Ella, mientras apretaba sus manos, le dijo resuelta
que le apoyaba al 110%. A lo que él, melancólico, respondió: "Recuerdo
cuando estabas conmigo al 120%".
27 marzo 2019
26 marzo 2019
LAS FORMAS INASIBLES DE TU LIBERTAD
Recuerda, de vez en
cuando, las formas inasibles de tu libertad antes de que supieras que para que pudieras encajar debían estar perfectamente cuadradas; antes de que tú obligaras a otros
a cuadrar las suyas.
20 marzo 2019
ROBÓTICA
En el veloz siglo
XXI, niños ansiosos enseñan con ágiles dedos a sus padres desempleados vídeos
sobre el imparable auge de la robótica que muestran cosas que se construyen
solas y camiones y taxis que ya no necesitarán conductor.
18 marzo 2019
“YOU REALLY GOT ME”. ALGUNAS VERSIONES
La primera vez que The Kinks presentaron en directo
“You really got me” fue el 13 de marzo de 1964, en el Bodega Club de
Manchester. Se trató inicialmente, según Ray Davies, de un intento de componer
algo más jazzístico, al estilo de Mose Allison. Un acto de rebeldía ante las
presiones de PYE para que compusiera material en la línea de The Beatles. Una
manera de superar el sonido Mersey,
pero con algo propio, no echando mano como siempre de material venido de
Estados Unidos. La primera idea de la
canción la registró a los quince años en su vieja grabadora Grundig; y, a pesar
de que los créditos atribuyen su autoría solo a Ray, la aportación de Dave en
el inolvidable riff es fundamental. El
18 de marzo entraron en los estudios Regent Sound para grabar una primera
maqueta que, curiosamente, no entusiasmó a la compañía, obsesionada como estaba
por eliminar todo rastro de blues de su repertorio en beneficio del pop. A
pesar de eso, desde el principio se convirtió en el momento culmen de sus
conciertos. El “Girl” inicial, que aclara el destinatario de la canción, fue
incluido por Ray a sugerencia de Hal Carter, el encargado en aquellos primeros
días de supervisar la puesta en escena del grupo, que le recomendó evitar
ambigüedades. Después de dos singles
sin dar en la tecla, la decisión acerca de la canción a lanzar en el tercero se
antojaba peliaguda. Pero, tras mucho insistir, Ray consiguió que el tema
elegido fuese “You really got me”, que se grabó el 14 de junio en los estudios de
Marble Arch. En esa ocasión, y como forma de garantizar la solvencia del
sencillo, la discográfica impuso a Bobby Graham como batería en vez de Mick
Avory, al que consideraban poco avezado; asegurándose además la presencia de
Shel Talmy como productor. El resultado, que no llegó a ver la luz, fue
decepcionante para la banda. Ellos buscaban ese efecto magnético e irresistible
del crudo riff que Dave se sacó de su
amplificador Elpico aquella inspirada tarde en que ayudó a Ray a rematar la composición, en el salón de la casa paterna. La
producción, demasiado “ambiciosa”, sepultaba el efecto instantáneo de la canción,
ese golpe seco y áspero de rotundidad, distorsión y urgente ansiedad que la
convertiría en referente inmediato de miles de grupos de pop, hard-rock, garage o punk. La negativa de
compañía y productor a acceder a las pretensiones de Ray Davies de regrabar la
canción hicieron que este amenazase con abandonar el grupo e incluso la
música. Davies, a sus 19 años, parecía ser perfectamente consciente de que tenía
algo muy especial entre manos. Finalmente, un trámite contractual les permitió
contar con unos días extra antes de que PYE tuviese derecho a lanzar el single. En ese plazo eran libres de
volver a grabar la canción, pero corriendo ellos con los gastos. Así pues, contando
con 200 libras adelantadas por sus representantes, acudieron a los estudios ICB
de Londres el 12 de julio con el firme propósito de registrar la canción tal y
como sonaba en sus directos. A los músicos que tocaron en la primera versión se
añadiría el insistente piano de Arthur Greenslade y la presencia, esta vez sí,
de Avory, pero limitándose a tocar la pandereta. Usaron una grabadora de una
sola pista y grabaron tocando todos a la vez la pista instrumental. Después,
Ray derrochó energía cantando mientras la música le atronaba por los
auriculares, incluyendo esos quince segundos del incandescente y agresivo solo
de Dave, que algunos rumores quisieron atribuir a Jimmy Page. La canción
apareció en single en Gran Bretaña el
4 de agosto, dos días después de haber noqueado a los mismísimos The Beatles
tocando antes que ellos la canción en un concierto en Bournemouth. Era su
tercer sencillo antes de publicar su primer elepé, un par de meses más tarde.
