvertido que evita la mirada del público, así como cualquier tipo de comunicación ajena a su interpretación; y que sólo se permite algo más que una breve sonrisa cuando yerra al acometer los acordes de un tema. Con un gran repertorio, centrado en su etapa en solitario, desplegó esa voz entre profunda y vulnerable, tras cada one, two, three… con que daba comienzo a cada canción. Siempre evocador, con el deje humeante y añejo de un crooner presa de una tristeza desvaída y estoica. El primer tramo de la velada siguió el orden de su último trabajo, “Leaving songs”: “Old friends”, “The Path” con Edwards usando como contrapunto armónico un xilófono de juguete, “Witch way the wind” y “This road is long”. Posteriormente, temas antiguos enrarecieron lentamente con su nocturnidad el ambiente: “People fall down” con el teclista aplicado a la melódica y Edwards a la flauta o “Marseilles sunshine”, único tema sin batería, con un metrónomo marcando los tiempos y un halo mágico perfilado por punteos de guitarra eléctrica, en uno de los pocos momentos en que ésta tomó cierto vuelo independiente. Para la briosa versión de Townes Van Zandt (“Sixteen summers, fifteen falls”) y “Already gone”, el sonido se basó en guitarras acústicas. Mientras, en “Say something now” y la irresistible “That leaving feeling” sonaron más compactos y directos que nunca. Así como delicados en “Pulling into the sea” y “Live come a long way”, final de su breve bis.
La siguiente jornada se inició con SOUTHERN ARTS SOCIETY, que es el nuevo proyecto de Andy Jarman (A popular History of Signs, Strange Fruit, Aquaplane). El inglés afincado en Sevilla se enroca y abunda en ese sonido planeador y bailable, trufado de detalles electrónicos, programaciones y variados samples, que, en su movimiento ondulado, traza una línea psicodélicamente recta entre Echo & The Bunnymen y el sonido Madchester. Correcta actuación, con una base rítmica estimulante de bajo (el suyo) y batería de tracción manual, guitarra deudora de los ochenta británicos, teclados y samples. La conexión americana, apreciable en algunos momentos de su último disco, aquí se redujo a un par de slides, ya que el repertorio, salvo algún medio tiempo, se ciñó a su lado más chispeante y pop. Como siempre en el caso de Andy, un envoltorio atractivo que no termina de calar.
Pocos minutos después apareció HOWE GELB, el hombre del desierto, acompañado inicialmente por bajista y baterísta, dos tipos que vigilaban entre divertidos y temerosos cualquier giro instrumental del jefe. Comenzó su parte a ritmo de ragtime con el piano, colocándose su enorme sombrero de alas generosas y unas gafas negras para protegerse de la luz de los focos. Al poco se hizo con la guitarra y, tomando asiento, interpretó las principales joyas de su último “Down Home”, “Return to San Pedro” (“World stand still”, “The Hangin´judge” y el blues “All done in again”). La base rítmica seguía las evoluciones de su rebelde acústica de forma tenue, acariciadora, aunque también vivaz. Gelb, por su parte, lucía para solaz de la audiencia, siempre expectante, su forma de tocar, una mixtura nerviosa de referencias country, fronterizas, jazzísticas y blues. Tan expresiva como austera, por momentos violenta, imperfecta, impresionista. Sus dedos viajan sobre las cuerdas de su guitarra como al borde de un descarrilamiento que nunca llega a producirse. Un instrumento que en sus manos no se conforma con el patrón estilístico que se le supone. Y la voz, alternando su célebre doble micro, el que trata ese tono amodorrado y el que la ofrece tal cual, con algún resabio de Lou Reed. Un concierto con su punto anárquico, canciones deshilachadas; más que comenzarlas parece subirse a lomos de ellas al verlas pasar, para posteriormente finiquitarlas con un leve gesto, dejando la sensación de que podían durar perfectamente dos o tres minutos más sin caer en la reiteración. Cuando presentó a Dave McGowan, que apareció tomando la guitarra hawaiana, tuve la sensación de que no caería ningún tema del celebrado “´Sno angel like you” y así fue. Tocó al piano la inmensa “The Shiver” y compartió éste con la guitarra para interpretar “Classico”, despidiendo esa primera parte con otra breve pieza al piano. ISOBEL CAMPBELL salió a escena tras una reverencial presentación de Howe. Definitivamente chirriaba: la sonriente rubia con su camiseta marinera, tirando de su cuaderno, su violonchelo, y colocando su botella de agua en medio de esa panda de rednecks con pinta de estar tratando de hacer funcionar su vieja camioneta en mitad del desierto de Arizona. Gelb no pretendía dejar de ser Gelb ni un solo segundo, quería seguir siendo factor sorpresa; se pasaba los minutos buscando las letras de los temas entre el desorden de folios que tenía sobre el piano, rompiendo cualquier remota posibilidad de ritmo de concierto, acaparando todo el protagonismo y reduciendo la presencia de Isobel a un papel más bien ornamental. Constante ironía, temas de breves segundos y un cancionero, el del notable trabajo de Isobel Campbell y Mark Lanegan, que iba sucediéndose en escena superando la patente sensación de escasez de ensayos conjuntos. De esa guisa sonaron “Black mountain” y “Deus ibi est” con Peter Dombernowsky golpeando el timbal con la palma de una mano y una maza; con Howe al piano interpretaron “Ballad of the broken seas” (dejada a medias), el valsecito “(Do you wanna) come walk with me”, y una perezosa “Honey child what can i do”. Estupenda resultó la revisión de “Ramblin´man”, con la guitarra eléctrica de McGowan rasgando y destacando por única vez (antes todo lo había tocado con acústica y hawaiana) e Isobel aplicada a las maracas; y la dylaniana “The circus is leaving town” que parece gustar al Gelb, que la cantó tomando los dos micros a la vez, sin usar ningún instrumento. En mitad de todo esto se coló el tema de Giant Sand “Cracklin´water”. Cuando se despidieron, el calor sofocante hizo que a más de uno le pareciese una gran idea y se largase apresuradamente de la platea, pero ellos volvieron para decir adiós con “Sand” de Hazlewood (qué mejor Nancy que Isobel) y con una repetición de “Honey…”, seguro que por ser el segundo tema más hazlewood de la noche.
Tercer y último día. En el escenario que espera a RON SEXSMITH y su banda no se ve nada parecido a un piano. En efecto, Ron sale armado de guitarra acústica junto a sus músicos (un trío de guitarra, bajo y batería). Poca variedad instrumental esta vez, el formato más práctico y directo al grano pop-rockero de los tres días. Con chaqueta de terciopelo y camisa con chorreras, el canadiense se mostró simpático, hablador y expeditivo en la ejecución de los temas. Se trató de un repaso rápido a su discografía, sin pausas, obviando acaso un repertorio más evidente. Así, salvo momentos como “Pretty little cemetery” y el rotundo clasicismo de “Reason for our love”, la cosa sonó como un combo de power-pop con clase y, otra vez, a medio gas; de sonido eficiente para despachar una actuación que no llegó a los cuarenta y cinco minutos. Un suspiro que al menos permitió percibir en vivo la facilidad melódica de Sexsmith; la brillantez y tersura de unas composiciones que abrigan la resolución del pop y el recogimiento y reflexión del folk más luminoso. “Some dusty things” sonó con Tim Bovaconti tocando la mandolina eléctrica, al igual que “Pretty…”; destacando con luz propia también la esplendorosa “Whishing wells”, “Cold hearted Wind”, “How on earth”, y la inopinada despedida: tras explicar que era un tema que escuchaba de pequeño, la banda interpretó una meritoria revisión en castellano de “Eres tú” de Mocedades (sin las inmejorables armonías vocales del original pero al menos intentándolo). El estupor se apoderó del público, que soltaba risitas (¿se sentirían como aquel moderno público barcelonés cuando Jarvis Cocker abrió una selecta sesión de DJ con “Un rayo de sol” de Los Diablos?).
MAGNOLIA ELECTRIC CO. cerró este provechoso fin de semana. La versión eléctrica de Jason Molina puso sobre el escenario durante ochenta minutos todos los kilómetros de carretera que llevan a la espalda, todo el polvo pateado y toda la sabiduría acumulada. Fue la única actuación del ciclo en la que me sentí realmente partícipe de un acto de comunicación entre músicos y público. Jason, como gran songwriter que es, narra sus canciones, las transmite como explicándolas. Conversando, gesticulando y mirando al público, cuenta una historia, una experiencia, una sensación. El cuarteto que le acompaña no le va a la zaga, la base rítmica retiene el tempo y lanza los temas a su justa velocidad, la guitarra de Jason Groth arrebata, ataca riffs, gime, puntea briosa, se tensa, tiembla; y no para de entablar diálogo con la de Jason, cuyos punteos acompañan el perfil eléctrico de espinas que marca aquélla. Es como entrar en el mundo del Neil Young de 1.974 con buen ánimo. Empezaron con “Talk to me devil, again”, seguida de “Hold on Magnolia”, y desde ahí el sonido fue creciendo, haciendo llegar a los presentes toda su profundidad, sublime en momentos como “The dark don´t hide it”, “Leave the city” (con el teclista Mike Kapinus haciendo uso de esa magnífica trompeta fronteriza), “Lonesome valley”, “Oh Grace”, “Montgomery” o “Siloh”. Al finalizar el concierto, Jason quiso reconocer el mérito de un grupo de seguidores que habían seguido a la banda durante sus cinco fechas españolas, bajando a las butacas para saludarlos y dedicándoles el tema de cierre y único bis, un magnífico “Memphis moon”.
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13 octubre 2007
DIRECTO EL TERRAL 2.007
MINK DE VILLE, ELVIS COSTELLO & ALLEN TOUSSAINT
Playa del Peñón del Cuervo (Málaga), 14 DE JULIO DE 2.007.
Publicado en el nº 242 de la revista Ruta 66.
Playa del Peñón del Cuervo (Málaga), 14 DE JULIO DE 2.007.
Noche de vibrante reciclaje y regusto r´n´b en esta nueva edición de El Terral malagueño. Willy Deville, recordando sus treinta años de grabaciones decide girar de nuevo bajo el nombre de su banda de siempre, MINK DEVILLE. Por otro lado, ELVIS COSTELLO traslada con brillantez a los escenarios su feliz encuentro con ALLEN TOUSSAINT, y ese jugoso cruce de las bandas de ambos. Buena noticia: repertorios incontestables, pues, sacados otra vez de gira sin que ni un solo tema cojee. Willy apareció en escena bastante puesto y con una banda bien montada que lo recibió en plan jazz latino: antiguos colaboradores como el bajista Bob Curiano y el baterista Shawn Murray, percusiones latinas, un piano versátil, como precisa su cancionero, un guitarrista eficiente y dos coristas negras coloreando inmensamente los temas. Pecó, muy al contrario que su predecesor, de falta de dinamismo, probablemente porque no se podía permitir un ritmo más alto. Con pelo largo y las sienes rapadas, ni el idílico marco costero del concierto restó impacto a su imagen entre corsario y canalla urbano. Cadavérico, el hombre de los colmillos de oro, se mostró muy bien de voz, y con el ánimo torcido de siempre, a un paso de la entrega definitiva. Abrió fiero, eléctrica en ristre y sin apartar la mirada de su atril, con una muy aceptable “Venus of avenue D”, seguida de “Spanish stroll”, de la que nos perdimos la mayoría del diálogo con Rosita. Los coros y las percusiones proporcionaban un calor muy especial a los temas, sobre todo en esos medios tiempos de inspiración hispana y latina, como “Chieva”, en la que Deville tomó la armónica, con el guitarrista Mark Newman sentado tocando guitarra española; “Heart & soul” y la magnífica “Mixed up, shook up girl”, entretejidas ambas con acústica y española; el aire latino que impregnó la rotundidad de “Italian shoes”, o las siempre frescas “Demasiado corazón” y “Hey Joe”. Algunos desajustes de sonido, las bromas, a veces sólo por él entendidas, con sus músicos y asistente, y las parrafadas con el público, frenaban un concierto que rayaba a un gran nivel cuando Willy se ponía a ello, como en “Bacon fat”, de André Willians, que puso frenético latido r´n´b; endureciéndose la cosa con “White trash girl”, que sonó como un ciclón con el pianista de pie fundiendo el órgano y sin coristas a la vista. Una crudeza que se extendió a “Muddy Waters rose out of the Mississippi mud”, con Deville concentrado en voz y armónica, la slide echando chispas y el percusionista Boris Kinberg dándole a la tabla de lavar. Para “Trouble in mind” trazó una slide deshilachada pero efectiva, unida a la profundidad rasposa de su voz, y en el tramo final apretó de nuevo los dientes enlazando “Savoir faire” con “Cadillac walk”. La despedida quedó en todo lo alto con una increíble (esos coros) “Steady drivin´man”.
