Ulises tiene el pelo blanco y maldice al gobierno.
Ulises vive en una plaza silenciosa y circular
con suelo desdentado, jardines, bancos y un parque infantil de esos que, de tan
pequeños, cuando se inauguran no tienen espacio para albergar a todos los
políticos acreedores del mérito que allí se dan cita. Ulises, jubilado, se
esmera en enseñarles cosas a sus nietos, que casi todos los domingos aparecen
con sus padres para almorzar. Ulises les enseña a cruzar la calle mirando
primero a un lado y luego al otro; y a contar monedas para comprobar
pormenorizadamente el cambio en la cercana tienda de chucherías. Les adiestra
acaloradamente para defenderse y cubrirse los unos a los otros en la escuela.
Les adoctrina para que sean duros jugando al fútbol y, sobre todo, para que
sepan mirar por lo suyo. Siempre. Ulises lava su coche todos los domingos por
la mañana y va colocando a los nietos en los asientos conforme van llegando. Es
su ritual. Saca su manguera, su cepillo, su jabón, sus bayetas, su pequeño
aspirador y enciende la radio. Limpia, seca, canturrea y maldice al gobierno, a
los aprovechados, a los corruptos, a los que nunca han dado un palo al agua.
Sacude con fuerza las esterillas contra un banco, las enjabona, las aclara y
las pone a secar cuidadosamente, colocando, ya que alguien le pidió que dejase
de ponerlas sobre los bancos de madera, una sobre cada columpio: la pequeña
moto, el caballito, y el minúsculo balancín. Después, pasa a aspirar el polvo
del maletero, del suelo del coche y de los asientos. Sus nietos ríen y sienten cosquillas cuando el aspirador se les aproxima;
y Ulises, entre risas y bromas, les muestra trucos de conducción y les narra
anécdotas cuya moraleja conduce invariablemente a mirar por lo suyo, saber guardar
y cuidarse de los otros. Conforme avanza la mañana, las esterillas chorreantes
van empapando los columpios mientras los dos únicos pequeños que viven en la
plaza esperan resignadamente en el banco de enfrente a que todo termine.
24 octubre 2016
14 octubre 2016
DESCUBRIR A COHEN
En 1988 no estaba yo
mucho por las programaciones y las cajas de ritmos. Recuerdo que me hice con “I’m your man” de Leonard Cohen al poco de salir al mercado, atraído por el gran
alcance de su nombre. Era el primer disco suyo que compraba. Había escuchado algunas de sus canciones,
pero no tenía una idea muy definida de lo que me podía encontrar. Lo imaginaba
acústico, acaso eléctrico, intenso, grave y solemne a lo Nick Cave. Al pinchar el elepé, desconociendo absolutamente su contenido,
padecí unos momentos de grave conmoción al escuchar "First we take Manhattan". En ese tiempo, los primeros veinte
segundos, más o menos, me dio tiempo a añorar amargamente el disco que había
dejado en la cubeta para traerme este a casa. Así hasta que, pasados esos
instantes, la canción comenzó a volar hasta el infinito.
A veces he pensado en
esa sensación de descubrir algo maravilloso de forma inesperada, y siempre
relaciono mi descubrimiento de esa canción de Leonard Cohen con la mañana en
que, durante un viaje a Roma, tropecé con la Fontana de Trevi, expuesta ante
mis ojos en toda su excelsitud al abandonar un anodino callejón.
09 octubre 2016
TINTA NEGRA
Mi mirada
pierde el pulso:
se inclina con
las inclinadas,
desenfoca con
las desenfocadas.
Resbala
reducida a lágrima azul
sobre la
piedra que acabamos siendo todos.
Vislumbra,
casi como un recuerdo
que late en el
rabillo del ojo,
restos
desperdigados de nuevas ilusiones apagadas,
como una
hoguera abandonada;
cargas y
descargas de alambradas de silencio,
aceras
cuarteadas,
calles oscuras
para siempre,
espacio común
mancillado, viciado, amedrentado,
y puentes
inacabados.
Mastica eterna
tierra seca de tiempo estancado
y asfalto
reventado,
que estalla
con desidia,
empujado por
hierbajos de acero.
El sol, tan
desorientado,
despilfarra su
luz, su poder,
oscureciéndonos
para iluminar
dientes de oro,
impunidad,
pistolas, navajas,
supersticiones,
volantes que
giran y hebillas de cinturones.
Mi esperanza
ha sido finalmente maniatada
por discursos volátiles
que encadenan la palabra.
Aislada en la
sala de espera.
Absorbida en
el sumidero de imágenes.
Golpeada
contra la pared por la verdad insoportable.
Enroscada en
un nido de cobardía.
La injusticia
y la vileza
no paran de segregar
su tinta negra;
nunca se terminan
de aclarar.
Jamás
conseguimos ver el fondo del río.
Se acumulan,
se suceden,
Se homenajean,
se reverencian,
Se honran, se
condecoran.
Se
estratifican formando muros y más muros
que empapelar
a base de mentiras,
viejas
ilusiones encendidas
y promesas,
muchas promesas.
(Este poema ha sido escrito con motivo del Sexto Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez, celebrado el día 7 de octubre de 2016 en el Jardín del Museo Casa de Los Tiros de Granada)
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