La cara B la ocupó “It’s all right”. El éxito fue inmediato, y alcanzó el nº1
en el Reino Unido y el séptimo lugar en EE.UU. Dos minutos y veinte segundos que
le dieron la vuelta a la forma de entender y tocar la música rock.
Ese mismo 1964, The Moments, grupo en que militaba Steve Marriott, ya grabó un single con una
versión de “You really got me” en el sello World Artists, solo para el mercado
estadounidense. Esta lectura, tan enérgica y garagera como la original, aunque más ralentizada, hace hincapié en
la esencia blues de la composición. TheThirteen Floor Elevators la solían hacer en directo en su
época más impactante, como atestigua su “Live in Austin” (1978), que recoge un
concierto de 1967. Allí alargan el tema hasta los seis minutos y medio,
sumergiéndolo en su rasposa y punzante enredadera psycho-garagera. En 1969, una expansiva y endurecida versión
instrumental, que empieza a mostrar el juego que la composición puede dar a los
músicos con querencias hard rock y
progresivas, sirvió para abrir el primer elepé de Mott The Hoople. En 1978, Robert Palmer
incluye su revisión en “Double fun”, su cuarto disco en solitario. Una plácida
mirada de soul blanco de exuberancia
limitada, subrayada de metales y suave funk,
con solo de saxo incluido.
The Moments |
Ese mismo año apareció la versión de Van Halen. Fue el primer single de su
primer elepé y supuso un gran éxito, tanto que muchos creían que eran los Kinks
quienes versionaban a Van Halen. Ray Davies comentaba que, después de los conciertos,
muchas chicas de dieciocho años se le acercaban para agradecerle que hubiesen
tocado un tema de Van Halen. De aquí viene que la canción sea considerada
también precursora del heavy metal.
En 1980, la versiona Silicon Teens, efímero
proyecto de banda ficticia de pop electrónico desarrollado a medias entre el
fundador del sello Mute, Daniel Miller y Frank Tovey. No se complicaban demasiado
la vida, pero tenían su gracia. Se dedicaban mayormente a llevar al terreno
sintético inmarcesibles clásicos del rock and roll. Aquí se demuestra que su
irresistible atractivo brilla con luz propia en el mundo del sonido comprimido.
Silicon Teens |
Sly and The Family Stone incluyeron su versión en su último disco, “Ain’t buy
the one way” (1982). Un álbum completado por su productor y
lanzando en contra de la opinión de un Sly diluyéndose como un azucarillo. La
interpretación, engrandecida con coros góspel, traslada la canción al
estimulante territorio funk sin estridencias del último Sly Stone, como no
podría ser de otra manera. Mariska Veres Shocking Jazz Quartet, la formación jazzística de la antigua cantante de
Shocking Blue, la lleva a su vez, en 1993, al terreno del swing, con apreciables
resultados. En 2010, Ali Campbell,
cantante de UB40, realiza una interesante adaptación en su disco “Great british
songs”. Como su nombre indica, una revisión en plan reggae atractivo y sofisticado de clásicos de siempre del pop
británico.
En nuestro país, unos Salvajes remozados (con Gaby Alegret
como único representante de la formación original), giran hacia el rock duro y vuelven a la carga con el
elepé homónimo de 1981. En un disco plagado de contundentes adaptaciones de
clásicos de los sesenta, graban “You really got me” como “Me has cazado”. Los Cardíacos la adaptan acertadamente
como “Te vas a enterar” en su disco de 1986, “Nuevas aventuras”, siguiendo la
concreción y la rotundidad de la original. Un trabajo este que contenía,
además, otras memorables adaptaciones al castellano de clásicos del soul.
