El abrigo parecía avanzar solo
hasta que los ojos de lago rojo me miraron
(con todo su esplendor machacado).
Así pude ver al animal chapoteando en ellos
en dirección a la luz.
Humeaban, como si el poco aliento restante
se hubiese cobijado en esa humedad intemporal
por tal de reprimir su agostamiento.
Respirar por los ojos.
Suplicar por los ojos.
Nuestras miradas se cruzaron
en un instante amarillento,
pero no quise detenerme.
Cuando atravesó la luz,
ésta se limitó a seguirlo con desgana,
enfocando desdentada
el dolor que socava sus paredes.
Dolor rutinario que huele a desagüe antiguo,
de ese que, monótono, surca los arañazos,
marchitándolo todo sin prisas.
Ese dolor que boquea en el lago rojo
con paciencia de licor polvoriento.
Se aposentó en el bar-vientre,
allí donde ya no hace ni frío ni calor,
en la esquina de la luz futbolera y sonriente.
Ojos de lago rojo tiembla y ríe,
viajando en una carcajada muda
de tintineo de vasos y voces,
tanteando tembloroso el alivio amañado.
Donde el lago rojo se desborda puntual
mientras el animal pugna obcecado
por trocar su morada
por ese líquido escanciado
que choca sin cesar
con todos los vasos,
mientras todos los vasos
chocan a su encuentro
desbordándose puntuales
en la barra sin fin.
Ojos de lago rojo
con un pequeño animal apagado
y humeante incrustado,
flotando a la deriva.
Que ya ni saluda,
con su sonrisa de barcaza rota.
Ojos de lago rojo,
brillo de lágrimas.
Muesca en la arena
de amarga barba.
Ojos de lago rojo estrujados por el frío
y por los ojos fríos de los demás.
Candentes de dolor arrugado y falsas expectativas
que nadie repite (ya nadie miente).
Tensos ante ninguna espera.
Oscuros frente a una certeza creciente.
Oblicuos por el temor.
Erizados de terror ante la madrugada,
que inundará de vacío la luz eléctrica.
Y, ya tarde, la noche se cuela
por las escocidas ranuras del lago.
Y la calle silente taconea y vela
el eco de un deseo agotado.
Y la luz eléctrica alimenta
el aliento prestado
del animal,
que babea renovado
su gratitud,
mientras avanza despacio
tras encajar otra derrota
en un partido trabado,
sin público ni goles anulados.
Al tiempo que las ranuras no cesan
de devolver turbia rabia sobrante,
testimonio prolongado
de un tiempo herido de muerte.
Ojos de lago rojo,
viviendo en una luz inventada
de tiempo parado,
de almacén abandonado
y rincones olvidados.
De telaraña escarchada.
Y, mientras la calle se hace humo
y la luz se va sin hacer ruido,
nada desaparece.