26 octubre 2015

091: VUELVE EL SECRETO

Vuelven 091 y me cuesta descifrar lo que siento, como seguidor de la banda que soy casi desde la niñez. Supongo que en mi caso, después de haberlos visto tantas veces en directo y en tan diferentes circunstancias, volver a encontrarlos sobre un escenario será como el reencuentro con ese viejo amigo que nunca te falló. Esa sensación de complicidad inalterable. Cuando se separaron experimenté sentimientos encontrados, por un lado se me antojaba lo más aconsejable, dadas las circunstancias, pero por otro fue un punto doloroso saber que ya no habría disco nuevo de los Cero. De todas formas, siempre tuve claro que Lapido volvería, y la satisfacción que me produjo la noticia de su debut en solitario superó cualquier tipo de nostalgia. Esa sensación desapareció por completo. En mi opinión fue un acierto y un acto de valentía decidirse a cantar sus propias canciones, a pesar de sus limitaciones vocales y de las inevitables comparaciones con el anterior cantante de su repertorio. José Ignacio Lapido dio, probablemente, el paso adelante más importante de su carrera. Siendo el mismo de siempre, perfectamente reconocible como creador, evolucionó y maduró como letrista y compositor. Desarrolló un sonido personal y creó un repertorio con la suficiente amplitud y solidez como para ser reconocido como uno de los más grandes compositores de rock en castellano aunque 091 no hubiesen existido jamás. En los conciertos aplaudía las canciones que tocaba de los Cero, pero ni deseaba especialmente ese momento ni hacía apuestas sobre qué nuevo tema interpretaría de aquel repertorio. Para mí eran y son, con todos sus puntos en común, historias completamente distintas hilvanadas por un mismo personaje, ese que echa su mirada sobre la calle y la recoge llena de cosas asombrosas.

Algunos buenos amigos andan como locos con esto de la reunión, otros pocos se muestran decepcionados. Yo, por mi parte, cuando leí la noticia en Ideal me quedé sorprendido, aunque no estupefacto (ya me habían llegado rumores). Acto seguido me puse a hacer cábalas acerca de la formación que el grupo presentará, del repertorio; en un momento determinado necesité conocer urgentemente el estado de preparación del último disco de José Ignacio Lapido, y segundos más tarde terminé canturreando “Escupir contra el viento”, una debilidad del segundo elepé que me asalta de vez en cuando. La cosa es que volví a pensar en 091, una mañana de 2.015, como en algo vivo, presente, tangible; y la sensación fue emocionante, para qué negarlo.



Siempre he pensado que una banda de rock and roll debe mucho al momento vital de sus miembros cuando se crea y desarrolla su repertorio (por más que éste sea compuesto por una o dos personas), a la relación entre ellos, a sus circunstancias, a mil imponderables que van configurando una forma de estar y comunicar. Que, congelado todo eso y vuelto a retomar años después, nunca será lo mismo, incluso si se trata de músicos más avezados o en mejor forma. Creo que ese resbaladizo y tantas veces frustrante empecinamiento en perseguir lo inasible está presente, en mayor o menor medida, en cualquier reunión de estas características, y este caso no será una excepción. Supongo que la clave para que todo esto sea realmente memorable radica en no quedarse a esperar los resultados de esa persecución sino en, como espectadores, formar de alguna manera parte de ella. Creo que tratándose de quien se trata aprenderemos cosas nuevas por el camino.

Probablemente, cuando ponemos peros al regreso de algunos de esos grupos que fueron míticos para nosotros, pecamos de un egoísmo infantil e ingenuo. En el fondo tenemos miedo de que la realidad vuelva a jugárnosla, que la ola sucia del tiempo nos devuelva al escenario una mentira; un grupo de amargados que no se pueden ver pero necesitan la pasta, o un puñado de nostálgicos fuera de forma que pugnan por buscar algo que jamás volverán a encontrar. No es el caso, todos los involucrados en esta historia siguen en forma, ya sea como músicos en activo o como gente atenta. No es difícil imaginarlos de nuevo conectados tras unas sesiones intensivas de ensayos. 091 siempre fue un grupo riguroso, cuidadoso de los detalles y del sonido. Sé que veremos a una banda bien engrasada. Muchos descubrirán lo que no pudieron ver y otros lo que no atendieron y ahora reivindican.


091 no te trae superficiales retazos de memoria colectiva, no es algo susceptible de ser pasto de nostalgia televisiva. Iba a escribir que escaparon de la foto de época, pero la verdad es que ni siquiera llegaron a posar: era algo demasiado personal, acaso a su pesar. No se solía escuchar por casualidad, siempre se accedía a ellos como a un preciado secreto, de la mano de alguien a quien antes había guiado otra mano. Fueron la banda sonora de los que los eligieron. Y éstos pronto supieron que pisaban un mundo propio construido a base de electricidad e imaginación, sin mercadotecnia ni postizos. Su música no es el tarareo que el tiempo reduce y vuelve bobalicón y pesado. No son una imagen clavada en ningún momento concreto. Era un proyecto intemporal cuyas canciones en su mayoría nunca serán pasado; desbordante y ajeno a encasillamientos fáciles. Sus envoltorios de pop inspirado y rock directo y bien estructurado ocultan recovecos y pasadizos secretos dentro de su inmediatez; supuran demasiada pasión, demasiada alma. Sus fraseos irreprochables y estribillos redondos dejaban en el cerebro un reguero de imágenes y reflexiones que iban acomodándose, ardiendo lentamente escucha tras escucha. Sentías que cada vez que ponías los discos un nuevo punto de vista se abría dentro de la canción. Era la señal: ya estabas dentro de ella y ella dentro de ti. Y ambos crecíais juntos.