Por último, recordaremos
la interpretación conjunta con Metallica
en el disco de duetos de Ray Davies de 2010. “See my friends”. Creo que eran
conscientes de que estaban ante un maestro.
14 marzo 2019
14 DE MARZO EFEMÉRIDES
14-03-1933: Fecha de nacimiento de Quincy Jones (también
conocido como Mister Q, apodo que le puso Frank Sinatra). Trompetista, arreglista,
compositor, director de orquesta, director musical y productor; con los años se
ha convertido en el personaje más relevante del mundo de la música en Estados
Unidos (el tipo al que todas las puertas se le abren). Nacido en el seno de una
familia muy humilde del South Side de Chicago, durante su niñez arrastró el
peso de la inestabilidad provocada por una madre esquizofrénica que los
abandonó cuando tenía siete años, y cuyo vacío siempre le acompañó; pese a que
hasta su muerte estuvo apareciendo fugazmente en su vida. Mientras su padre
trabajaba donde podía, se crió junto a su hermano en las calles. Hasta los once
años quiso ser gánster, relacionándose con bandas y llegando a portar navaja
(sufrió heridas de arma blanca). Cuenta que pasó hambre en su infancia, que su
abuela había sido esclava y que no vio a un blanco hasta los once años, cuando se
trasladó a Seattle con su padre y su hermano en busca de mejores condiciones de
vida. Cuando tuvo oportunidad de pulsar las teclas de un piano, supo que eso
era lo suyo. Aprendió a tocar varios instrumentos, pero finalmente se decantó
por la trompeta (curiosamente, tras la doble operación a que hubo se someterse
en 1974 por una aneurisma cerebral no pudo volver a tocarla). A los doce años entró
en un grupo de góspel y a los catorce comenzó a trabajar en bares como
trompetista de una banda de jazz. En esa época conoció a quien siempre
consideró como un hermano mayor, Ray Charles, de dieciséis. Pronto tuvo claro
que, dada la situación social de la época, lo único que sentía que podía
dominar sin que se le pudiese volver en contra en cualquier momento, lo único
que le daba realmente libertad, era la música.
En 1951 se marchó a Nueva York, uniéndose a la
orquesta de Lionel Hampton. Tras centenares de actuaciones sin descanso su
suerte cambió al recibir el encargo de Dinah Washington de arreglar los temas
de su disco de 1955, “For those in love”. Dinah optó por él contra viento y
marea, y el reclamo de esa colaboración le permitió hacerse un nombre y recibir
encargos similares de celebridades como Louis Armstrong, Sarah Vaughan, Clarke
Terry, Dizzy Gillespie, Ray Charles, Count Basie (con quien le uniría una relación
muy especial), o Ella Fitzgerald.
En 1957 se aventuró a viajar a Paris para estudiar la
orquestación con instrumentos de cuerda con la profesora Nadia Boulanger. Allí
participó en muchas grabaciones e incluso dirigió a su propia orquesta en un
programa de televisión, que solo duró seis meses. Decidido a no abandonar tras
la pronta desaparición del programa, aguantó cuanto pudo girando por Europa con
sus músicos con el espectáculo “Free & easy”, algo que devino insostenible.
Las deudas acumuladas en la aventura francesa (unos
145.000 dólares) le obligaron a volver a Nueva York, esta vez con un cargo
ejecutivo en el sello Mercury. Posición desde la que lanzó al éxito a Lesley
Gore en 1963. Un año antes, también en Mercury, produjo a Little Richard cuando
le dio por hacer góspel en “The King of the góspel singers”.
En 1964 tuvo lugar el verdadero punto de inflexión
de su carrera, al recibir la llamada de Frank Sinatra, quien, gratamente sorprendido
por su trabajo con Count Basie, quiso que se encargara de los arreglos de su
disco “It might as well be swing” en el que le acompañaba Basie con su orquesta,
a la que Quincy dirigió tanto en la grabación como en las presentaciones en
directo. Su presencia aportó vitalidad y dinamismo al sonido de Sinatra.