Lo de Costello y compañía fue otra cosa, el inicio con “Modern Woman” resultó fulgurante, una entrada en materia directa, poniendo todas las cartas sobre la mesa desde el primer minuto. Ante nosotros estaba el Costello siempre fiable en directo, enérgico y arengador, incansable y comunicativo maestro de ceremonias; jalonado por los inconmensurables metales de la banda de Allen Toussaint, el guitarrista habitual de éste, y los músicos aportados por él: Steve Nieve con su Hammond B3, y la base rítmica formada por la batería de Pete Thomas y el bajo de Davey Faragher. Toussaint, por su parte, recorría divertido los temas con su piano, dejando una estela inconfundible. Tras ese inicio Costello atacó “(I don´t want to go to) Chelsea”, comenzando así su particular recorrido por sus clásicos. Sin pausa, Toussaint empezó con lo suyo interpretando “A certain girl”, que popularizara Ernie K-doe y él firmara con el mítico seudónimo Naomi Neville; así quedaron expuestas las vías por las que discurriría la actuación. Con ese ritmo trepidante y esa musicalidad brillante y untuosa tocaron temas de su álbum compartido: otros clásicos firmados por Toussaint como “Tears, tears and more tears” y “Who´s gonna help brother get further”, ésta quizá la muestra más palpable de esa voz enguantada de Toussaint, acariciadora y con un deje aún juvenil (aquí destacó también, siendo muy celebrado, el fraseo del carismático trombonista Sam Willians). Costello a su vez interpretó “Nearer to you”, popularizada en su día por Betty Harris, abandonando la guitarra y paseándose con el micro por el escenario, poniéndole toneladas de sentimiento (a destacar el duelo entre el B3 de Nieve y el piano de Toussaint), y la contenida “River in reverse”. Toussaint aportó además otras de sus creaciones con el apoyo vocal de Costello, como “Play something sweet”, una animosa “Yes we can can” y “Get out my life woman”, esta vez con B3 y piano en animado diálogo.
Elvis, sudoroso y embutido en su traje, se mostraba expeditivo, cantando mejor que nunca, dirigiendo a la banda, cambiando de guitarras y consumiendo los tés que diligentemente le preparaba su asistente. Ponía toda su indudable profesionalidad y sentido del espectáculo sobre el escenario, invitando al público a participar, y diciendo “muchas grasias” con acento más bien mejicano. Acometió con furia parte de su mejor repertorio, que queda singularmente realzado por los arreglos de vientos del maestro de Nueva Orleáns: elevan su pop a su antojo, y perfilan, rutilantes, las partes r´n´b o reggae, con el añadido de esos finales de metales encendidos. Canciones como “Watching the detectives” (con Steve Nieve jugueteando con el theremin), unas especialmente contundentes “Pump it up” y “High Fidelity”; “Alison” compartida con el público, y “Clubland”, en las que Nieve y Toussaint intercambiaron sus respectivos instrumentos. Toussaint no paraba de sonreír, imagino que satisfecho con el recibimiento tanto de sus recientes lanzamientos junto a Costello como de esta gira. Su piano era una gozada en sus clásicos, sirviendo de acompañamiento más discreto a los temas de su compañero. De negro y con una corbata plateada, se mantenía en un segundo plano tras el huracán Costello, desviando los aplausos del público hacia el de Liverpool señalándole con los índices, ese gesto tan típico del Show business norteamericano. Los bises los inició Costello con “Monkey to man”, tema ya de por sí imbuido del espíritu de Nueva Orleáns, aquí llevado en volandas por los metales y los coros de éstos. Continuó con una “Deep dark truthful mirror”, excelsa, casi excesiva, evolucionando en un crescendo constante iniciado por su acústica y el piano. Seguida de la interpretación casi unida de “Bedlam” y “Fortune Teller”, destacando en ambas de nuevo la intensidad y los duelos de teclas, apreciándose menos en esta última el theremin de Nieve. Como apoteósica despedida, Costello interpretó “The sharpest thorn” de nuevo en plan crooner desatado, cantando con el público y con la sección de metal rodeándolo en el escenario.
Publicado en el nº 242 de la revista Ruta 66.
10 octubre 2007
“CAÓTICA ANA” (Julio Medem, 2.007)
Las películas de Julio Medem tienen eso, con una incontenible (a veces obsesiva) vocación de epatar, enlazan situaciones sorprendentes entre percepciones estéticas envolventes, ofreciendo una turbadora sensualidad, y provocando sensaciones encontradas junto a una leve y persistente sensación de inquietud; como caminar sin rumbo entre espejos que nos devuelven un mundo similar al nuestro, pero nunca igual, entretejiendo absurdo, belleza y desasosiego, siempre al borde de un precipicio, de una ruptura en seco que rezamos secretamente para que no llegue, aunque su proximidad consiga hacer palpitar nuestro corazón (¿suele palpitar tu corazón cuando vas al cine?). Lo inverosímil se cuela en lo real, la magia toma la calle, los silencios, los suspiros, las miradas y gestos. Es entonces cuando el director vasco suele apuntarse su victoria: algo te ha arrancado de la butaca, has entrado dentro y, a partir de ahí, todo cobra un sentido y un tempo propios. La anécdota argumental de “Caótica Ana”, su estructura y construcción, son tan rutilantes, arriesgadas y originales como todas las que Medem ha desarrollado en su cinematografía, tienen su sello inequívoco de hábil y elocuente planeador de abismos. El vaivén de la Historia, los sueños, y los viajes de la mente propulsan un paso más allá la imagineria medemniana, que en esta ocasión me trae a la memoria la letra del tema “Mi prima y sus pinceles” de Josele Santiago. Además, aporta el atractivo de una reflexión lúcida acerca de la inexorable repetición cíclica del mal mientras la evolución del alma humana y el sentido moral que se espera del hombre quedan estancados; y personalísima sobre el papel de la mujer a lo largo de los siglos. Las líneas maestras que Medem desarrolla, como puede verse, parten de profundas reflexiones, de una atenta observación; sus protagonistas, siempre singulares, nadan con perplejidad y cierta inocencia, tratando de desenvolverse en el ancho mar de la existencia. En mi opinión, la gravedad que subyace en todo este proceso, y en esta película también, contrasta con el punto flaco de diálogos a menudo banales, un punto chocantes y hasta pueriles (acaso por razón de esa gravedad a la que me refiero). Los filmes de Julio Medem se experimentan, son una actividad en la que el espectador, incluso en el caso de no quererlo, toma partido, se deja llevar o se resiste, se involucra o salta cuando el tren va cogiendo velocidad. La pasividad habitual de la relación entretenedor-entretenido no es posible. De ahí que esté de más contar cosas sobre la película o resumir el argumento. Sólo diré que todo es una jodida y maravillosa aventura. Los actores vuelven a mostrar una dimensión distinta. La protagonista, Manuela Vallés, se come la cámara sin piedad desde el primer minuto, es una belleza de una naturalidad desarmante, totalmente desarmante. Respecto de la música, quizá lo que menos me suele atraer de este director, destaca la versión de Antonio Vega del tema de Enrique Urquijo “Agárrate a mí, María” un golpe seco de emoción que, en mi caso, imbrica la peripecia que se desarrolla en la pantalla con el significado que esa canción tenía para Enrique, y con la sensación de susurro ahogado y desesperanzado que deja viniendo de Antonio, y más viéndole interpretándola en la pantalla.
29 septiembre 2007
LUIS ARRONTE "Sólo Ida" (El Ejército Rojo, 2.007)
La cofradía planetera acoge en su sello el debut discográfico de este músico y periodista musical afincado en Granada. Es la de Luis una expresión limpia, meditabunda y algo quebradiza, hecha de momentos pop y folk confesionales, sugerentes; con luz tamizada antes que empastados de oscuridad. Aunque predomina el aliento acústico, la electricidad está presente, y se huye con pavor de la linealidad melódica, aun tratándose de composiciones de sencilla estructura. Creo que Arronte ha macerado convenientemente su repertorio buscando insufrarle vida y color; hacerlo dinámico y carnoso sin comprometer su esencia. Los temas no terminan, tras varias escuchas, licuados en un todo arrullador, sino que van acomodándose en la memoria a su capricho, haciéndose reconocer, tararear y desear. Tal vez por eso sea para mí el trabajo más real y estimulante de cantautor pop hispano que he escuchado en mucho tiempo. Parte de las claves básicas del solista acústico pero sin encorsetarse, logrando expresarse con la suficiente espontaneidad como para hacer que sus canciones vuelen alto, creíbles y distinguiéndose como el pájaro de la portada, magníficamente diseñada. Esta producción del propio Arronte y Manuel Ferrón (Grupo de Expertos Sol y Nieve), se abre con una inspirada "La cuesta de enero", recogimiento folk que se acera con picos de intensidad eléctrica que terminan introduciendo un matiz psicodélico y un rastro de influencia de Los Planetas, también detectable en "La llamada", que es como una inmersión de los de J en remansos de americana (creo que les hubiese encantado firmarla), e "Historia de valientes", en la que la acústica acomete una de psicodelia encaminada hacia un final incandescente. Algo parecido a la primera sucede con "El perro de Pavlov", esta vez turbiamente transfundida por las guitarras de Florent. Hay folk espartano y brioso en "Podría ser peor" y "Ciencia ficción". Sobre tempo country también deambulan "El arte del disimulo", con su slide, y "Alta mar", donde chisporrotea el pop en ese estribillo que encantará a Manolo de Astrud. Encontramos, asimismo, la delicadeza de "Los accidentes no existen" y el obligado momento de desnudez acústica, tan cristalino como turbulento de "Destructores". Todo esto para arropar textos que enfrentan los claroscuros cotidianos de las relaciones humanas, tratando de trascenderlos, explicarlos, o simplemente hacerlos más soportables.
Publicado en el nº241 de la revista Ruta 66.
Publicado en el nº241 de la revista Ruta 66.
11 agosto 2007
"PERSPECTIVAS"
Tenía su lado estúpido sin duda, eso de ir a una cafetería a escribir; queriendo emular lo que él torpemente entendía por bohemia literaria, y sentirse así habilitado para observar a los demás por una motivación artística. Allí, sentado en una minúscula silla, apoyando su bloc sobre un breve y frío rectángulo de mármol sin siquiera algo escrito por la otra cara. Taza, platillo, cenicero y servilletero bordeaban su cuaderno, rozaban su mano, su bolígrafo solía entrechocar con ellos. De haber tenido algo interesante y perentorio que escribir le hubiese sido prácticamente imposible. Dibujaba casitas y árboles de una austeridad infantil milimétrica, ciñéndose con delectación a la cuadrícula del papel, tan lejos de lo aleatorio. Observaba de cuando en cuando por el ventanal de la cafetería, miraba los coches pasar y ni siquiera se veía con fuerza para inventarles vidas a los ocupantes de los vehículos. Como cualquier persona práctica, dudaba de la importancia real de la estética en estos asuntos, pero empezaba a echar de menos lo que él llamaba la “inspiración de las gabardinas”, los múltiples velos de grises del breve crepúsculo invernal, la amenaza latente de lluvia, el vaho que surge de las respiraciones. La nostalgia era, sin duda, la mejor distancia. Hoy, allí sentado a unas calurosas cinco de la tarde, el tiempo parecía detenido por enfermedad y ahogo; sediento y hundido en el flamear de las superficies asfaltadas. Se le hacía imposible imaginar nada fuera de ese lugar, todo estaba empantanado y ensimismado. Con una breve camiseta clara y unos pantalones cortos poblados de bolsillos, sólo le quedaba rendirse y contemplar cómo ardían los semáforos, y la pintura los iba abandonando. Dentro de la cafetería para qué mirar, vitrinas aletargadas con los dulces restantes, patéticamente asimétricos y separados, servilleteros solitarios, excesivos carteles anunciando helados prefabricados y un surfista sonriendo desde la máquina de tabaco. Televisión encendida, inaudible ante el murmullo incesante de los pocos clientes, todos habituales.
Una chica rubia entra de pronto trayendo tras de sí un insólito aire fresco que a nadie deja indiferente, aunque ninguno de los presentes se sienta demasiado motivado para romper su desgana. Algo nerviosa busca monedas frente a la máquina de tabaco del local, con su surfista iluminado. Conforme las va encontrando las introduce por la ranura, sus dedos rastrean todos los bolsillos. El tiempo apremia y angustiada observa con sus grandes ojos al camarero en busca de auxilio. Éste no se hace eco de su petición y la termina obligando a cambiar un billete, las monedas caen con estruendo. Él escribió:
“Berta decidió abandonar su hogar hacía unas tres horas, justo después de almorzar sola por enésima vez. El calor del verano le angustiaba. Ese día, no sabe bien por qué, su sueño cayó con estruendo. Quedó unos minutos en silencio hasta que se decidió a sacarlo de allí y airearlo. Por eso lleva tres horas conduciendo, para salvar unas ilusiones que respiran con gravedad en el asiento trasero. Que empujan sus lágrimas e inundan su alma de ahogo. Más tarde, ya lejos de toda visión rutinaria, se sintió por fin más ligera. Detuvo el coche y guardo silencio, hasta que notó que su sueño y ella respiraban al unísono, entonces fue el momento de sonreír, tampoco sabía muy bien por qué, y de aspirar profundamente antes de dar un paseo. Entró en una cafetería, necesitaba sentirse acompañada por la gente, formar parte de ella. Observar, escuchar y vagar el tiempo necesario para querer volver…”.
Tenía su parte eminentemente obsesiva y terca esa idea de aprovechar todos los momentos muertos para escribir, porque en realidad el trabajo era doble, ya que había que escribir y esperar a la vez, como en este caso: dentro de un coche esperando a su pareja, allí entre la calina, ante un trozo de calle emborronado por el resol y la suciedad del parabrisas, como dentro de un incesante juego de sofocantes espejos. “El tiempo muerto no es un espacio realmente utilizable, no ofrece las garantías ni el extenso abanico de posibilidades del tiempo libre. Los tiempos muertos casi siempre surgen de forma imprevista y lo impredecible de su duración no estimula para nada la creación literaria. Sobre todo si se parte de cero. Es un tiempo de enlace entre los momentos en los que nos dedicaremos a lamentarnos por no tener tiempo”.