16 octubre 2015

MENSAJE EN UNA BOTELLA (29)

RAFAEL BERRIO “Paradoja” (Warner)


Rafael Berrio ha cumplido lo que hacía tiempo había prometido a sus amigos. Ha entregado un disco eléctrico, inmediato, que supone un importante viraje en su trayectoria, tras el celebrado díptico grabado junto a Joserra Senperena (“1.971 (2.010) y “Diarios” (2.013)). Pero la sorpresa inicial se atempera con las sucesivas escuchas, sustituida por el interés que produce apreciar que su lírica habitual (esos textos en ocasiones caudalosos y prolijos, tan precisos, narrativos y descriptivos) ha sufrido pocas alteraciones ante el empuje de las guitarras. Berrio gana en mordiente, pero sigue relatando sus canciones impasible en medio de la tormenta, con un cigarrillo en la mano. Poesía y espinas que remiten en primer término a The Velvet Underground



Electricidad serpenteante y subterránea sustituye a esa expresividad mecida anterior, al sigiloso fluir de matices perfumado de chanson que antes procuraban los arreglos de piano y cuerdas. Si sus canciones anteriores no llegaban a perder la sensación de desnudez, las actuales aparecen erizadas y lacerantes. Pero el donostiarra se maneja con maestría en este campo, que no es nuevo para él, y adapta perfectamente al nuevo hábitat ese inusual compendio de ironía, nihilismo y solemnidad que son sus composiciones. Cadencias a lo Lou Reed, latido urgente, crescendos flamígeros, recovecos; guitarras restallantes, percutantes y angulosas que remiten a ejercicios de noise-rock o sueltan esquirlas que lindan con el grunge. Una intensidad más esquemática que nunca que impulsa el gran calado de canciones como “Cambios a mansalva y decadencia”, “Mis ayeres muertos” o “Contra la lógica”.



Reseña publicada en el nº2 de la revista Lugares Comunes.

14 octubre 2015

MENSAJE EN UNA BOTELLA (28)

PABLO UND DESTRUKTION “Vigorexia emocional” (Marxophone)

Pablo García Díaz se me antoja como un crooner despecheretado asomado a un precipicio. Un animal arrebatado al que se oye respirar incluso entre los arreglos de cuerda y los momentos más plácidos de este tercer disco. Su apuesta sonora es todo un ejercicio de radicalidad fértil. Lo conocí con su anterior trabajo, que incluye temas inolvidables como “Limonov, desde Asturias al infierno” o “Pierde los dientes España” (“ahora que nadie te quiere, yo a ti me entrego”).

Pablo Und Destruktion me devuelve sensaciones que creía olvidadas, que han permanecido plastificadas bajo esa capa de superficialidad que lo ha ido envolviendo todo hasta borrar su relieve. Muestra arrojo, pasión, pero también la distancia que le permiten sus grandes dotes como letrista, capaz de combinar el verso esencial con el chocante, de concretar una idea o esparcir delirio e imágenes en combustión espontánea que, imbricados de cotidianidad, involucran al oyente como pocos. Surrealismo, ironía y absurdo son nutrientes de gran intensidad de un todo poderosamente descriptivo.
Se trata además de un buen cantante, cuya voz es inteligentemente colocada en primer plano en esta producción de Ángel Kaplan. Afortunadamente nada impostado ni torturado, aunque sí lacerante. Mostrando una elocuencia y una naturalidad que le permiten moverse ágilmente entre patrones estilísticos sin necesidad de hacerlos estallar.



Hay composiciones de belleza frágil y poderosa evocación, como círculos bien cerrados; y una marcada tendencia al crescendo partiendo de un hilo, como en “Los días nos tragarán a la vez” o las que remiten a la escuela coheniana y del folk polvoriento y crepuscular que lo emparentan con su paisano Nacho Vegas (“Ganas de arder”, “Mis animales” o “Dulce amor”), referencia esta tan cercana como lejana en según qué momentos. A subrayar cortes como “A veces la vida es hermosa”, bailable, setentera y funk; la ambientación flotante de “Califato”; o “Busero español”, por el lado rugoso e hiriente, cuya letanía me trae a la memoria a alguien tan reivindicable como Carlos Desastre.


Así es el mundo de Pablo Und Destruktion, donde Nick Cave se sienta a la mesa con Paco Ibáñez. Una apuesta por el contraste, la imagen desenfocada y el paso cambiado que revitaliza y atrapa.