Circunstancia que este nunca se cansó de subrayar. Veinte años después, por
cierto, produjo el último disco de Frank Sinatra en pleno estado de forma: “L.A.
is my lady”.
Siempre se ha destacado su fantástica conducción de
las orquestas, teniendo a los músicos contenidos; dando color a sus instrumentos
sin saturar. Cada uno con su espacio, con su aire.
Personaje todoterreno, incansable, ambicioso, vitalista
y generoso; siempre fue un paso más allá en su carrera, en su afán por pisar
nuevos territorios. Por eso, tras la experiencia con Sinatra puso su empeño en
la composición de bandas sonoras, entre otras razones porque le sorprendía que
ningún negro se hubiese dedicado nunca a ello. Parecía tratarse de un espacio
vedado para los de su raza. Fue esa misma sensación la que le impulsó a ir a
París. Puso música a más de una treintena de películas y numerosas series de
televisión como “Ironside” o “Raíces”. Los temas que componía para bandas
sonoras solían ser cortos, e incluía casi siempre algún tema cantado. Demostraba,
aun partiendo del jazz, una gran variedad de registros, y toneladas de groove y recursos para componerlas.
Destacan la primera de todas, “El prestamista”
(1964) de Sidney Lumet, en la que cuenta con la presencia de Sarah Vaughan; “A
sangre fría” (1967), “En el calor de la noche” (1967), “The Italian Job” (1969),
o “La huida” de Sam Peckinpack (1972).
Durante
los setenta sobresalen exitosas producciones disco-music tipo The Brothers Johnson. Además de otras para Aretha
Franklin o Chaka khan. Durante la adaptación cinematográfica del musical “The
Wiz”, se produce su conexión con Michael Jackson, a quien convertirá en
estrella planetaria con sus producciones de “Off the Wall” (1979), “Thriller”
(1982), y “Bad” (1987).
En 1985 produjo la película “El color púrpura”, empeñándose
en que Steven Spielberg la dirigiera, y haciéndose cargo además de la música, claro. Ese
mismo año se encargó también de la producción de “We are the world” el famoso
single de U.S.A. for Africa, que le situó definitivamente en el olimpo del pop estadounidense.
En 1989 publicó “Back on the block”, disco en el
que, haciendo coincidir artistas de tres generaciones, mezcla hip-hop con bebop,
por mencionar una relación que a él siempre le ha gustado establecer; y trata
de ofrecer un compendio de la música negra (no solo estadounidense) de la
segunda mitad del siglo XX. El elenco es impresionante, y el resultado
equilibrado y dotado de sentido.
En 1991 llevó al Festival de Jazz de Montreux, con
el que colabora desde hace años, a Camaron. Enamorado de su música, su
intención era comprar sus derechos y lanzarlo mundialmente, cosa que por
determinadas circunstancias finalmente no se llevó a cabo. Según recuerda el
promotor Pino Sagliocco, después de su actuación le dijo en el camerino: “Nunca
he estado tan cerca de alguien que me haya enseñado su alma como tú”.
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12 marzo 2019
12 DE MARZO EFEMÉRIDES
12-03-1967: Se pone a la venta en Estados Unidos,
casi un año después de iniciada su grabación, “The Velvet Underground &
Nico” (Verve), primer elepé de la banda neoyorquina y, sin duda, uno de los discos más
influyentes de la historia del rock.