En esta tarde detenida, enredado en sus pensamientos, aún se empecinaba en permanecer dentro del coche mientras éste ardía en constante combustión con el sol que lo envolvía. “Miríadas de partículas de luz se suspenden distraídas sobre el ventanal de la cafetería de enfrente”, volvió a anotar en su pequeño cuaderno, tamaño cuartilla ideal para ser hábilmente transportado en el abrigo, discreto para vivir en la guantera de su coche. Apoyó el antebrazo en la ventanilla bajada y la chapa quemaba. Era inconcebible continuar aparcado ahí, siguiendo los consejos de ella, “espera aquí cariño, es un segundo”, pero ya no merecía la pena cambiar de lugar, bajaría en cualquier momento; además, odiaba aparcar y odiaba los coches. El cuaderno apoyado en el volante, el cuerpo sudoroso echado hacia atrás. “Qué difícil concentrarse en un tiempo muerto”, se dijo mientras observaba a los aburridos y escasos viandantes, al semáforo en rojo que a nadie detenía, o al tipo aburrido desperdiciando su tiempo sin pudor en una cafetería ante un café previsiblemente vacío.
Una chica rubia aparece en escena, su rápido caminar destroza toda la triste armonía del cuadro que se había ido creando. Desde el coche su corazón comenzó a bombear fuerte mientras reiniciaba la escritura, “se detuvo frente a una máquina expendedora de tabaco (tachó expendedora), un modelo antiguo. Buscaba monedas por todos sus bolsillos, se podían adivinar las yemas de sus largos dedos y sus uñas barriendo nerviosas las costuras. Un tipo situado a su espalda la miraba atentamente desde su asiento. Mirada de sapo posada sobre ella, trasladándole un manto de temor, una sombra no exactamente silenciosa, más bien susurrante, indagadora. Sonia llevaba casi una semana huyendo, aunque se encontraba cada vez más inmersa en una encrucijada de ciudades. Todo había empezado a adoptar un aire peligrosamente monótono y cíclico. Todo era igual en todas partes, el principio y el final parecían haberse vuelto uno súbitamente. Estaba lejos y cerca, libre y amenazada. Vivía dentro de un juego de ovillos del que necesitaba salir, tiraba y tiraba y siempre advertía la misma figura a su espalda. Mientras escribía una carta a su mejor y única amiga, el Policía de la Mente la observaba ridículamente disfrazado, ¿qué estaría anotando? Adivinaba sus pensamientos, ella lo sabía, por eso siempre se encontraba al otro lado del ovillo. Sonia miró de pronto hacia un coche aparcado con un hombre dentro, éste rellenaba distraído un crucigrama. Salió y se apoyó en la ardiente ventanilla del conductor, éste se sobresaltó y, aunque su belleza le intrigaba, un cierto temor se cernió sobre él. “Necesito que me hagas un favor”, dijo Sonia. Él se limitó a esperar sin articular palabra. “Necesito que me lleves a un lugar que esté a una hora de aquí, el que prefieras, la única condición es que no me digas en ningún momento dónde estamos. Puedo pagarte”.
Escribir directamente sobre la pantalla del ordenador le solía provocar de vez en cuando alguna grata sorpresa, mientras rellenaba páginas y más páginas con el tamaño dieciséis. Alguna vez había encontrado una frase, una metáfora, una simple expresión digna de permanecer en su archivo. La tarde era fresca en la habitación gracias al aire acondicionado, y la ventana del primer piso ofrecía un paisaje desolador y desértico de ciudad abandonada precipitadamente, o a lo mejor simplemente petrificada. Convertida en piedra por una extraña sacudida climática. Sonrió y puso en negrita esa idea. Siempre que ejecutaba esta operación, en principio tan satisfactoria, le surgía, entre el lánguido paso de los minutos, la agobiante duda de cuántas tardes y cuántas horas serían realmente necesarias para reunir las suficientes frases, expresiones y metáforas con que completar un poemario que a veces tendía a la novela breve, o una novela que parecía querer ser extenso poema. Le ilusionó la idea de ser el único superviviente de una ciudad petrificada, cuya quietud aparecía severamente acentuada por un semáforo en absurdo y constante funcionamiento.
Le embargó la terrible nostalgia de que ya no sonaría más el timbre y, observando el paisaje, tembló al percibir que el principio fundamental de su melancolía (ese inacabable movimiento de toda índole que provocaba que cada atardecer fuese único e irrecuperable), había desaparecido. Siempre estarían ahí para él: el individuo que, bolígrafo en mano, quedó mirando por la ventana de la cafetería; o el tipo que invariablemente ocupará el asiento del conductor de su vehículo; o el camarero, eternamente a la escucha de palabras que siempre estarán a mitad de camino, encajonadas en un aire caliginoso. Palabras procedentes sin duda, de alguien situado a un metro del mostrador, pendiente de dar un paso durante toda la eternidad.
Turbado y emocionado pinchó la tecla de negrita para dejar constancia del cúmulo de sensaciones que de seguro le producirán la visión del último movimiento de los pájaros sobre cualquier tejado; su postrero batir de alas en un aire envuelto por la calígine y presidido por una triste aunque presente esfera de luz lejana, sorprendida también por la quietud en plena expresión de su luz y calor; la última caricia del viento sobre la ropa tendida; el último temblor de las cortinas; de las hojas o de las flores ya estáticas. Se estremeció en su asiento giratorio ante la certidumbre de encontrarse ante el mejor poema apocalíptico, la más sublime y a la vez perversa manera de relatar, por fin, la belleza. Una belleza ausente de movimiento.
Así hasta la llegada de ella, una chica rubia surge en dirección suya. Es portadora de una vitalidad inconmensurable. Sus prisas y su altivez devuelven el sonido a la calle, hasta ese instante ahogado por el peso de la reflexión y la evocación. Aturdido, no reaccionó hasta que sus miradas se cruzaron fugazmente. Fue entonces cuando comprendió que acababa de aparecer la compañera que secretamente anhelaba. Volvió a pulsar la tecla de negrita y se lanzó a recibirla con todos los honores. “La aparición de Beatriz supuso una sorpresa inimaginable, aunque quizá la única sorpresa posible en este mundo. Pero en cuanto nuestras miradas se cruzaron supe que ella venía de la otra mitad del mundo, que su misión era relatarme todo lo que yo no llegaría a ver, y que yo debía hacer lo mismo con ella. Valoraremos justamente la belleza, comparando el ulterior aliento de las cosas con lo que fueron, su quietud con su movimiento, colorearemos su perpetuo presente con su pasado”.
“La ciudad pierde el norte en agosto, dos puntos”. Tras atravesar varias calles solitarias sin atisbo de paseo, le volvió la costumbre de fabular mentalmente, tomar notas sin escribir, deambular gozosamente sobre una idea huidiza pero exuberante desde su alumbramiento. Componía, dentro de cierto caos, ajustados retratos, asertos en forma de epigramas, aforismos o greguerías. Necesitaba crear, y para ello andar, casi vivir andando. Pero la mayoría de las visiones, ideas o conclusiones que bullían en su cerebro se perdían en el camino de vuelta. La ida era un esplendoroso surtidor, el regreso un frágil y destartalado contenedor. Cuando miraba frente a frente al ordenador prácticamente no tenía nada que ofrecerle.
Antes de bajar a comprar tabaco dejó un título en la pantalla: “Te añoro”. Conforme bajaba las escaleras le fue pareciendo demasiado directo. Al verse obligada a abandonar la manzana de su apartamento se le antojó que limitaba su discurso. Sí, llamaba a confusión.
Caminaba dando grandes zancadas, disfrutaba la sensación de huida a la vez que la consumía. Era eso, el placer de salir de un sitio porque se llegaba a otro, el sentido de llegada más que el de partida. Suspiró al encontrar la cafetería, el calor era insoportable. Antes de entrar pensó que debía preparar las monedas, al tiempo que un individuo la miraba desde una ventana, lo supo evocando. Y lo quiso así. Una vez dentro trató de desprenderse de todo el suelto, se sintió observada por alguien sentado a su espalda, lo supo evocando. No eran suficientes monedas, corrió hacia la barra para pedir la moneda que le faltaba, pero las monedas cayeron, y finalmente tuvo que cambiar un billete. Mientras esperaba el cambio vio a un hombre tomando notas en un coche, estaría trabajando, pero ella lo quiso evocando.
Cuando la máquina lanzó el paquete, éste le pareció un enviado que acababa de realizar un largo viaje hacia ella desde Dios sabe dónde, sería impresionante que el paquete de tabaco pudiese contar la peripecia de su viaje. Ese pensamiento en contra de lo habitual no la impulsó a caminar, sino que la sentó en un taburete. El frescor de la estancia la animó a disfrutar su llegada. Pidió un café solo con hielo y quiso volver a valorar su cuadro. Encendiendo un cigarrillo fabuló que Ricardo escribía una carta, que ella casi podía leer, en la que singularizaba erróneamente su añoranza encerrándose en sí mismo; que Roberto apuraba su trabajo de la tarde en su coche: era representante de productos relacionados con el automóvil; y que Marcos repasaba con resignación un desgastado temario. Sonrió para sí y pidió bolígrafo y papel al camarero. Entonces bosquejó con fluidez y tino cómo un paquete de tabaco le relató a Ricardo el verdadero sentido del principio y del final, haciéndole partícipe de su historia, de su nacimiento y crecimiento; su manufactura, almacenado, transporte, fabricación y embalaje; su llegada a una máquina expendedora. Ricardo comprendió así el paso de la felicidad al dolor, el sentimiento de pérdida, frustración y soledad común a todos los seres; y de la imposibilidad del paquete nació la conciencia de su posibilidad de hacer el camino de vuelta. De pronto se sintió parte del mundo y no pudo reprimir una sonrisa; y experimentó que su añoranza se dividía en mil, multiplicando por esa cifra sus posibilidades de vivir.
Disfrutando del frío café miró de pronto hacia Roberto, la popularidad de sus productos había crecido considerablemente desde que, inopinadamente, empezó a contarles a sus clientes todos los minutos de vida de cada uno de ellos. Sus reuniones de ventas se convirtieron en actos públicos en cada zona que visitaba. Convirtió en leyenda la vida de los neumáticos, del caucho, de la pintura, del hierro, de los olores y los colores, de los carburantes y del fuego.
Resoplando en su taburete encendió otro cigarrillo y escribió más o menos cómo Marcos huyó del temario llegando al pasado de éste, novelando durante largas y provechosas tardes el devenir del papel en el mundo, de la tinta y la imprenta. Hasta acabar convirtiendo en quimera todos los signos y todas las letras.
Y así fue como todo se tornó meridianamente claro, la vida se hizo nítida y rectilínea, con principios que buscaban finales, y actos que reclamaban consecuencias. Mientras todas las piezas suspiraban por encajar, las respuestas solicitaban preguntas, y los sucesos no paraban de requerir atentos oídos. Como todo se contaba, todo se escribía; y todo estaba ahí para vivirlo o revivirlo. Sin atisbo de añoranza.
Una chica rubia entra de pronto trayendo tras de sí un insólito aire fresco que a nadie deja indiferente, aunque ninguno de los presentes se sienta demasiado motivado para romper su desgana. Algo nerviosa busca monedas frente a la máquina de tabaco del local, con su surfista iluminado. Conforme las va encontrando las introduce por la ranura, sus dedos rastrean todos los bolsillos. El tiempo apremia y angustiada observa con sus grandes ojos al camarero en busca de auxilio. Éste no se hace eco de su petición y la termina obligando a cambiar un billete, las monedas caen con estruendo. Él escribió:
“Berta decidió abandonar su hogar hacía unas tres horas, justo después de almorzar sola por enésima vez. El calor del verano le angustiaba. Ese día, no sabe bien por qué, su sueño cayó con estruendo. Quedó unos minutos en silencio hasta que se decidió a sacarlo de allí y airearlo. Por eso lleva tres horas conduciendo, para salvar unas ilusiones que respiran con gravedad en el asiento trasero. Que empujan sus lágrimas e inundan su alma de ahogo. Más tarde, ya lejos de toda visión rutinaria, se sintió por fin más ligera. Detuvo el coche y guardo silencio, hasta que notó que su sueño y ella respiraban al unísono, entonces fue el momento de sonreír, tampoco sabía muy bien por qué, y de aspirar profundamente antes de dar un paseo. Entró en una cafetería, necesitaba sentirse acompañada por la gente, formar parte de ella. Observar, escuchar y vagar el tiempo necesario para querer volver…”.
Tenía su parte eminentemente obsesiva y terca esa idea de aprovechar todos los momentos muertos para escribir, porque en realidad el trabajo era doble, ya que había que escribir y esperar a la vez, como en este caso: dentro de un coche esperando a su pareja, allí entre la calina, ante un trozo de calle emborronado por el resol y la suciedad del parabrisas, como dentro de un incesante juego de sofocantes espejos. “El tiempo muerto no es un espacio realmente utilizable, no ofrece las garantías ni el extenso abanico de posibilidades del tiempo libre. Los tiempos muertos casi siempre surgen de forma imprevista y lo impredecible de su duración no estimula para nada la creación literaria. Sobre todo si se parte de cero. Es un tiempo de enlace entre los momentos en los que nos dedicaremos a lamentarnos por no tener tiempo”.
