Bueno, ya ha llegado la
hora de utilizar tu doble rasero, ¿pensabas que no ibas a estrenarlo nunca? La
causa, la ideología, la opción política que profesas ya tiene quienes la dirijan
y modelen, y no necesitan para nada el aporte de simpatizantes lúcidos y con
espíritu crítico. Necesitan proselitistas y fuerzas de choque. Pero no te
sientas frustrado, de verdad, es lo mejor para ti. A esos que tienden a ponerlo
todo en tela de juicio no los termina de querer nadie. Así que guarda en el
trastero tu lado ponderado, si alguna vez lo tuviste, aprende a amagar los
golpes, y cíñete a los hechos inmediatos, al corto plazo. El doble rasero es un
arma clave para navegar por la vida política española, si no quieres quedarte
en medio de ningún lado y que lo más bonito que te llamen “los tuyos” sea engreído,
aguafiestas o cenizo. Hay que hacer equipo, masa compacta, cerrar filas, a ser
posible sin pillarte los dedos ¡Relájate! El doble rasero está para eso, para
darte un respiro. No puedes pasarte la vida tratando de valorar cada situación
de una forma ecuánime, valorando pros y contras, sopesando, leyendo,
contrastando por tu cuenta. Es agotador y finalmente infructuoso. El doble
rasero descorcha el champán y despeja tu tiempo libre. Te ofrece salidas por
doquier. Así que no te sientas mal, entre el maremágnum eres un soldado más,
nadie te va a criticar ni se va a extrañar de tu actitud partidista. Estás en
el juego y luchas por una causa mayor. Así pues, si esta mañana, al lanzarte en
ropa interior a las redes sociales te has sorprendido opinando que la actitud
de uno de tus amados guías intelectuales y políticos es detestable, o al menos
dudosa, no te agobies demasiado. Si la cosa es muy, muy fuerte le das un leve
pescozón, pero con gracia, ya me entiendes, como dejándolo caer, recordando a
quien te lea que sí, que no estás muy de acuerdo, pero que tampoco es para
tanto (mira a los otros, mira lo que hicieron aquel día, lo que toleraron). Si
no es tan fuerte, ayuda a diluir la cuestión (pero que parezca un accidente); pasa
de puntillas y sácate de la chistera una recomendación cultural con calado
político, que sea refinada, pero siempre maniquea. O, directamente, comparte un
vídeo de humor y santas pascuas. Al enemigo ni agua. A los que tratas de
adoctrinar (que deben ser todos los que se pongan a tiro) ni un respiro, que la
gente se despista con más facilidad de la que parece. Hay que estar
cohesionados. Reconocer errores en tu fracción puede abrir un flanco de vulnerabilidad,
eso nunca, que el pueblo llano es veleidoso e inconstante y mañana pueden
llegar a pensar que lo que tu bandera enarbola no es tan incontestable. Pues lo
que te digo, una vez usado, lo guardas, lo limpias y lo abrillantas. El doble
rasero es arte, herramienta, salida airosa. Es política, amigo.
Cacerolada contra la
actuación del Gobierno en un barrio obrero (leo por ahí). La gente se
escandaliza, se echa las manos a la cabeza y subraya la condición de “barrio
obrero”. Nadie entiende que puedan criticar la gestión de un gobierno de
izquierdas, que puedan atreverse mínimamente a erosionar y poner en peligro su
credibilidad. A la falta de recursos, a la precariedad, se unen la
imposibilidad de dudar, de valorar otros puntos de vista, de pedir
explicaciones a los propios. Si vives en el barrio obrero debes estar
encadenado a una esperanza futura. Votar y (mucho peor) asentir y comulgar de
por vida con las decisiones de gobiernos de izquierda para cerrar el paso a la
derecha, que siempre será peor. Básicamente te ordenan callar o hacer política de
partido durante toda tu existencia. No son tiempos de opinión, sino de
posición.
Esta mañana ha sido
verano durante una hora. Ya se ve alguna que otra chica tendiendo la ropa en
bikini (sin duda uno de los grandes símbolos anunciadores del verano en las
ciudades). Parece que regresa por fin la actividad económica: ya he vuelto a
recibir llamadas apremiantes e intempestivas de operadoras telefónicas. Algo desesperadas, un punto impacientes, nada empáticas, desplegando una
amabilidad llena de aristas, tratando de ocultar a duras penas su ansiedad, transmitiendo
fielmente un presión que viene de muy arriba. Empiezo
una serie policíaca de medio pelo, previsible y entretenida. De las que nunca
nadie llevará una camiseta. Por la noche sueño que cambio de pronto de sueño y
que tengo que descubrir un interruptor redondo blanco para volver al primero.