Ya lo decía Brian Eno: “Solo unos pocos miles de personas compraron el álbum,
pero todas crearon una banda”. Andy Warhol diseñó la mítica portada del plátano
que se pelaba (de hecho, parecía un disco de Andy, ya que solo aparecía su
nombre en ella), y además ejerció de motivado productor ejecutivo,
contribuyendo a la grabación con una parte de los fondos conseguidos en las
actuaciones de su espectáculo multimedia, “Exploding Plastic Inevitable”. Otro
inversor fue Norman Dolph, antiguo ejecutivo del sello Columbia, que buscó el primer
estudio y dirigió las sesiones, dada la ignorancia del resto de la troupe en esas cuestiones. El disco se
grabó en los ajados estudios Scepter Records, de la calle cincuenta y cuatro,
en Manhattan. Cuando el grupo llegó, el suelo estaba levantado, no había paredes y solo existían cuatro
micrófonos en funcionamiento. Según John Cale, montaron la batería donde
pudieron, subieron el volumen al máximo, y se pusieron a tocar. El estudio se
alquiló durante tres noches por 2.500 dólares; tiempo suficiente para grabar el
álbum. Las labores de productor e ingeniero de sonido (no abundaban los
ingenieros profesionales que quisieran trabajar con el grupo) se repartieron
entre Cale y Reed, con este a la cabeza. Entre los dos conformaron el sonido
del disco. Desarrollada entre la insatisfacción general, no fue una grabación
exenta de tensión y conflictos: un Lou Reed paranoico seguía sin aceptar a Nico
(se empeñó en que en la portada quedase claro que la alemana no era una de
ellos, de ahí lo de The Velvet Underground & Nico), y esta se quejaba de
las pocas canciones que cantaba (fueron tres: “All tomorrow’s parties”, “Femme fatale”
y “I’ll be your mirror”, memorable la gravedad impuesta a la primera y el
contrapunto glacial dispensado a las otras dos). Solo Warhol aportaba serenidad
y confianza al conjunto, aparte de empeñarse en que las canciones quedasen
registradas con toda su crudeza. El álbum fue rechazado por todos los sellos
con los que contactaron en Nueva York. Y solo cuando conocieron a Tom Wilson
(productor que había sido de Bob Dylan y, curiosamente, del “Freak out!” de The
Mothers of the Invention, tan vituperados por Reed) vieron algo de luz, al
ofrecerles éste cobijo en Verve Records (sello originalmente de jazz vendido a
MGM en 1958), que empezaba a interesarse por el negocio del rock. Con Wilson a los mandos, regrabaron
tres canciones en los estudios TTG de Hollywood (“Venus in furs”, “Heroin” y “I’m waiting for the man”) y, aprovechando los continuos
retrasos en la publicación del disco, Lou Reed escribió, a sugerencia suya,
“Sunday morning”, ya que el productor, para hacer más accesible el álbum,
consideró necesario que Nico tuviese más canciones y que una de ellas fuese
lanzada como single. El tema se grabó
en los estudios Mayfair de Manhattan, en noviembre. Pero, finalmente, Lou Reed
decidió cantarlo él, ante la perspectiva de que apareciera como sencillo. Ese
otoño de 1966, el sello había retrasado el lanzamiento del elepé, según parece,
por presiones de Frank Zappa, que no quería que su “Freak out!” coincidiese con otro
disco más raro y nocivo que el suyo. Retraso este que hay que sumar al
producido por la manufactura de la portada y al provocado por la exigencias del
bailarín Eric Emerson, que exigió una compensación económica al salir su imagen
en la foto de contraportada, lo que llevó a la compañía a retirar todos los
ejemplares distribuidos y tapar la imagen con una banda oscura con el nombre de
grupo y productor. En ese año aparecieron dos singles, mal promocionados, “All tomorrow’s parties/I’ll be your
mirror” (julio), y “Sunday morning/Femme fatale” (diciembre). Este último no
superó el nº103 de las listas de éxitos del Cashbox
Magazine. El álbum no corrió mejor suerte, ya que no pasó del puesto 171 de
las listas estadounidenses. Tampoco disfrutó de una publicidad adecuada, las
pocas reseñas aparecidas fueron negativas y prácticamente todas las radios censuraron
su contenido debido sobre todo a la presencia de “Heroin”, donde se narraba
minuciosamente la secuencia de un chute. Como se ha repetido hasta la saciedad:
el mundo no estaba aún preparado para un disco así.
Un trabajo irrepetible, de cualquier forma, que
alguna vez he comparado con el primero de Veneno, aunque no tengan nada que
ver. Son esos discos sin parangón, que brotan de la obcecación y de pasarse el
día probando cosas con total libertad, desconectándose del entorno. Nacen de
una colisión muy volátil, de una ilusión y energía irrecuperables por la
especial conexión y complicidad surgidas entre los miembros del grupo en un
determinado momento.