En esta tarde detenida, enredado en sus pensamientos, aún se empecinaba en permanecer dentro del coche mientras éste ardía en constante combustión con el sol que lo envolvía. “Miríadas de partículas de luz se suspenden distraídas sobre el ventanal de la cafetería de enfrente”, volvió a anotar en su pequeño cuaderno, tamaño cuartilla ideal para ser hábilmente transportado en el abrigo, discreto para vivir en la guantera de su coche. Apoyó el antebrazo en la ventanilla bajada y la chapa quemaba. Era inconcebible continuar aparcado ahí, siguiendo los consejos de ella, “espera aquí cariño, es un segundo”, pero ya no merecía la pena cambiar de lugar, bajaría en cualquier momento; además, odiaba aparcar y odiaba los coches. El cuaderno apoyado en el volante, el cuerpo sudoroso echado hacia atrás. “Qué difícil concentrarse en un tiempo muerto”, se dijo mientras observaba a los aburridos y escasos viandantes, al semáforo en rojo que a nadie detenía, o al tipo aburrido desperdiciando su tiempo sin pudor en una cafetería ante un café previsiblemente vacío.
Una chica rubia aparece en escena, su rápido caminar destroza toda la triste armonía del cuadro que se había ido creando. Desde el coche su corazón comenzó a bombear fuerte mientras reiniciaba la escritura, “se detuvo frente a una máquina expendedora de tabaco (tachó expendedora), un modelo antiguo. Buscaba monedas por todos sus bolsillos, se podían adivinar las yemas de sus largos dedos y sus uñas barriendo nerviosas las costuras. Un tipo situado a su espalda la miraba atentamente desde su asiento. Mirada de sapo posada sobre ella, trasladándole un manto de temor, una sombra no exactamente silenciosa, más bien susurrante, indagadora. Sonia llevaba casi una semana huyendo, aunque se encontraba cada vez más inmersa en una encrucijada de ciudades. Todo había empezado a adoptar un aire peligrosamente monótono y cíclico. Todo era igual en todas partes, el principio y el final parecían haberse vuelto uno súbitamente. Estaba lejos y cerca, libre y amenazada. Vivía dentro de un juego de ovillos del que necesitaba salir, tiraba y tiraba y siempre advertía la misma figura a su espalda. Mientras escribía una carta a su mejor y única amiga, el Policía de la Mente la observaba ridículamente disfrazado, ¿qué estaría anotando? Adivinaba sus pensamientos, ella lo sabía, por eso siempre se encontraba al otro lado del ovillo. Sonia miró de pronto hacia un coche aparcado con un hombre dentro, éste rellenaba distraído un crucigrama. Salió y se apoyó en la ardiente ventanilla del conductor, éste se sobresaltó y, aunque su belleza le intrigaba, un cierto temor se cernió sobre él. “Necesito que me hagas un favor”, dijo Sonia. Él se limitó a esperar sin articular palabra. “Necesito que me lleves a un lugar que esté a una hora de aquí, el que prefieras, la única condición es que no me digas en ningún momento dónde estamos. Puedo pagarte”.
Escribir directamente sobre la pantalla del ordenador le solía provocar de vez en cuando alguna grata sorpresa, mientras rellenaba páginas y más páginas con el tamaño dieciséis. Alguna vez había encontrado una frase, una metáfora, una simple expresión digna de permanecer en su archivo. La tarde era fresca en la habitación gracias al aire acondicionado, y la ventana del primer piso ofrecía un paisaje desolador y desértico de ciudad abandonada precipitadamente, o a lo mejor simplemente petrificada. Convertida en piedra por una extraña sacudida climática. Sonrió y puso en negrita esa idea. Siempre que ejecutaba esta operación, en principio tan satisfactoria, le surgía, entre el lánguido paso de los minutos, la agobiante duda de cuántas tardes y cuántas horas serían realmente necesarias para reunir las suficientes frases, expresiones y metáforas con que completar un poemario que a veces tendía a la novela breve, o una novela que parecía querer ser extenso poema. Le ilusionó la idea de ser el único superviviente de una ciudad petrificada, cuya quietud aparecía severamente acentuada por un semáforo en absurdo y constante funcionamiento.
Le embargó la terrible nostalgia de que ya no sonaría más el timbre y, observando el paisaje, tembló al percibir que el principio fundamental de su melancolía (ese inacabable movimiento de toda índole que provocaba que cada atardecer fuese único e irrecuperable), había desaparecido. Siempre estarían ahí para él: el individuo que, bolígrafo en mano, quedó mirando por la ventana de la cafetería; o el tipo que invariablemente ocupará el asiento del conductor de su vehículo; o el camarero, eternamente a la escucha de palabras que siempre estarán a mitad de camino, encajonadas en un aire caliginoso. Palabras procedentes sin duda, de alguien situado a un metro del mostrador, pendiente de dar un paso durante toda la eternidad.
Turbado y emocionado pinchó la tecla de negrita para dejar constancia del cúmulo de sensaciones que de seguro le producirán la visión del último movimiento de los pájaros sobre cualquier tejado; su postrero batir de alas en un aire envuelto por la calígine y presidido por una triste aunque presente esfera de luz lejana, sorprendida también por la quietud en plena expresión de su luz y calor; la última caricia del viento sobre la ropa tendida; el último temblor de las cortinas; de las hojas o de las flores ya estáticas. Se estremeció en su asiento giratorio ante la certidumbre de encontrarse ante el mejor poema apocalíptico, la más sublime y a la vez perversa manera de relatar, por fin, la belleza. Una belleza ausente de movimiento.
Así hasta la llegada de ella, una chica rubia surge en dirección suya. Es portadora de una vitalidad inconmensurable. Sus prisas y su altivez devuelven el sonido a la calle, hasta ese instante ahogado por el peso de la reflexión y la evocación. Aturdido, no reaccionó hasta que sus miradas se cruzaron fugazmente. Fue entonces cuando comprendió que acababa de aparecer la compañera que secretamente anhelaba. Volvió a pulsar la tecla de negrita y se lanzó a recibirla con todos los honores. “La aparición de Beatriz supuso una sorpresa inimaginable, aunque quizá la única sorpresa posible en este mundo. Pero en cuanto nuestras miradas se cruzaron supe que ella venía de la otra mitad del mundo, que su misión era relatarme todo lo que yo no llegaría a ver, y que yo debía hacer lo mismo con ella. Valoraremos justamente la belleza, comparando el ulterior aliento de las cosas con lo que fueron, su quietud con su movimiento, colorearemos su perpetuo presente con su pasado”.
“La ciudad pierde el norte en agosto, dos puntos”. Tras atravesar varias calles solitarias sin atisbo de paseo, le volvió la costumbre de fabular mentalmente, tomar notas sin escribir, deambular gozosamente sobre una idea huidiza pero exuberante desde su alumbramiento. Componía, dentro de cierto caos, ajustados retratos, asertos en forma de epigramas, aforismos o greguerías. Necesitaba crear, y para ello andar, casi vivir andando. Pero la mayoría de las visiones, ideas o conclusiones que bullían en su cerebro se perdían en el camino de vuelta. La ida era un esplendoroso surtidor, el regreso un frágil y destartalado contenedor. Cuando miraba frente a frente al ordenador prácticamente no tenía nada que ofrecerle.
Antes de bajar a comprar tabaco dejó un título en la pantalla: “Te añoro”. Conforme bajaba las escaleras le fue pareciendo demasiado directo. Al verse obligada a abandonar la manzana de su apartamento se le antojó que limitaba su discurso. Sí, llamaba a confusión.
Caminaba dando grandes zancadas, disfrutaba la sensación de huida a la vez que la consumía. Era eso, el placer de salir de un sitio porque se llegaba a otro, el sentido de llegada más que el de partida. Suspiró al encontrar la cafetería, el calor era insoportable. Antes de entrar pensó que debía preparar las monedas, al tiempo que un individuo la miraba desde una ventana, lo supo evocando. Y lo quiso así. Una vez dentro trató de desprenderse de todo el suelto, se sintió observada por alguien sentado a su espalda, lo supo evocando. No eran suficientes monedas, corrió hacia la barra para pedir la moneda que le faltaba, pero las monedas cayeron, y finalmente tuvo que cambiar un billete. Mientras esperaba el cambio vio a un hombre tomando notas en un coche, estaría trabajando, pero ella lo quiso evocando.
Cuando la máquina lanzó el paquete, éste le pareció un enviado que acababa de realizar un largo viaje hacia ella desde Dios sabe dónde, sería impresionante que el paquete de tabaco pudiese contar la peripecia de su viaje. Ese pensamiento en contra de lo habitual no la impulsó a caminar, sino que la sentó en un taburete. El frescor de la estancia la animó a disfrutar su llegada. Pidió un café solo con hielo y quiso volver a valorar su cuadro. Encendiendo un cigarrillo fabuló que Ricardo escribía una carta, que ella casi podía leer, en la que singularizaba erróneamente su añoranza encerrándose en sí mismo; que Roberto apuraba su trabajo de la tarde en su coche: era representante de productos relacionados con el automóvil; y que Marcos repasaba con resignación un desgastado temario. Sonrió para sí y pidió bolígrafo y papel al camarero. Entonces bosquejó con fluidez y tino cómo un paquete de tabaco le relató a Ricardo el verdadero sentido del principio y del final, haciéndole partícipe de su historia, de su nacimiento y crecimiento; su manufactura, almacenado, transporte, fabricación y embalaje; su llegada a una máquina expendedora. Ricardo comprendió así el paso de la felicidad al dolor, el sentimiento de pérdida, frustración y soledad común a todos los seres; y de la imposibilidad del paquete nació la conciencia de su posibilidad de hacer el camino de vuelta. De pronto se sintió parte del mundo y no pudo reprimir una sonrisa; y experimentó que su añoranza se dividía en mil, multiplicando por esa cifra sus posibilidades de vivir.
Disfrutando del frío café miró de pronto hacia Roberto, la popularidad de sus productos había crecido considerablemente desde que, inopinadamente, empezó a contarles a sus clientes todos los minutos de vida de cada uno de ellos. Sus reuniones de ventas se convirtieron en actos públicos en cada zona que visitaba. Convirtió en leyenda la vida de los neumáticos, del caucho, de la pintura, del hierro, de los olores y los colores, de los carburantes y del fuego.
Resoplando en su taburete encendió otro cigarrillo y escribió más o menos cómo Marcos huyó del temario llegando al pasado de éste, novelando durante largas y provechosas tardes el devenir del papel en el mundo, de la tinta y la imprenta. Hasta acabar convirtiendo en quimera todos los signos y todas las letras.
Y así fue como todo se tornó meridianamente claro, la vida se hizo nítida y rectilínea, con principios que buscaban finales, y actos que reclamaban consecuencias. Mientras todas las piezas suspiraban por encajar, las respuestas solicitaban preguntas, y los sucesos no paraban de requerir atentos oídos. Como todo se contaba, todo se escribía; y todo estaba ahí para vivirlo o revivirlo. Sin atisbo de añoranza.
01 agosto 2007
"CÍRCULOS CONCÉNTRICOS"
“Lo necesito sin pérdida de tiempo”, la voz que crepita sin demasiada brusquedad al otro lado del hilo telefónico no me supone ningún agobio, antes un impulso. El milagroso soplo eléctrico que me coloca a lomos de los minutos para acompañarles codo con codo en su implacable recorrido. Es cuando los cigarros se consumen según mi endiablado ritmo, midiendo la intensidad de mi vida; y mi cuerpo se transparenta, al tiempo que mis oscuridades acaban siendo vertidas por la inercia, diluyéndose frente a un sol de tiempo rebelde al que domesticar para ser totalmente aprovechado. Quedan atrás porque yo estoy delante.
Salgo a la calle valorando las posibilidades reales de cumplir el encargo. Algo excitado, arranco mi coche mientras establezco una rápida comparativa espacio-temporal en la que cada semáforo será crucial y donde todos los segundos tienen un significado.
Una vez en camino, te pensé de pronto, claro. Aun sabiendo que cada pensamiento es un borrón en el tiempo: mientras piensas, el tiempo invertido desaparece para siempre sin ser recorrido. Te pensé y me perdí tanto la salida del aparcamiento como el trayecto por las calles aledañas a mi trabajo. Recordé, interponiendo algo de falsa distancia, los días en que cada gota que caía del grifo marcaba mi tiempo en su inquietante momento congelado en el vacío. Si cerraba el grifo no pasaba nada, el tiempo continuaba goteando en forma de expectativas perdidas, o al menos renuentes a la hora de cumplirse. Como el habla o la escritura en momentos de quietud, otra forma inexorable de marcar el tiempo que huye disfrazado de placidez. Las palabras quedan para siempre pendiendo del segundo concreto que vivieron, allá, en un lugar que acaso nos espere.
Tu partida dejó el paisaje plomizo, originó un estado de petrificación sólo alterado por el tictac de una cuenta atrás hacia ninguna parte. La soledad alimentada por la inconmensurable espera de algo que ya sucedió. Y ya es pasado.
Tus pasos se llevaron sagazmente segundos pisados, fijados en la acera con golpe seco de bota. Un tiempo que voló definitivamente enredado en las ruedas de tu coche, aplastando los minutos al ritmo de tu cuentakilómetros digital. Quise pensar eso, recuerdo ahora que mis ojos observan el mío, calcular tu lejanía como una manera de sentirte cerca, posible. Pero lo cierto es que desapareciste para siempre, te fundiste con el lejano río del tiempo de los otros y fuiste hacia otra dimensión en la que tú marcarías el tuyo, que de seguro pasó a muy distinta velocidad que el mío.
