La distorsión supera las estaciones.
El pensamiento crepitante
salpica los arcenes de palabras y espejismos.
Miles de kilómetros de preguntas
sin respuesta;
de bosquejos, llevados por el viento.
Es igual,
compondré un discurso mellado
y tararearé una canción,
cuando te vea.
La angustia gira a mi alrededor
a velocidad loca.
Los colores cada vez duran menos
en su ir y venir.
No se posan en los ojos, como cuando era niño.
Si freno me desmoronaré y me iré en una sombra.
Sólo aceptaré mirarte desde un cuadrado de tiempo
en el que poder ser línea recta.
Un ciudadano firme y libre,
con el alma borracha,
sobre la tierra minada.
Llegaste, ¿por qué tan pronto?
Suena una sirena: sólo contigo es invierno.
Tu sonrisa aprieta mi estómago,
en esos instantes que detienes el tiempo.
Si cerramos los ojos
el muro no se derrumbará
¿verdad?
La raya se curva como una luna
sin fin, cegada y blanca,
brillando en dirección a la duda
puntiaguda
de siempre.
La tentación es caricia que se multiplica,
ya lo sé.
Te escribo desde el lado equis de la ciudad
cuyo vientre huele a cerveza.
Pero hay letras que se pierden en la pantalla.
Sin dueño.
Sin motivo.
La distorsión horada el suelo de las certezas
llenándolo de nada, electricidad
y energía giratoria,
de esa que vuelve,
sin razón,
el día menos pensado.
La distorsión trepana la luz
pero la paz me da pavor:
parece envolver mi suerte lentamente.
Es el silente río
que acaba incomunicado.
Y ya no quiero silencio.
Y ya no quiero parar.
Quiero encender mi voz.
Señoras y señores,
mi voz:
Adherida a una esquina.
Interrumpida por un frenazo.
Quejumbrosa del idéntico
jadear de los minutos.
Escondida en la duración de las canciones.
Atraída por carteles publicitarios
que siempre van delante de mí
aunque no los persiga.
Enterrada en esta lenta derrota,
tan estruendosamente presente.