El afilado observador Lou Reed, en estado de gracia,
afronta las letras de las canciones de una forma absolutamente nueva: distante,
apática, nihilista, explícita. Ahí están, tan inquietantes como el primer día,
los marineros de “Sister Ray” o la sombra de Sacher Masoch en “Venus in furs”. También
la descripción detallada, desapasionada y cruda de “Heroin” (prohibida en
España hasta finales de los años setenta), cuyo sonido, según reconoció el
propio Mick Jagger, influyó sustancialmente en el “Stray cat blues” de The
Rolling Stones. La excitación urbana de “I’m waiting for the man”, la bajada de “Sunday
Morning”. Era el cinismo hecho chirrido, electricidad, desazonadora belleza.
Todo esto encajó de forma asombrosa con el complejo
universo musical alrededor del que giraba John Cale. Su afán experimental se liberó
plenamente al dar con compañeros de viaje sin miedo al ruido y a dejarse llevar
por la improvisación y estructuras más libres y caóticas. Todavía hoy resulta fascinante
la original adecuación de Cale a un lenguaje rock medianamente asumible. La guitarra de Sterling Morrison se entretejía a
la perfección con Reed en esa tóxica transformación del ímpetu rítmico de Bo
Diddley; y Moe Tucker, de pie con sus mazas, sabía mantener las canciones dentro de su
cauce con su ritmo imperturbable. Ambos fueron esos corazones que laten
férreos, que asumen y sostienen todo el caudal, impertérritos y extremadamente
eficaces.
Música a flor de piel, en definitiva, desapacible, acumulativa,
repetitiva; liberada tal cual, como deseaba Warhol. The Velvet Underground te
invita a pasear la mirada por sus vidas, a mirar a través de su pupila, a
quemarte ahí. Ese tritutar el blues sin poder huir de él. Esa oscura masticación
de anfetamina y jazz. Un sonido que se expande para explicarte la sensación
claustrofóbica de la gran ciudad; que crepita en un oscuro túnel de madrugada con
regusto arisco y violento.
10 marzo 2019
10 DE MARZO EFEMÉRIDES
10-03-1967:
Fecha de publicación del primer elepé para Atlantic de Aretha Franklin, “I
never loved a man the way I love you”, producido por Jerry Wexler (el hombre
que, entre otras muchas cosas, puso en circulación el término “Rhythm and Blues”). Tras seis
años en el sello Columbia con un solo single
en el top 40 de las listas de R&B, y muchos elepés sin llegar a ninguna
parte ni encontrarse como intérprete, cuando a finales de 1966 expiró su
contrato, aceptó la oferta de Wexler para incorporarse al elenco de Atlantic, a
cambio de 30.000 dólares. Los directivos de Columbia, que la había fichado en
1960, no acertaron con la línea musical a seguir por la artista; empeñándose,
ora en convertirla en una nueva Dinah Washington, ora en transformarla en afable
cantante de pop convencional, en contra del criterio de su descubridor, John
Hammond. A partir de este primer disco en su nueva compañía, Aretha Franklin
liberó por fin ese caudal de inigualable cantante de R&B y soul que había
estado tan constreñido en la etapa anterior.
La
primera decisión de Wexler (el hombre que, sin duda, mejor conectó con ella
musicalmente) y su equipo tras el fichaje, fue llevarla a los estudios FAME de
Muscle Shoals, en Alabama, con el fin de sumergirla en el ambiente sonoro adecuado
para reencontrarla con el R&B más libre y enérgico. Allí trabajó con
aquella increíble sección rítmica sureña de músicos blancos formada por Dewey
Spooner Oldham (piano), Jimmy Johnson (guitarra), Tommy Cogbill (bajo) y Roger
Hawkins (batería). Tras la mágica sesión que incluyó la grabación completa del tema “I never loved a man (the way I love you)”, y de una parte de “Do right woman, do right man” (dos canciones definitorias de la altura e irresistible exuberancia
de lo que tenían entre manos), una discusión entre su marido y mánager, el
ínclito Ted White, y alguno de los músicos (dicen que la disputa fue espoleada por
los problemas del atildado Ted para confraternizar con aquellos músicos
blancos, a los que consideraba unos paletos), dio al traste con el resto de las
sesiones la noche de aquel primer día de trabajo, decidiéndose continuar con la
grabación en los estudios de Atlantic en Nueva York, llevándose, eso sí, a los
músicos de FAME. El primer sencillo del elepé, con los dos temas mencionados,
llegó al nº1 de las listas de R&B y estuvo entre los diez primeros puestos
de las de pop, superando el millón de copias vendidas en pocas semanas. El
álbum corrió una suerte similar, fue disco de oro y llegó a lo más alto de las
listas antes mencionadas.