El tiempo que ahora vuela por la autovía que atravieso como una entraña de aire liberador, aquel que se fue deteniendo como una pelota abandonada para mi desgracia, porque desde entonces su transcurrir se manifestó a través de los lentos, carnosos latidos de mi corazón. El tiempo parecía desprenderse desde mí con desgana, proyectándose de mi soledad hacia el exterior, formando ondas que lentamente se producían y desvanecían en un correlato incesante. Así pues, quedé, hasta cierto día encerrado en un círculo que se mantenía firme, alimentándose de segundos.
¿De qué se alimentarán las otras figuras geométricas con que me cruzo por la calle?, me pregunto qué mantendrá firme la infranqueable seguridad del rectángulo, la armónica presencia del cuadrado; o la estúpida simpatía de los triángulos y trapecios. Mi soledad era un campo magnético circular donde flota la exasperación del paso del tiempo cuando se es infeliz. Ignoro qué habrá dentro de aquellas otras figuras que intuyo de espacios vitales delineados con pulso firme, sin atisbo de temblor. Con un trazo seco que no parece estarse alimentado continuamente de segundos, sino de vivencias y férreos principios, de magnitudes temporales claramente diferenciadas. Figuras rectilíneas que siempre acaban encajando las unas con las otras.
Un nuevo semáforo recién puesto en rojo conspira para retrotraerme de nuevo a hace cinco años, aquellos que se volvieron paradójicamente un soplo. Los recuerdos de tono gris acaban por esconderse, sin ni siquiera servir para marcar etapas temporales. 1.995-2.000, sólo eso. De ahí partió mi gran sorpresa al conocer a la hija de mis vecinos, Enma, tenía cinco años, 1.995-2.000. Se me antojó inverosímil que durante ese páramo temporal del que apenas conservaba imágenes sin voz, se hubiera desarrollado toda la vida de esa niña que a veces observaba subir la escalera a la pata coja. Me pareció increíble, una evidencia por momentos desmesurada. Me sentí, como se puede entender, estúpido y desgraciado. Pero también pensé que aquella era una de las cosas más bonitas que propiciaba el tiempo, sino la única: la configuración de una persona.
Un día, agazapado dentro de mi círculo, observé a los niños pequeños jugar en la calle, un sentimiento zozobrante y agridulce se instaló en mi garganta al verlos, pero acabé sintiéndome pleno al espiar aquellos espacios de tiempo materializados y reunidos aquella tarde para mí. Una galería de edades que cuando me miraban me trasladaban un escueto resumen de sus días que se iban engastando en los míos. Su tiempo se superpuso en el mío coloreándolo. Los dos años de uno, el año escaso de otro, los quizá tres del de más allá, de nuevo los cinco de Enma… Días cargados de sentido, aprovechados totalmente por la naturaleza. Una estrategia espacio-temporal tan perfecta como equilibrada. El latir de un tiempo que no parece abandonarles, sino quedarse para siempre en ellos, apuntalando la firmeza de sus huesos, alimentando la lozanía de sus órganos y miembros, determinando el desarrollo de su percepción, alentando la ilusión de que nunca se romperán. Un tiempo que ahora llegaba hasta mí resumido para aliviar una cantidad equivalente de mi pasado: gris, desordenado y, sobre todo, perdido. Ahora, estando a punto de salvar la conjura de semáforos y caravanas, observo mi destino a golpe de vista. Soy un círculo al que cierto bienestar le está modelando el nacimiento de vértices, a los que, un día u otro, una recta habrá de unir invariablemente. Pronto seré una figura geométrica que llega siempre a tiempo; firme y rectilínea al cabalgar segura y tonante sobre un montón de minutos huidizos, saltando de uno a otro sin caerse. Encajando fuera mientras noto cómo diversas y casi desaparecidas partes de mi interior se desperezan y encuentran a su vez, conformándome, sosteniéndome y asegurándome al terreno. Alentando la ilusión de que me he rehecho.
Salgo a la calle valorando las posibilidades reales de cumplir el encargo. Algo excitado, arranco mi coche mientras establezco una rápida comparativa espacio-temporal en la que cada semáforo será crucial y donde todos los segundos tienen un significado.
Una vez en camino, te pensé de pronto, claro. Aun sabiendo que cada pensamiento es un borrón en el tiempo: mientras piensas, el tiempo invertido desaparece para siempre sin ser recorrido. Te pensé y me perdí tanto la salida del aparcamiento como el trayecto por las calles aledañas a mi trabajo. Recordé, interponiendo algo de falsa distancia, los días en que cada gota que caía del grifo marcaba mi tiempo en su inquietante momento congelado en el vacío. Si cerraba el grifo no pasaba nada, el tiempo continuaba goteando en forma de expectativas perdidas, o al menos renuentes a la hora de cumplirse. Como el habla o la escritura en momentos de quietud, otra forma inexorable de marcar el tiempo que huye disfrazado de placidez. Las palabras quedan para siempre pendiendo del segundo concreto que vivieron, allá, en un lugar que acaso nos espere.
Tu partida dejó el paisaje plomizo, originó un estado de petrificación sólo alterado por el tictac de una cuenta atrás hacia ninguna parte. La soledad alimentada por la inconmensurable espera de algo que ya sucedió. Y ya es pasado.
Tus pasos se llevaron sagazmente segundos pisados, fijados en la acera con golpe seco de bota. Un tiempo que voló definitivamente enredado en las ruedas de tu coche, aplastando los minutos al ritmo de tu cuentakilómetros digital. Quise pensar eso, recuerdo ahora que mis ojos observan el mío, calcular tu lejanía como una manera de sentirte cerca, posible. Pero lo cierto es que desapareciste para siempre, te fundiste con el lejano río del tiempo de los otros y fuiste hacia otra dimensión en la que tú marcarías el tuyo, que de seguro pasó a muy distinta velocidad que el mío.
El tiempo que ahora vuela por la autovía que atravieso como una entraña de aire liberador, aquel que se fue deteniendo como una pelota abandonada para mi desgracia, porque desde entonces su transcurrir se manifestó a través de los lentos, carnosos latidos de mi corazón. El tiempo parecía desprenderse desde mí con desgana, proyectándose de mi soledad hacia el exterior, formando ondas que lentamente se producían y desvanecían en un correlato incesante. Así pues, quedé, hasta cierto día encerrado en un círculo que se mantenía firme, alimentándose de segundos.
¿De qué se alimentarán las otras figuras geométricas con que me cruzo por la calle?, me pregunto qué mantendrá firme la infranqueable seguridad del rectángulo, la armónica presencia del cuadrado; o la estúpida simpatía de los triángulos y trapecios. Mi soledad era un campo magnético circular donde flota la exasperación del paso del tiempo cuando se es infeliz. Ignoro qué habrá dentro de aquellas otras figuras que intuyo de espacios vitales delineados con pulso firme, sin atisbo de temblor. Con un trazo seco que no parece estarse alimentado continuamente de segundos, sino de vivencias y férreos principios, de magnitudes temporales claramente diferenciadas. Figuras rectilíneas que siempre acaban encajando las unas con las otras.
Un nuevo semáforo recién puesto en rojo conspira para retrotraerme de nuevo a hace cinco años, aquellos que se volvieron paradójicamente un soplo. Los recuerdos de tono gris acaban por esconderse, sin ni siquiera servir para marcar etapas temporales. 1.995-2.000, sólo eso. De ahí partió mi gran sorpresa al conocer a la hija de mis vecinos, Enma, tenía cinco años, 1.995-2.000. Se me antojó inverosímil que durante ese páramo temporal del que apenas conservaba imágenes sin voz, se hubiera desarrollado toda la vida de esa niña que a veces observaba subir la escalera a la pata coja. Me pareció increíble, una evidencia por momentos desmesurada. Me sentí, como se puede entender, estúpido y desgraciado. Pero también pensé que aquella era una de las cosas más bonitas que propiciaba el tiempo, sino la única: la configuración de una persona.
Un día, agazapado dentro de mi círculo, observé a los niños pequeños jugar en la calle, un sentimiento zozobrante y agridulce se instaló en mi garganta al verlos, pero acabé sintiéndome pleno al espiar aquellos espacios de tiempo materializados y reunidos aquella tarde para mí. Una galería de edades que cuando me miraban me trasladaban un escueto resumen de sus días que se iban engastando en los míos. Su tiempo se superpuso en el mío coloreándolo. Los dos años de uno, el año escaso de otro, los quizá tres del de más allá, de nuevo los cinco de Enma… Días cargados de sentido, aprovechados totalmente por la naturaleza. Una estrategia espacio-temporal tan perfecta como equilibrada. El latir de un tiempo que no parece abandonarles, sino quedarse para siempre en ellos, apuntalando la firmeza de sus huesos, alimentando la lozanía de sus órganos y miembros, determinando el desarrollo de su percepción, alentando la ilusión de que nunca se romperán. Un tiempo que ahora llegaba hasta mí resumido para aliviar una cantidad equivalente de mi pasado: gris, desordenado y, sobre todo, perdido. Ahora, estando a punto de salvar la conjura de semáforos y caravanas, observo mi destino a golpe de vista. Soy un círculo al que cierto bienestar le está modelando el nacimiento de vértices, a los que, un día u otro, una recta habrá de unir invariablemente. Pronto seré una figura geométrica que llega siempre a tiempo; firme y rectilínea al cabalgar segura y tonante sobre un montón de minutos huidizos, saltando de uno a otro sin caerse. Encajando fuera mientras noto cómo diversas y casi desaparecidas partes de mi interior se desperezan y encuentran a su vez, conformándome, sosteniéndome y asegurándome al terreno. Alentando la ilusión de que me he rehecho.
25 julio 2007
TRAVOLTA “El efecto amor” (Mushroom Pillow, 2.007)
Son muchos los años que lleva Joaquín Pascual forjando una expresión particular, un mundo sensitivo reconocible. Travolta, el nuevo proyecto que estrena junto al inseparable Carlos Cuevas tras la disolución de Mercromina, retoma las constantes de éstos, superando en nivel compositivo sus últimos trabajos y obviando esa “piel sónica” a la que Joaquín se refería en el disco de despedida de 2.005. Acaso respondiendo a una nueva ilusión más serena, esta sensación se transmite a un repertorio más espacioso, vital y radiante, aun en su recogimiento; con canciones hechas con la frente despejada. Menos turbulento, aunque permanezca la querencia por las pequeñas epopeyas pop, con sus mitades de delicadeza y complejidad. Creo que este disco aporta cosas nuevas a la carrera de largo recorrido de Pascual y compañía (además de un buen número de buenas canciones) sin cambiar sustancialmente nada, sin alterar el equilibrio ya asentado de su lenguaje creativo. Baterías volátiles, guitarras estratégicas tras un telón de sinfonías de andar por casa; el silabear de Joaquín, los coros cuidados, la instrumentación tenue o la importancia de los pianos (“Corazón valiente”, “El efecto amor”…); todo eso flota en una coctelera más acertada que nunca. “Telescopio” parte de la balada velvetiana, esa influencia ya universal; el ruido se riza quedo en “Juego de palabras”; la gravedad de “Un gran espectáculo” lo emparenta con algunos de los momentos más excelsos de Fernando Alfaro; y consigue volver a amasar algo mágico a punto de romperse en cosas como “Este momento tan especial”.
Publicado en el nº 240 de la revista Ruta 66.
Publicado en el nº 240 de la revista Ruta 66.
20 julio 2007
LA HABITACIÓN ROJA “Cuando ya no quede nada” (Mushroom Pillow, 2.007)
La Habitación Roja abundan en lo que mejor saben hacer: melodías inmediatas de marchamo clásico y eficacia contrastada. Insertadas en los últimos tiempos dentro de un esquematismo palpitante, un punto obsesivo, entretejido de referencias indies entre guitarras nerviosas, crescendo, precipitación y ritmos machacones. O cómo tener vocación luminosa y además saber hacer de un disco un cable tenso, una experiencia que no deja indiferente. Sonido eléctrico y urgente grabado por Steve Albini, lo que garantiza que ninguna arista ni rebaba cortante será pulida. Su pop fluye torrencial y una turbadora sensación de vértigo y zozobra urbana dribla in extremis al fantasma de lo previsible. Contiene textos que dicen cosas y tienen una curiosa e irónica manera de reflejar la actualidad, algo que se agradece en estos tiempos en que se da por sentado lo que debe pensar todo el mundo, sin que haya necesidad de expresarlo. Hay temas pop que la clavan, son jodidos espejos que nos devuelven el reflejo de nuestros sentimientos a la vez que nos engatusan en la telaraña de su melodía y ritmo. Algo de eso hay en este disco: nos refleja vulnerables y perplejos, rodeados de luces de neón parpadeantes o viajando en el veloz coche del tiempo en pos de un futuro traicionero e inaprensible. Suficiencia instrumental reconcentrada en lo esencial, huyendo inteligentemente de una pomposidad que pondría en serio peligro el resultado global. “La destrucción o el adiós”, emocionante y tan expeditiva como su título, conjuga a la perfección pura expresividad pop y opresión ambiental, y es, junto a “Los amantes y la paz” una de las pocas concesiones a la sutilidad.
Publicado en el nº 240 de la revista Ruta 66.
Publicado en el nº 240 de la revista Ruta 66.