La zozobra me empuja a registrar disimuladamente una sala llena de muebles y
objetos desordenados. Un montón de desconocidos me miran en silencio. Parecen a
su vez extraños los unos para los otros. Despierto sin hallar el interruptor.
La esposa de mi vecino el
del puzle siempre parece medio aterrada. Suele asomarse al balcón con los ojos
muy abiertos y con una mascarilla celeste con bordes de encaje que es la más
grande que he visto hasta el momento. Se acerca y me habla de lo mucho que está
afectando la pandemia a la infancia. Me cuenta, tras su embozo, la historia de
un niño que tenía su habitación plagada de muñecos de Playmobil; casi una
pequeña ciudad con casas, un fuerte, una estación de bomberos y cosas así. Como
se vio obligado a retirarlo todo para que pudieran limpiar el cuarto, decidió
poner punto final de manera abrupta a la historia que al parecer llevaba días
desarrollando. Por lo visto dijo: “Antes, cuando me pasaba esto, un meteorito
lo arrasaba todo, pero esta vez va a ser una pandemia”. Entonces procedió a
retirar en camilla, uno a uno, los muñecos que iban falleciendo sucesivamente
y, por último, tras mostrar a su familia cómo había quedado de vacía su ciudad después
de la pandemia, guardó cuidadosamente los edificios y los objetos que había ido
apilando. Sus padres, abrumados por los efectos nocivos que la situación de
confinamiento pudiese estar ejerciendo sobre su hijo, lo pusieron en contacto
mediante videoconferencia con una prima psicóloga, la cual lleva tratándolo
tres semanas para que no sea tan negativo y vea las cosas de otro color. “Que
es muy pequeño todavía para pensar así”, apostilla mi vecina. Como despedida,
me deja caer que no haga mucho caso de las historias de su marido, que lo del
rodal de su pueblo donde nunca llovía se lo inventó después de que se decretase
el estado de alarma, y que le ha pedido a su conocida, la madre del niño, el
teléfono de su prima psicóloga para que hable con él.
Salgo a la calle y me
encuentro con la persona que montó el toldo de mi balcón. Han pasado sus buenos
ocho años, pero se detiene ante mí para saludarme, con su sempiterno mono de
trabajo azul y su mascarilla blanca, como si no hubiese pasado el tiempo, como
si no estuviésemos ya viviendo en otro mundo. Al principio no he caído en la
cuenta de quién me saludaba tímidamente en la acera, a unos metros de distancia;
hasta que me he fijado en la mirada triste y soñadora que siempre le acompaña. Hemos
Hablado de la angustia económica; de las ayudas que no llegan; de sus
dificultades como autónomo para sobrevivir en tiempos tan azarosos como estos.
Al despedirnos, me ha preguntado por el toldo con un cariño tal que casi lo
personifica. He estado a punto de contestar: “Está hecho un hombre ya”.
Me produce urticaria toda
esa gente que sale en la tele pidiendo encarecidamente que nos quedemos en casa
a la vez que alardea de lo bien que se encuentra confinada en su vivienda de
infinitos metros cuadrados. Con todo tipo de necesidades cubiertas.
Encontrándose a sí misma y reflexionando sobre la vida mientras pasea por el
jardín o ve la temporada que le faltaba de “Juego de tronos”.
Ha fallecido esta semana por
coronavirus Dave Greenfield, eterno teclista
del grupo inglés The Stranglers y
pieza clave para el desarrollo de su sonido. La primera vez que supe de ellos
fue a través de un programa de televisión (creo que “Metrópolis”) que repasaba
la historia del punk por capítulos algunos viernes por la noche de hace muchos
años. Recuerdo que me extrañó que un grupo con teclista (y tan presente en su
sonido) fuese considerado punk, pero me gustaron. Su carrera ahí está:
libérrima, exitosa; colmada de composiciones redondas y ricas en matices que fueron
sustituyendo energía por sofisticación sin perder el pulso creativo. Dave
publicó, junto a su compañero de banda Jean-Jacques
Burnel, en 1983 “Fire & water (écoutez vos murs)”, un interesantísimo
elepé de querencias sintéticas y cinematográficas que me recuerda a un Brian Eno más lírico y terrenal, con
una paleta de colores más variada.
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