Hacía más de una década que no sabía nada de él. Javier posee una
sonrisa abierta y franca, de esas que desordenan toda la cara; desinhibida a la
hora de mostrar descarnadas ubicaciones dentales entre las que un chicle baila;
de las que vuelven los ojos saltones y, cuando rompen en risa, provocan bruscos movimientos de mandíbula y
otros más ligeros y continuos de nariz. Se dedica a organizar no sé qué cosas y
al montaje de otras, y me relata las vicisitudes de su actividad de manera
veloz pero ordenada, traveseando enfático, con una agilidad sin límites,
gesticulando sin parar y no pudiendo evitar algún que otro saltito. Los
cigarros parecen consumirse solos entre sus amarillentos y castigados dedos
tras una única y definitiva calada. No recuerdo prácticamente ningún momento de
aquella conversación en el que no escapase humo de su boca. Tras lograr introducir
a duras penas alguna pregunta técnica relativa a su trabajo, que queda sin
respuesta, la charla va derivando hacia un monólogo cada vez más delirante y
apasionado. Sus proyectos, en una ocasión, le sacaron de nuestro pueblo para
llevarlo en volandas hacia Madrid, donde ayudó a un destacado personaje a
montar un enmarañado tinglado del que, en principio, él se ocuparía de la
infraestructura y que, gracias a su eficiencia y discreción, terminó coordinando
casi en su totalidad a cambio de varios miles de euros (muchos menos de los que
se llevó el principal implicado, subraya). Posteriormente, todas estas
andanzas, dice, tuvieron una traducción televisiva de alcance que nada tenía
que ver con la verdad (mientras habla su lengua vuela y su sonrisa crece hasta
convertir su nariz en un cuerpo extrañamente libre). “Todo un montaje, sí señor”,
reflexiona finalmente mientras aterriza dulcificando el gesto y mirando al
infinito, “Un artificio vendido como real a todos, a la pobre gente, a los
pringados de siempre”.
“No te puedes imaginar todo lo que se esconde detrás de la realidad”,
sentencia con tono paternal mientras me despido agradeciéndole tan apasionante
historia. Durante diez minutos, ambos hemos sido felices.
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