14 julio 2007
THE SUNDAY DRIVERS “Tiny Telephone” (Mushroom Pillow, 2.007)
The Sunday Drivers no será una banda cuya aportación se centre en un par de discos instantáneos y capitales que agiten nuestros conceptos musicales. Es una formación de aliento clásico, revitalizante y de talento privilegiado, cuyo ascenso (que prosigue) se basa en su ambición por desarrollar un marchamo personal, a base de limar tics y asimilar influencias, enriquecer y trabajar su sonido, y continuar tocados por la claridad de ideas necesaria para ofrecer composiciones tan directas como envolventes. Este disco vuelve a responder a un trabajo concienzudo, grabado esta vez en los estudios que le dan título, situados en San Francisco, y robustamente producido por Brad Jones (Cotton Mather, Josh Rouse…). Grupo de inspiración y vocación pop, el suyo es intenso y enraizado, del que revive la llama; gracias al punzante estímulo rock que les otorga el amigo americano con su herencia de composiciones pausadas salpicadas recovecos, y su proverbial enaltecimiento del detalle y la complicidad entre los músicos. Se pueden situar en muchas épocas y lugares, también entre el último trienio de los Beatles y los momentos más dulces de Wilco; puedes imaginar por medio a los Byrds, Ocean Colour Scene o The Band. Todo flashes, detalles que vienen y van en un repertorio asentado en melodías y arreglos decantados con mimo; un sonido cuidado e hirviente, lo suficientemente complejo como para requerir detenidas escuchas, y rotundo antes que contundente. A todas estas características termina de dar sentido y entidad la voz de Jero, tan presente. Cantante de matiz y sentimiento, con una voz agridulce, ligeramente desgarrada y áspera; que dramatiza a la vez que cuida el exceso de dramatización, marcando ese continuo equilibrio y profundizando en cada canción hasta dotarla de alma. Todo avanza sin altibajos, desde el significativo crescendo inicial de “Rainbows of colours”, a la inmediatez de “Do it” (un buen single que tratado con más ligereza hubiese resultado plano). “Little Chat” entra y sale de la placidez melódica de la Velvet, “Sing when you´re happy”, aromatiza con su psicofolk de la Costa Oeste y unos Kinks espirituales y espiritosos se pasean por “Day in day out”.
Publicado en el nº240 de la revista Ruta 66.
Publicado en el nº240 de la revista Ruta 66.
09 julio 2007
ENTREVISTA A SR. CHINARRO
“LA VIRTUD DE CRECER FRENTE A LA POSIBILIDAD DE MENGUAR”
Antonio Luque aparece en un escenario donde ya le esperan sus músicos uniformados, toquetea el pie de micro sin saber muy bien para qué y dice “cualquier cosa es para mí un problema técnico”, deja una de las pocas sonrisas de la noche y da comienzo a su concierto. No necesita más para crear complicidad inmediata con su público, cada vez más numeroso y variopinto. Un tipo alto sevillano, desgarbado; otro chico de los noventa empujado a crear una banda por la vibrante escena internacional del momento; que sólo quería hacer buenas canciones y que creció, aprendió, acertó y se equivocó, disco a disco, a los ojos de todos, con la inercia indie y el ambiente musical de aquellos años (viejos camioneros observando burlones cómo se le calaba el coche al conductor novel, pero viéndole también realizar inopinados aparcamientos). Talentoso, prolífico y lo suficientemente descreído como para preservar su personalidad. Ésta siempre ha sido muy acusada, lo suficiente como para convertir al tipo que se colocaba impávido frente a un micro en un personaje de referencia y permitirle superar el margen marcado por las influencias para salirse del renglón y aventurarse por un camino nuevo, irregular o brillante, pero suyo. Sus primeras composiciones eran una deslavazada caravana de aprendizaje, avanzaban envueltas en la desigual bruma que creaban su voz murmurante, tan ralentizada como su tempo, los coros femeninos o el soniquete del órgano; lo justo para sembrar su discografía de pequeños clásicos desde primera hora. Luque encontró dulce refugio en esquemas de los ochenta británicos, nada nuevo, pero había más. En primer lugar alguien con algo que decir, y un punto de vista transversal que iluminaba los ángulos perdidos. Un mecanismo sabiamente trucado que parte del azar de la escritura automática y los juegos de palabras y dobles sentidos; que echa mano de dichos populares, o se presta a la perezosa narración de lo cotidiano, y a la afinada descripción de imágenes, recuerdos, visiones fugaces y detalles perdidos. Todo expuesto con medida ironía y fina mordacidad, dando una satisfecha vuelta de tuerca al absurdo. En segundo, una musicalidad sinuosa y sencilla tan desangelada como íntima, a veces también azarosa, ya mortecina, ya vivaz, pero con un tacto finalmente propio. Tras cuatro trabajos que fueron puliendo su música y madurando su estilo, se abrió un inesperado período de introspección petrolífera en ásperas atmósferas post-rock (que continúan admitiendo escuchas); después vino la descompresión rítmica de “El ventrílocuo de sí mismo” (2.003), a partir del cual se aireó su sonido abriendo la puerta a nuevos estilos y opciones, aunque siempre poniendo él las condiciones. Perdido para unos, recuperado para otros, y descubierto para muchos, en “El fuego amigo” (2.005) y el reciente “El mundo según”, encontramos su música tratada desde otro enfoque, canciones mejor armadas, con textos más articulados, sin prescindir de su encanto ni su capacidad de sugerencia. Fiel a su filosofía, el sonido Chinarro sigue apostando por lo esencial, con dibujos aquí y allá de Jordi Gil y el apoyo de ese nuevo aliado, el ritmo.
Probablemente en su momento creativo más dulce y de mayor difusión, Antonio Luque se pone al teclado con las ideas más claras que nunca.
Probablemente en su momento creativo más dulce y de mayor difusión, Antonio Luque se pone al teclado con las ideas más claras que nunca.
Un honor saludar a un estrella del universo independiente…
Gracias. Un placer.
¿Cómo te encuentras en este momento de tu vida?
Bien, gracias. Compongo, hago vida familiar y me voy de conciertos por ahí. Es lo que quise siempre.
Desde la web de tu agencia de contratación se dice que “Sr. Chinarro se acomoda definitivamente en el pop” ¿qué tal se está ahí dentro y por qué has tardado tanto en decidirte?
Aunque muchos individuos lo parecen, la gente no es tonta, de modo que hay que analizar qué hace que uno no llegue a los demás y corregir. Asumir esto lleva tiempo, pero como resultado se siente uno parte de algo; merece la pena.
Desde el lanzamiento de “El fuego amigo” han aparecido en torno a ti términos y expresiones como evolución, madurez, declaración de intenciones o giro estilístico ¿qué te parecen? ¿Sentías necesidad de llegar a más gente, hacerte comprender mejor?
Sí, supongo que es consecuencia de la evolución; cosas de la edad. Pero sé que no estoy haciendo música para jóvenes carrozas. Estoy tranquilo.
Imagino que la experiencia de la colaboración de Enrique Morente en “El Rito” te resultaría cuanto menos curiosa.
La curiosidad no es mal comienzo, pero para mí no fue sólo eso. Fue un honor, por mucho que en realidad yo no sea nada aficionado al flamenco. Sabía y sé qué supuso y supone Morente en el flamenco. Gracias a gente como él no es el flamenco el coñazo que podría llegar a ser.
Siempre he pensado que el acierto de tus letras parte de una sorprendente y muy sui generis combinación de elementos y, sobre todo, de su engarce ¿de qué se nutren tus textos, y qué porcentaje de azar e intención hay en ellos?
Gracias. Siempre los he hecho lo mejor que podía. Normalmente asocio las ideas así, pero trato de dosificarme para que no me tomen por loco. Ahora no empiezo a escribir hasta que no tenga clarísimo qué y cómo quiero decirlo. La tiranía del sentido siempre vence.
¿Cuándo das una letra por finalizada?
Cuando a mí me gusta y a los que la leen primero les parece comprensible.
¿Te suelen sorprender a menudo las interpretaciones de tus textos por parte de público y crítica?, ¿alguna anécdota al respecto?
Me parecía muy anecdótico que algunos llegasen a descubrir qué quería decir en las letras antiguas. Se han dado casos. En general no soportaba que me preguntasen, por timidez. Esta era también la causa de que escribiese así. Con la aparición del Internet pude leer bastantes interpretaciones. Es bonito que a uno le dediquen tiempo, pero la música de canciones de tres minutos ha de ser más inmediata. Ahora no me da vergüenza decir lo que quiero decir, porque quiero decirlo.
¿Han sido muchas las frustraciones en tu carrera? ¿Con qué han tenido que ver?
En ningún momento tuve apoyo de nadie para dedicarme a la música. Es una decisión dificilísima. Hay mucho idiota que cree que si no sales en la tele tanto como Chenoa no eres nadie, porque no escucha música, tan solo se la traga frente a la dichosa tele. Para los padres la música es sinónimo de droga, para los suegros de groupies, para los compañeros de trabajo de homosexualidad, y así sucesivamente. Se trata de envidia, yo creo. Estoy seguro, quiero decir. También la administración considera el rock casi un modo de delincuencia. Sin embargo para el cine, que es un coñazo, con perdón, todo el dinero es poco. Un local de ensayo y buenos instrumentos valen mucho dinero. Las salas empezaron a cobrar alquiler por tocar en los 90, copiando de los USA sin copiar lo demás. Y si empiezas a tocar con otros que, como tú, están aprendiendo, tienes que convencerles de que dejen las manitas quietas a veces si no se quiere convertir la canción en una morcilla de egos sangrando. Y así todo es muy difícil. Me parece un milagro haberlo superado, así que no me quejo. Me hace mucha gracia mi propia historia. Da para un libro. Eso ya es bastante. No soporto que pase el tiempo sin dejar huellas. Ahora que me siento más preparado para dedicarme a esto al cien por cien lo estoy haciendo y ya está. Y dará para otro libro distinto.
Gracias. Un placer.
¿Cómo te encuentras en este momento de tu vida?
Bien, gracias. Compongo, hago vida familiar y me voy de conciertos por ahí. Es lo que quise siempre.
Desde la web de tu agencia de contratación se dice que “Sr. Chinarro se acomoda definitivamente en el pop” ¿qué tal se está ahí dentro y por qué has tardado tanto en decidirte?
Aunque muchos individuos lo parecen, la gente no es tonta, de modo que hay que analizar qué hace que uno no llegue a los demás y corregir. Asumir esto lleva tiempo, pero como resultado se siente uno parte de algo; merece la pena.
Desde el lanzamiento de “El fuego amigo” han aparecido en torno a ti términos y expresiones como evolución, madurez, declaración de intenciones o giro estilístico ¿qué te parecen? ¿Sentías necesidad de llegar a más gente, hacerte comprender mejor?
Sí, supongo que es consecuencia de la evolución; cosas de la edad. Pero sé que no estoy haciendo música para jóvenes carrozas. Estoy tranquilo.
Imagino que la experiencia de la colaboración de Enrique Morente en “El Rito” te resultaría cuanto menos curiosa.
La curiosidad no es mal comienzo, pero para mí no fue sólo eso. Fue un honor, por mucho que en realidad yo no sea nada aficionado al flamenco. Sabía y sé qué supuso y supone Morente en el flamenco. Gracias a gente como él no es el flamenco el coñazo que podría llegar a ser.
Siempre he pensado que el acierto de tus letras parte de una sorprendente y muy sui generis combinación de elementos y, sobre todo, de su engarce ¿de qué se nutren tus textos, y qué porcentaje de azar e intención hay en ellos?
Gracias. Siempre los he hecho lo mejor que podía. Normalmente asocio las ideas así, pero trato de dosificarme para que no me tomen por loco. Ahora no empiezo a escribir hasta que no tenga clarísimo qué y cómo quiero decirlo. La tiranía del sentido siempre vence.
¿Cuándo das una letra por finalizada?
Cuando a mí me gusta y a los que la leen primero les parece comprensible.
¿Te suelen sorprender a menudo las interpretaciones de tus textos por parte de público y crítica?, ¿alguna anécdota al respecto?
Me parecía muy anecdótico que algunos llegasen a descubrir qué quería decir en las letras antiguas. Se han dado casos. En general no soportaba que me preguntasen, por timidez. Esta era también la causa de que escribiese así. Con la aparición del Internet pude leer bastantes interpretaciones. Es bonito que a uno le dediquen tiempo, pero la música de canciones de tres minutos ha de ser más inmediata. Ahora no me da vergüenza decir lo que quiero decir, porque quiero decirlo.
¿Han sido muchas las frustraciones en tu carrera? ¿Con qué han tenido que ver?
En ningún momento tuve apoyo de nadie para dedicarme a la música. Es una decisión dificilísima. Hay mucho idiota que cree que si no sales en la tele tanto como Chenoa no eres nadie, porque no escucha música, tan solo se la traga frente a la dichosa tele. Para los padres la música es sinónimo de droga, para los suegros de groupies, para los compañeros de trabajo de homosexualidad, y así sucesivamente. Se trata de envidia, yo creo. Estoy seguro, quiero decir. También la administración considera el rock casi un modo de delincuencia. Sin embargo para el cine, que es un coñazo, con perdón, todo el dinero es poco. Un local de ensayo y buenos instrumentos valen mucho dinero. Las salas empezaron a cobrar alquiler por tocar en los 90, copiando de los USA sin copiar lo demás. Y si empiezas a tocar con otros que, como tú, están aprendiendo, tienes que convencerles de que dejen las manitas quietas a veces si no se quiere convertir la canción en una morcilla de egos sangrando. Y así todo es muy difícil. Me parece un milagro haberlo superado, así que no me quejo. Me hace mucha gracia mi propia historia. Da para un libro. Eso ya es bastante. No soporto que pase el tiempo sin dejar huellas. Ahora que me siento más preparado para dedicarme a esto al cien por cien lo estoy haciendo y ya está. Y dará para otro libro distinto.