Disco
clave de la historia de la música soul, incluye temas de la rotundidad e
incandescencia de “Save me” (compuesto por Aretha, su hermana Carolyn y King
Curtis) y revisiones expuestas a una nueva temperatura, tanto de Ray Charles
(el single de 1956 “Drown in my own tears” compuesto por Henry Glover) como de
Sam Cooke (“Good times” y la inconmensurable “A change is gonna come”). Pero,
hay más…
El
disco contiene su famosa lectura del “Respect” de Otis Redding, probablemente
la interpretación más popular de su carrera. La idea de la versión surgió a
principios de ese mismo año, cuando Redding bromeó con ella a cuenta del éxito
que estaba teniendo él con su versión de “Try a little tenderness”, un tema que
ella había grabado para Columbia en 1962 sin ningún tipo de
repercusión. Una Aretha espoleada, le aseguró que haría uno de sus temas, cambiándolo
tanto, que ni él mismo sería capaz de reconocerlo. La grabación se realizó en
los estudios de Atlantic en Nueva York el 14 de febrero de ese mágico 1967
(probablemente su año de mayor popularidad), con sus hermanas Carolyn y Erma en
los coros, los músicos de sesión venidos desde Muscle Shoals y el gran King
Curtis al saxo; con Wexler tras los controles, claro. El resultado fue una
interpretación en la que Aretha imprime todo su carácter a la canción, dándole
la vuelta, dotándola de intención, poder sexual y un nuevo significado cargado
de dignidad y orgullo, muy al estilo de Bessie Smith. No en vano, al igual que
hiciera aquella tarde en Muscle Shoals, ella misma dirigió las operaciones
desde un piano (instrumento que había aprendido a tocar de niña prácticamente
de forma autodidacta) que atacó de forma enérgica y sin contemplaciones,
mientras los demás seguían la senda que ella marcaba meridianamente, destacando
el solo central de Curtis. El verso “sock it to me!” (“¡dame caña!”), fue
añadido por ella con la ayuda de Carolyn. Y parte de otro verso de su versión, “Take care, TCB”, las
siglas (Take care of business) que vienen a significar “dedícate a lo tuyo”, enmarcaban
el famoso colgante del rayo que Elvis Presley lució desde los primeros años
setenta. El single, segundo del elepé, superó la repercusión del primero, llegando
al nº1 en listas de rhythm and blues y pop, y vendiendo también más un millón
de copias. En aquel 1967 el impacto del tema (prácticamente un himno) simbolizó
tanto la lucha de la población negra por su identidad y derechos, como la de las
mujeres. Un irresistible e inapelable grito de reafirmación y exigencia de
respeto por parte de una mujer convertida de puertas para afuera en modelo de
autosuficiencia y orgullo; y que, sin embargo, padecía la violencia de su
marido. Cuando Otis Redding escuchó la versión le reconoció a Jerry Wexler: “He
perdido mi canción. Esta chica me la ha robado”.
