Pedro G. era una auténtica promesa de la
política local. Dinámico, simpático y seductor sabía estar en su sitio. Era el
mejor estudiante, el gran tiralevitas, el chico para todo, siempre en su coche
de un lado para otro con su peinado hacia atrás. En el partido le apreciaban y
valoraban su fidelidad y discreción. Conforme pasaban los años fue
desarrollando además, para sorpresa de todos, una gran templanza, y ese
carácter y aparato gestual que le podían hacer pasar perfectamente por la clase
de persona que por alguna razón piensas que no te va a engañar nunca. Sólo le
fallaban las paletas, las tenía separadas y algo torcidas, tal es así que sus
enemigos le llamaban secretamente Sánchez
Gordillo. En su etapa en las juventudes del Partido Popular no hubo problema, la única pega que encontraba su
dentadura era que evitaban cuidadosamente colocarle detrás de los candidatos en
los mítines. Pero llegado el momento de dar el salto al fango político, y
ponderando su potencial como posible candidato a cualquier cosa, fue invitado
entre blancas sonrisas a corregirse “un poquito lo de las paletas”, cosa a la
que Pedro sorprendentemente se negó. Su novia, Concepción L., de los L. de toda
la vida, se puso hecha una furia y le llamó Sánchez Gordillo, a lo que él
respondió con una sonrisa de satisfacción, como si llevase tiempo esperando
esas palabras. Obcecado como estaba en su postura, su caso (el informe G.),
pasó por todos los despachos de los altos cargos y viajó incluso en la bolsa
junto a las raquetas de paddle de
algún destacado dirigente. Finalmente, y ante la certeza de que era el
candidato ideal para la alcaldía de su ciudad, Pedro fue reclamado para una
reunión del máximo nivel en la sede nacional del partido. Allí, rodeado de
jerifaltes que le suplicaban que se arreglase las paletas mientras su prometida
esperaba fuera taconeando su desazón, Pedro, mostrando una amplia sonrisa que
enseñaba unas piezas dentales más separadas que nunca, declaró su hasta
entonces oculta admiración por Sánchez Gordillo por el hecho de hacer política
y estar en continua exposición pública con semejante dentición y, ajeno a los
comentarios que volaron por la habitación acerca de que eso le venía que ni
pintado a la imagen que quería proyectar el alcalde de Marinaleda, declaró con
una palmada en la mesa que mientras Sánchez Gordillo sacara ese baile de
paletas a pasear él haría lo propio, abandonando acto seguido la sala y pasando
de largo ante su novia. En la sala de reuniones y en pleno ataque de histeria y
desesperación, alguien pidió el teléfono de Diego Valderas (coordinador general de IU-CA), un hombre con altura
de miras y abierto a cualquier tipo de negociación, según el parecer de todos.
Publicado en el nº143 de la revista de humor on line "El
Estafador", dedicado a la ortodoncia.