“No me libero nunca (de las influencias), Dios me libre. Todos somos parte de una corriente. Se llama cultura, creo.”
¿Han influido mucho los factores externos en el devenir del sonido Chinarro?
Si te refieres a la gente que me ha acompañado te diré que sí, tanto como los estudios en los que he grabado, los técnicos, los productores, etc. Lo que hay en común entre todos los discos es mío. Parte de lo que hay diferente también (mi propia evolución). Y otra parte de lo diferente es de todo lo demás y todos los demás.
¿Es necesario cambiar para crecer o es al revés?
Es a la vez. Y se puede menguar también.
¿Qué ha cambiado en Antonio Luque como músico y compositor desde los tiempos de “Primera ópera…”, por ejemplo?
Aquel disco iba a ser un EP y se alargó porque prefería estar en el estudio de Paco Loco que en cualquier otro sitio del mundo en aquellos momentos. Los dos ep´s posteriores demuestran que trabajar con pc´s es peligroso. En “Cobre cuanto antes” y “El ventrílocuo...” había más ganas que tiempo para trabajar. Así que si hacemos un paréntesis de esos difíciles cinco años en la fábrica de bollería para futuros diabéticos (1999-2004), veo bastante lógica en la evolución. “La pena máxima” es lo último que pude trabajar como solía cuando estudiante; de hecho Sandra Rubio aún me ayudó en alguna cosa para ese EP, aunque luego no grabase nada. Igual Begoña Rodríguez; que también me ayudó. Luego llegó el PC y los donuts: desastre asegurado.
¿Has notado reacciones encontradas en los seguidores de antaño durante los tres últimos años?
Observo en los foros que no se ponen de acuerdo ni ellos. Es normal. Hay gente para todo. Yo les agradezco muchísimo que me sigan, sea por la canción que sea. Si hiciésemos una votación on line para elegir las que tocar en los bolos saldría una lista de 60 canciones empatadas.
Sueles ser duro con tus grabaciones anteriores, tanto que a veces descolocas a tus seguidores ¿Existen temas dejados de lado que, con el tiempo, hayas redescubierto y valorado más?
No. Si había algo valioso en ellos reaparecerá. Suelo comparar esto con las podas. Cortas una rama para que salga otra mejor colocada y con más fuerza. Además, soy bastante prolífico, no tengo que andar rescatando.
¿Qué significa el flamenco para ti?, ¿cómo se produjo tu acercamiento a él o sus aledaños?
En general me parece insoportable. No me he acercado en absoluto. Detesto las florituras; demuestran aburrimiento y yo no me aburro nunca. Me gustan cosas de las letras; es seguro que hay más de lo que yo creo que me gustaría. Pero no he investigado nada en absoluto. Dejo que las cosas pasen. No fuerzo las cosas. Otra cosa es el aire andaluz. Eso no se puede evitar (ni quiero).
Recuerdo tu reivindicación de muchos grupos españoles de los ochenta en un momento en que parecía dar casi vergüenza mirar hacia esa época ¿Has incorporado temas o grupos nuevos a tu hit-parade personal de aquellos años?
Tampoco investigo ahí. Lo que pasó, pasó. Escuché lo que escuché. Ni tenía una gran discoteca ni tengo interés por coleccionar nada. También demuestra aburrimiento.
¿Qué consideras lo más importante de una canción? ¿Qué características comunes observas en los grupos o discos que más te han influido?
La melodía, el ritmo, el sentido de la letra, que el cantante no parezca un impostor…
¿Qué importancia han tenido las influencias en tu sonido?, ¿en qué momento sentiste, si así ha sido, que te liberabas de ellas a la hora de componer?
No me libero nunca, Dios me libre. Todos somos parte de una corriente. Se llama cultura, creo.
En las últimas actuaciones vuestras que he visto, el sonido ha sido casi perfecto, todo en orden. ¿Cómo apareció Javier Guerrero en la vida del grupo y cuánto se le debe?
Él me hizo comprender que hay una línea entre los grupos que llevan técnico y los que no lo llevan. Y se apuntó, claro. Es casi uno más del grupo. Opina y participa como los demás. Además es divertidísimo. Me alegra que subrayes que nos va bien en los bolos; muchas gracias.
Sonando bien y tocando a menudo ¿Cómo enfrenta ahora el directo Antonio Luque?
Con muchas ganas; ha pasado de ser un sufrimiento a ser todo lo que quiero hacer en la vida.
Publicado en el nº240 de la revista Ruta 66
04 julio 2007
"LA MUERTE DE GRUMO"
La muerte de Grumo me sorprendió una noche color pizarra. Sentí como un leve quebranto en el estómago ante la noticia mientras mi mente permanecía vagando por las pausadas aguas del alcohol. Más tarde, al volver a casa, atravesé las calles que habían gastado sus pies, siempre en pos de resguardo o delirio. Al enfilar la calleja que lleva a la gran plaza iluminada lo vi riendo y arrancando su moto de pequeña cilindrada, llamando a una chica por su nombre que corría risueña a su encuentro o exigiendo un cigarrillo a cualquier viandante indefenso que se acercase. Mis púberes ojos trataban de medir su estatura en aquellos tiempos, y su poder inconmensurable en medio del ajetreo de la mañana soleada.
Al final de aquella plaza estaba mi casa, sin embargo, ya con las llaves en la mano, seguí avanzando hasta la siguiente, la de la catedral, más antigua, y unida a ésta por un sistema de complicadas callejas cuyo tumulto sólo desaparecía a horas tan avanzadas como aquélla. Allí estaba él otra vez, bravonel y pendenciero, comprando, cambiando o vendiendo; cada vez más delgado pero sonriente y seguro de sí mismo, confundiendo siempre amabilidad con debilidad. Eran las primeras horas de esas noches que nunca cumplían sus promesas, pero a las que yo acudía excitado por sus llamadas, preguntándome tras las gruesas cortinas de mi timidez cuándo sería como él, cuándo conocería a tanta gente, cuándo todos me invitarían a sus conciliábulos.
Al toparme con la catedral me sentí zarandeado por un frío surgido a la vez de todas las bocacalles. Me vi de pronto en mitad de una intranquila encrucijada de calles y posibles destinos, esforzándome en saber dónde estaba y por qué estaba allí. Pensé, entonces, que a veces llega el momento de mirar atrás y creemos que viene demasiado pronto, sorprendiéndonos sin ganas de volver sobre nuestros pasos. Es la llamada tenue y amable de una conciencia que empieza a intranquilizarse porque su mirada siempre avanza un poco más allá que nuestra obcecada vitalidad. Al llegar a la primera encrucijada, aún soleada y amable, las calles que dejamos a nuestra espalda son las primeras descartadas, vamos hacia delante mirando únicamente nuestros pies, nuestros pasos, con la cabeza gacha, sin poder parar.
Quise salir de aquel barrio cuanto antes y me decidí por la calle del mercado de abastos, situado ya al borde de una amplia e iluminada avenida de reciente construcción. Al doblar una de las esquinas de aquel viejo edificio lo volví a ver, con su sonrisa siempre presente, pero ya desdentada y limitada a agradecimientos y súplicas, hablando al oído de los que se incorporaban con el alba a sus puestos en el mercado, enterrada ya su voz estentórea; su pecho perdido y los brazos lacios por debajo de la cintura, con las manos tímidamente abiertas acariciando el aire y aferrándose, desesperadas y pillas, a todo aquello que sus dedos rozasen. Taciturno, nocherniego y medio estafermo, arrastrando pies y espera mientras miraba de reojo todas las calles que ya se quedaron atrás y, muy de frente, la cercana solución a la encrucijada.
Anduve atenazado por una creciente sensación de temor y soledad. Recorrí las calles a buen ritmo al encuentro de mi refugio, contento de conocer bien al menos ese camino. Cuando mi paseo concluía, supe que la consideración de una vida depende del futuro que se vea en ella. Todas las sensaciones, todos los pensamientos que alguien pueda provocar se van reduciendo conforme lo hacen sus posibilidades de terminar como es debido. De tal modo, que un día desaparecen sin dejar tan siquiera el rastro de las huellas de sus pisadas. Como unos invitados pesados. Como un hueco ambulante.
Al final de aquella plaza estaba mi casa, sin embargo, ya con las llaves en la mano, seguí avanzando hasta la siguiente, la de la catedral, más antigua, y unida a ésta por un sistema de complicadas callejas cuyo tumulto sólo desaparecía a horas tan avanzadas como aquélla. Allí estaba él otra vez, bravonel y pendenciero, comprando, cambiando o vendiendo; cada vez más delgado pero sonriente y seguro de sí mismo, confundiendo siempre amabilidad con debilidad. Eran las primeras horas de esas noches que nunca cumplían sus promesas, pero a las que yo acudía excitado por sus llamadas, preguntándome tras las gruesas cortinas de mi timidez cuándo sería como él, cuándo conocería a tanta gente, cuándo todos me invitarían a sus conciliábulos.
Al toparme con la catedral me sentí zarandeado por un frío surgido a la vez de todas las bocacalles. Me vi de pronto en mitad de una intranquila encrucijada de calles y posibles destinos, esforzándome en saber dónde estaba y por qué estaba allí. Pensé, entonces, que a veces llega el momento de mirar atrás y creemos que viene demasiado pronto, sorprendiéndonos sin ganas de volver sobre nuestros pasos. Es la llamada tenue y amable de una conciencia que empieza a intranquilizarse porque su mirada siempre avanza un poco más allá que nuestra obcecada vitalidad. Al llegar a la primera encrucijada, aún soleada y amable, las calles que dejamos a nuestra espalda son las primeras descartadas, vamos hacia delante mirando únicamente nuestros pies, nuestros pasos, con la cabeza gacha, sin poder parar.
Quise salir de aquel barrio cuanto antes y me decidí por la calle del mercado de abastos, situado ya al borde de una amplia e iluminada avenida de reciente construcción. Al doblar una de las esquinas de aquel viejo edificio lo volví a ver, con su sonrisa siempre presente, pero ya desdentada y limitada a agradecimientos y súplicas, hablando al oído de los que se incorporaban con el alba a sus puestos en el mercado, enterrada ya su voz estentórea; su pecho perdido y los brazos lacios por debajo de la cintura, con las manos tímidamente abiertas acariciando el aire y aferrándose, desesperadas y pillas, a todo aquello que sus dedos rozasen. Taciturno, nocherniego y medio estafermo, arrastrando pies y espera mientras miraba de reojo todas las calles que ya se quedaron atrás y, muy de frente, la cercana solución a la encrucijada.
Anduve atenazado por una creciente sensación de temor y soledad. Recorrí las calles a buen ritmo al encuentro de mi refugio, contento de conocer bien al menos ese camino. Cuando mi paseo concluía, supe que la consideración de una vida depende del futuro que se vea en ella. Todas las sensaciones, todos los pensamientos que alguien pueda provocar se van reduciendo conforme lo hacen sus posibilidades de terminar como es debido. De tal modo, que un día desaparecen sin dejar tan siquiera el rastro de las huellas de sus pisadas. Como unos invitados pesados. Como un hueco ambulante.
27 junio 2007
"¿Cómo sabes...
"¿Cómo sabes que el pájaro que cruza el aire no es un inmenso mundo de voluptuosidad, vedado a tus cinco sentidos?" (Willian Blake)
21 junio 2007
DIRECTO TRAVOLTA
Sala Planta Baja, Granada. 21-04-07
Travolta, el nuevo proyecto de Joaquín Pascual y Carlos Cuevas tras finiquitar Mercromina, tiene la gran virtud de trasladar al directo el caudal de sensaciones que atesora su CD, un trabajo íntimo, de intensidad presente pero recogida, de luz tenue y riqueza armónica. Pasaron por Granada en el segundo concierto de su gira, por lo que la cosa promete muchísimo para próximas citas cuando el sonido esté más ajustado. Piano, sintetizadores, órgano, decenas de pedales creando esa electricidad estática; guitarra discreta y matizadora o violín disonante y acariciador, acertaron con el clima apropiado desde el principio. Tras la intro, sonó “Con los ojos bien abiertos”, con Joaquín Pascual sentado al piano, algún apunte de violín por parte de Ana Galletero y escobillas en la batería, una constante en los temas (la mayoría) que sonaron sin bajo, volando así la percusión a media altura, con vocación etérea. “Corazón valiente” resultó tan efectiva y vibrante como en disco, con los coros funcionando bien, así como “El efecto amor”: un inicio arrebatado y pop con este trío de temas empujado por el piano. Pascual no tomó la guitarra hasta “Telescopio” y su balanceo velvetiano de lento discurrir ligeramente expansivo, que atraía los sentidos con la ayuda de una iluminación mínima. El fuego lento se mantuvo con la deslizante “Lloviendo a mares” y los desarrollos dulcemente espectrales de “La casa” y “Colores”. Entre éstas destacó “Juego de palabras”, interpretación compartida con Ana, con Joaquín Pascual a la acústica. El tema crece desde ahí, con el añadido de órgano y sintetizador, el crescendo de batería y la suma a la eléctrica de Francisco Cuerda de la acústica distorsionada y endemoniada más el apoyo en segundo plano del bajo, tocado por un pipa, alcanzando un tremebundo final. “Hasta el final” cerró el pase principal con Joaquín de vuelta a las teclas, José María Castillo haciéndose con la acústica y el violín de Ana llevándonos desde la dulzura melódica al leve caos final del tema. Para los bises dejaron “Este momento tan especial”, suspendida entre teclados y sintetizador y con esa voz tan frágil que pone Ana Galletero, “Un gran espectáculo”, conducida entre brotes secos de ruido, y el recuerdo final de “Evolution” de Mercromina.