06 marzo 2019
05 marzo 2019
02 marzo 2019
MENSAJE EN UNA BOTELLA (58)
RICHARD DUDANSKI “Londres
Ciudad Okupada” (Libros.com, 2017)
Los “períodos bisagra”, esos que suceden entre el
decaimiento de lo anterior y la emergencia de lo nuevo, suelen ser confusos,
variados, indómitos. Y en el mundo de la música también, claro. Por supuesto, todo
forma parte de un proceso: lo anterior nunca decae del todo, ni es lo deseable;
y lo nuevo no lo es tanto como parece, siempre viene precedido de algo. La
gracia reside en ese vacío, ese espacio de expectación y libertad que se abre
mientras el poder de influencia elige nuevos protagonistas. En 1974 el rock ya se había convertido en algo convencional
y previsible, sujeto férreamente a unas reglas estéticas y sonoras concretas,
si es que se quería progresar en las listas. Carne de estadio, gira, escándalos
de nuevos ricos y ventas millonarias. Las grandes bandas daban vueltas
alrededor de su pequeño mundo tras sus intereses comerciales y la prensa seguía
su estela recibiendo aquiescente las migajas que caían de su mesa. Con unos
referentes chapoteando en lo predecible y con el sueño de una música liberadora
tan ajado, llega un momento en que a los medios de comunicación les azuza el
oportunismo y comienzan a atender lo que pasa fuera de los envíos de discos
provenientes de las grandes compañías; y estas, claro, más tarde o más temprano,
saben renovar su negocio. 101’ers fue uno de esos grupos ajenos a lo que sonaba
en la radio, siempre lejos de las portadas de la prensa especializada, que
empezaron a funcionar en ese período en que se huele en el aire que algo tiene
que cambiar, que algo va a pasar, pero no se sabe realmente qué ni cómo. Gente sin
perspectivas comerciales que, liberados de la presión de pertenecer a una
escena concreta o de las limitaciones que imponen las modas, tanteaban aquí y allá,
hacían lo que querían y buscaban sus influencias de forma más libre y
desprejuiciada.
Richard Dudanski |
Richard Dudanski, observador y protagonista
privilegiado, cuenta en este libro, de forma amena y coloquial, con
interesantes y muy ilustrativas digresiones, tanto su rica peripecia vital como
las vicisitudes de la banda de la que fue batería, 101’ers. Ilustrado con fotos
de la época y dibujos de su mujer y compañera de tantísimas vivencias,
Esperanza Romero, ya había aparecido en Gran Bretaña en 2014 (“Squat City Rocks”);
y tres años más tarde lo tuvimos por fin entre nosotros en traducción de Luna
Nother. Echando una mirada atrás relajada, sincera y autocrítica, el autor narra
las dificultades y la libertad de ese mundo aparte, precario y eminentemente
creativo que fue el movimiento okupa en el Londres de mitad de los setenta; del
que conocemos abundantes y esclarecedores detalles cotidianos de la mano de
alguien que estaba allí, no circunstancialmente, sino porque creía en esa forma
de vivir y compartir. Dudanski es un tipo de difícil encaje dentro de la
pantomima humana; libre, curioso, y aun hoy lleno de energía e ilusiones. Siempre
idealista y, quizá por ello, con un poso de descreimiento que no le permitió
tomar el desvío de lo convencional cuando la gran mayoría de los que le
rodeaban lo hicieron. Alérgico a imposturas, firmemente asido a la autenticidad
de los proyectos que emprende. Por eso resultan tan sugestivos su retrato
sociológico del momento y sus consideraciones políticas o culturales; o tan aclaratorias
las reflexiones sobre las miserias del mundillo, tras repasar su paso por 101’ers,
PIL (él, tan escéptico respecto del movimiento punk, puede presumir de haber
tenido como cantantes en sus grupos a Joe Strummer y a Johnny Rotten),
Raincoats, su experiencia brasileña o la infinidad de colaboraciones y
proyectos musicales llevados a cabo, con mayor o menor fortuna, hasta recalar
en Granada en 1987. Destaca asimismo el cercano y vivo retrato del cantante de
101’ers, Woody (Joe Strummer), cuya presencia intermitente sobrevuela la
narración sin acapararla. Así como sus opiniones sobre el advenimiento y las circunstancias
del punk. Un lúcido análisis ofrecido desde un punto de
vista que no es para nada el habitual. No olvidemos que Richard rechazó ser el
batería de The Clash, en aras de su libertad.
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