Publicado en el nº 239 de la revista Ruta 66
Travolta, el nuevo proyecto de Joaquín Pascual y Carlos Cuevas tras finiquitar Mercromina, tiene la gran virtud de trasladar al directo el caudal de sensaciones que atesora su CD, un trabajo íntimo, de intensidad presente pero recogida, de luz tenue y riqueza armónica. Pasaron por Granada en el segundo concierto de su gira, por lo que la cosa promete muchísimo para próximas citas cuando el sonido esté más ajustado. Piano, sintetizadores, órgano, decenas de pedales creando esa electricidad estática; guitarra discreta y matizadora o violín disonante y acariciador, acertaron con el clima apropiado desde el principio. Tras la intro, sonó “Con los ojos bien abiertos”, con Joaquín Pascual sentado al piano, algún apunte de violín por parte de Ana Galletero y escobillas en la batería, una constante en los temas (la mayoría) que sonaron sin bajo, volando así la percusión a media altura, con vocación etérea. “Corazón valiente” resultó tan efectiva y vibrante como en disco, con los coros funcionando bien, así como “El efecto amor”: un inicio arrebatado y pop con este trío de temas empujado por el piano. Pascual no tomó la guitarra hasta “Telescopio” y su balanceo velvetiano de lento discurrir ligeramente expansivo, que atraía los sentidos con la ayuda de una iluminación mínima. El fuego lento se mantuvo con la deslizante “Lloviendo a mares” y los desarrollos dulcemente espectrales de “La casa” y “Colores”. Entre éstas destacó “Juego de palabras”, interpretación compartida con Ana, con Joaquín Pascual a la acústica. El tema crece desde ahí, con el añadido de órgano y sintetizador, el crescendo de batería y la suma a la eléctrica de Francisco Cuerda de la acústica distorsionada y endemoniada más el apoyo en segundo plano del bajo, tocado por un pipa, alcanzando un tremebundo final. “Hasta el final” cerró el pase principal con Joaquín de vuelta a las teclas, José María Castillo haciéndose con la acústica y el violín de Ana llevándonos desde la dulzura melódica al leve caos final del tema. Para los bises dejaron “Este momento tan especial”, suspendida entre teclados y sintetizador y con esa voz tan frágil que pone Ana Galletero, “Un gran espectáculo”, conducida entre brotes secos de ruido, y el recuerdo final de “Evolution” de Mercromina.
Publicado en el nº 239 de la revista Ruta 66
17 junio 2007
LOS BICHOS: EL DIABLO VINO Y LLORÓ EN MI HABITACIÓN
Queridos Psicocamaleones:
Publicado en el portal de humor y cómic Irreverendos en junio de 2.007
Josetxo Ezponda Puente es grande. Hace algunos años advertí la presencia del líder de los añorados Bichos en un programa de radio, acompañando a alguien, no recuerdo quién. El locutor, tras preguntarle brevemente por su situación actual, cometió la imprudencia de dar el número de su teléfono móvil por antena. Lo anoté y decidí llamarlo un poco más tarde. Minutos después me manifestaba, amable y algo tímido, que estaba abrumado por la cantidad de llamadas recibidas tras ese incidente. Le dije que me dedicaba a escribir de música de vez en cuando y que echaba mucho de menos nuevas grabaciones suyas; quedamos en que lo llamase unos días después con más calma. Tras esa segunda conversación se comprometió a mandarme un CD con las últimas grabaciones que había realizado. Al poco las recibí: temas sin mezclar, bocetos por pulir que no están entre lo mejor de su discografía pero en los que se respira el inequívocamente turbio aire bicho. Además, tenían para él el inmenso valor de ser las últimas realizadas junto a su fiel compañero Asio, desaparecido poco tiempo atrás. Esto me lo hizo saber en una carta escrita a pluma, con ese trazo tan historiado y artístico que habíamos podido ver en las portadas y hojas interiores de sus discos y en otros trabajos en los que se requirió su personal concepto de diseño (por ejemplo el “Tahúria” de Tahúres Zurdos). Creativo desde los datos del sobre (con las puntas levemente quemadas, así como las de las páginas) a las dos hojas interiores numeradas con palotes romanos, en las que dejaba claro que sólo volvería con algo realmente especial. Por todo eso, Josetxo Ezponda es grande.
Hace poco me hice con el CD-libro sobre Los Bichos editado por Munster en 2.006, “1.991-1.988”. En su interior Josetxo repasa la historia de aquel proyecto, una parte tan especial de su vida. Utiliza una mirada deslavazada, llena de elipsis, y con sus gotas de surrealismo y cierta amargura. Una visión cariñosa, lo suficientemente irónica; lúcida y para nada complaciente. Entonces recordé que escucharlos era una auténtica gozada. La expresión de un fan incondicional, dotado de la suficiente personalidad y amor a la música para conformar una expresión cargada de referencias pero repleta de grandes canciones, turbulenta de verdad y de una plasticidad nada evidente. Oscuridad con destellos rosas, amor, dolor, deseo, pesadilla y una musicalidad en carne viva, de verdad cortante. Un tipo hambriento de expresión, de esos que patean las calles de sus pequeñas ciudades tratando inútilmente de seguir a una imaginación que ya lleva años viajando. Dramático y glamuroso (cuenta la leyenda que tras una visita a la casa de Corcobado en Madrid, una botas blancas regaladas por su anfitrión sustituyeron las botas militares que calzaba el navarro, perfilando definitivamente su imagen), podía mostrarse demoníaco, libidinoso y burlón, para al poco ser exhibicionista de su propia vulnerabilidad, un ser melancólico con la sensibilidad a flor de piel. Contradictorio, sexual, misógino o resentido, añorando vivir entre toneladas de amor.
Lou Reed, Alan Vega, Richard Hell, Stooges, Bowie, Television, sobre un estructura de rock herrumbroso y pantanoso facilitada por sus amados Scientists; el soul, los grupos de chicas de los sesenta infectados por los New York Dolls, la base glam que rezuman su concepto general y repertorio; y el blues, claro. Todo eso es la base de su creatividad musical, la espoleta de un talento tan obsesivo como inclasificable. Tras probar suerte con formaciones de su Pamplona natal como Tensión, Neon Provos y Flores Muertas o en solitario como Blood Letter durante los primeros ochenta, germinaron hacia 1.987 Los Bichos, con el bajista Asio y el guitarrista Charly como fundamentales compañeros de viaje.
En 1.988 les escuché por primera vez en el volumen I de las casetes que bajo la denominación “Spanish Bombs” puso en circulación la revista Ruta 66, siempre tan atenta a las nuevas tecnologías. “Lluvia y luna” era su tema, un oscuro latido que delataba su amor incondicional por los australianos Scientists, luego aparecido también en su elepé debut.
El mismo año supe que habían fichado por Oihuka, el mega sello abertzale pamplonés acostumbrado a editar mayormente panfletos musicados con mayor o menor tino. Me temo que el raro del pueblo seguiría sin encajar del todo. La primera referencia que grabaron fue el single “Anita Latigazo” creo que los dos minutos de rock que más he escuchado, un acierto de guitarras lanzadas en distorsión con historia perversa, acompañada de “Black Blood Nightmare” y “Colour Hits”, dos excursiones al pantano de la manita de Kim Salmon y Tex Perkins.
“Color Hits”, el disco, fue publicado en 1.989. Un elepé de frescura y capacidad de perversión inalteradas que si apareciese este mes en el previsible panorama que vivimos sería considerado un auténtico bombazo. Coloreando la pasión y el caos, con todas sus referencias bien colocadas sobre la mesa, se abría como un ciclón con la irresistible “Shadow Girl”, un magnífico homenaje a los New York Dolls, que continuaba en una de sus grandes canciones, “Verano muerto”, introducida y acabada con las notas de “Sweet Jane” de Lou Reed. En medio explotaba una inolvidable fiesta de rock´n´roll serie B capitaneada por la horadante guitarra de charly, que sonaba impetuosa y como verdaderamente liberada por primera vez, con esos solos inolvidables que parecían escaparse desesperados de sus dedos. En “The one you´ll never catch” parecían Television como banda de acompañamiento de un cuentacuentos truculento. Las versiones incluían una sentida revisión de “My Girl” de Otis Redding, y una delirante e inmediata mixtura de Bo Diddley con los Stooges. Temas de rock espinoso y excesivo como “De Noche” y “Sssnake (Lullaby)” o medios tiempos que son más bien experiencias, como la fronteriza “Me gustaría llorar” (con el acordeón de Joseba Tapia) o “Un poco más”, hacen de éste un trabajo sorprendente y notable. Un homenaje a su pequeño altar de clásicos marcando ya un cariz muy personal.
Tras los más de cinco mil elepés vendidos de “Color Hits” la cosa pintaba bien. Volvimos a tener noticias en 1.990 con la aparición del recopilatorio “The Worst Around” (Romilar-D). Los Bichos eran acompañados de un muestrario del momento más dulce de la escena underground del País Vasco (Cancer Moon, La Secta y La Perrera). Aquí Josetxo dejó una de sus composiciones más intensas, “Backwards Kiss”, así como el diseño de la portada, su despliegue más incontenible de imaginería.
“In bitter pink” apareció en 1.991, un ambicioso doble elepé que supuso una apuesta valiente y singular por lo inesperado y excesivo. Un acierto creativo y un pequeño suicidio comercial (si esto tiene alguna lógica en la escena independiente española). Más cohesionado y mucho mejor producido que su antecesor, denotaba que Josetxo había logrado concretar para profundizar libre y certeramente en un discurso cada vez más intransferible; culminando y rebasando todo lo que prometió dos años antes con composiciones de la personalidad y el calado de “Marina” o “Raquel´s dream”. Crudeza, delicadeza e inspiración henchidas de efectos de toda índole y guitarras achicharradas, sumergidas en desazón y planeando como una punzada constante sumidas en una inercia, una ansiedad que las hace únicas. Solos dementes conviviendo con la quietud folk de acústicas y palmas. Ofrece pequeñas epopeyas íntimas del calibre de “Wishin´Shift” o “Still can´t cry”, con el Josetxo más lúcido. Suaves texturas, belleza sombría y veneno oxidado entre las cuerdas de guitarras furibundas transmitiendo su mensaje de aspereza. Precipitaciones thunderianas cortocircuitadas como “Go, fish, go!!!”, “Worms” o “Fuelled by desire”; guiños pop que encantarían a Jonathan Richman (“If you cry now, she´ll be glad”), descargas de garaje truculento herederas de los Scientists (“Poxy, poxy”, “Mice from hell”); siendo tan animosos como los New York Dolls en “I´m inside her”, o resultando incluso paródicos (los “efectos especiales” de “Nip of hate”). Y versiones (una de sus debilidades) que erizan la piel, como “Holocaust” de Big Star, una de las composiciones capitales de Alex Chilton, y el “Je t´aime… moi non plus” de Gainsbourg.
El desbordante Ezponda de 1.991, firma en solitario (aunque acompañado de todos los suyos) un mini-LP que combina revisiones de clásicos (de nuevo el altar particular) como “Sand” de Nancy Sinatra, “I remember” de Suicide, “Solid gold hell” de Scientists y “Sittin´on top of the world” de Howlin´Wolf con temas propios tales que “Nancy Fucker” o “Deep deep babe”. Quizá la tensión generada por la convivencia dentro de la banda o la desilusión ante expectativas que nunca terminaron de cumplirse dieron al traste con la formación base (Josetxo, Asio y Charly) y, a la postre, con la banda, dejando ese período 1.988-1.991 como un extraño fulgor dentro de la escena española. Ahora recuerdo también cómo me fastidió cuando un poco más tarde se ponía a los epígonos indies como la verdadera respuesta al rock autocomplaciente de los grupos de los últimos ochenta. Los Bichos en el maldito agujero junto a Cancer Moon, Pantano Boas, Demonios Tus Ojos y algunos más.
En 1.995 Josetxo volvió como El Bicho, publicando “The glitter cobweb” a través del sello Roto; en solitario y encargándose prácticamente de todo (como en el primigenio proyecto blood letter). No deja de ser un trabajo menor, reflejo de mejores épocas, aunque ofrece momentos reseñables como “Green candy” o “The Funny Road”. Desde entonces aún le seguimos esperando.
El cuidado doble CD editado por Munster no pretende ser acopio de toda su discografía, se deja cosas de casi todos los discos, pero la selección es razonable, echando yo fundamentalmente en falta la versión de “Swampland” de Scientists. El single “Anita Latigazo” se incluye en versión demo al igual que otros temas incluidos en el primer álbum (“¡Hola! (Ni Dios)”, “Go, bo”, 1.989” y “Down below”). También faltan caras B de single como la mencionada versión de The Scientists (del single “Shadow Girl”, de 1.989), otras de interés como “Homeblood” (del single “Wishin´Shift” de 1.991) y “Words for sale” (del single “I´m inside her” de 1.991); y, esta vez, la cara A del single “A hell of a girl” de título homónimo, editado por Radiation en 1.993, y última referencia de la banda. El último corte del segundo CD recoge sin acreditar su versión de Suicide. El single que acompaña esta edición, también con errores en los créditos, ofrece el aliciente para completistas de dos temas pertenecientes a la maqueta de 1.988: “El sueño rojo” (aparecido en un flexi ese mismo año) y el inédito “To know me is to love me”.
Publicado en el portal de humor y cómic Irreverendos en junio de 2.007
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