Reseña publicada en el nº2 de la revista Lugares Comunes.

09 octubre 2015

EL FIN DE LA CRISIS (2)

Cuando le comunicaron el despido, aunque ya se lo barruntaba, le sobrevino una suerte de indignación en forma de desaparición del aliento, de frío oleaje, de brumoso hormigueo desde las puntas de los dedos de los pies. La primera reacción, antes de materializarse del todo, se volvió blanda, se deshizo entre las manos. La cara de su superior  se difuminó. Las  nuevas ideas que manejaba sobre algunas de sus funciones se precipitaron, tratando de tirar de él, a un pozo insondable. Desde ese vórtice de precariedad, sintiéndose de pronto absurdo y vencido, optó por tratar de recomponer su licuado orgullo, por cerrar los puños para forzar una leve sonrisa acompañada de cabeceo que quiso ser saeta sin conseguirlo. Salió del despacho del director y advirtió por primera vez, al mirar las caras de sus ya ex – compañeros, el fondo que se ocultaba tras sus caretas, que en ese momento se le aparecieron transparentes, plásticas, dúctiles, casi líquidas: vio indiferencia, aburrimiento, alivio, satisfacción. También dejó de oír, sólo notaba un fuerte zumbido. Se había creado un campo magnético a su alrededor de pesados suspiros. Se sentía empequeñecido, señalado, como introducido de pronto dentro de una botella. Dudaba si al avanzar sus pies responderían. Realmente no estaba seguro de poder dar una orden más en su vida, ya fuese a su mano o a alguno de sus hijos. Desde el fondo de su botella, todo parecía estar unos centímetros más lejos que antes, en un ángulo nuevo y extraño, como en el fondo del mar, de un mar inmóvil. Dijo “nos vemos” y salió a la calle. Evitó estrechar manos y escuchar lamentos, probablemente no habría podido oírlos.

Tenía ganas de vomitar y el zumbido persistía. Conducía mecánicamente su modelo TH1 recién adquirido. Agradecía esa cualidad mecánica, si tuviese que pensar cada paso que daba en la conducción se hubiese quedado bloqueado, con la frente sobre el volante de cuero. El círculo rojo del semáforo era enorme, aumentaba y disminuía lentamente mientras la radio anunciaba un crecimiento para el próximo año de un 4%. Un ejército de universitarios voluntarios de camiseta amarilla repartía globos en una campaña a favor del reciclaje de las basuras. A los hijos de inmigrantes extranjeros les daban dos y una palmada en la cabeza, antes de seguir con su labor.


Para su sorpresa, se encontró estacionado junto a la acera de su vivienda unifamiliar. Suspiró temiendo volver en sí, sintiendo terror ante el pleno uso de los sentidos y de sus facultades mentales. Se había comenzado a acostumbrar al hormigueo brumoso que le perseguía como una nube de abejas. Apoyó la cabeza en el respaldo de su asiento y respiró hondo. Lo que suponía, los sonidos y ruidos comenzaron a llegar con claridad, su visión se centró. El mundo empezó a volver de no sé dónde. La radio disparaba carcajadas tertulianas y risas cómplices ante los buenos resultados que arrojaba la última Encuesta de Población Activa (más de dieciocho millones de personas ocupadas). Ocupadas, con cosas que hacer, con algo en la cabeza o entre las manos, con cosas concretas que hacer al día siguiente a cambio de dinero, con planes a corto plazo, con prisas, estrés, planes eternamente postergados, idas y venidas, entradas y salidas, embotellamientos, cervezas, risas y amigos desempleados con un currículum excelente.


Al salir del coche con su traje arrugado, unas chicas que reparten con horario establecido un periódico revolucionario lo miraron con gesto de reprobación. Pasó junto al violinista que pedía en su calle desde siempre y aceleró el paso sin mirarlo, como siempre. Sin mirar las manos ásperas y gordezuelas que le dedicaban cada día unas notas restallantes e irónicas.

 
Al llegar a casa, sus hijos estaban jugando con los vecinos, el mayor, de ocho años, simulaba tocar un violín mientras decía “por favor” con voz llorosa. Los demás daban vueltas a su alrededor tratando de acertar con gastadas monedas de uno, dos y cinco céntimos en una taza grande, recuerdo de un viaje a un país en el que un buen almuerzo salía por poco más que los céntimos que contenía la taza. Cuando las monedas caían dentro, su hijo cabeceaba y daba las “grasias”, poniendo el acento más raro y estrepitoso posible. Era la taza que él solía utilizar para beber en sus días libres.

04 octubre 2015

ANIVERSARIO DEL NÚMERO CERO

Con los adjetivos adormilados,  celebro
un nuevo aniversario del número cero.
Punteo de versos la nada,
buscando desesperado
a quien entregar mi palabra
mientras siento el eco de tu grito
extenderse por todo este universo sin voz.
Poso mi mano sobre la tierra mojada
sin atreverme a apretarla.
Arrastro como puedo la primera persona,
donde yace mi corazón
amargado por no encender la razón,
agotado de no ser exclamación
fuerte y resuelta,
puño en la mesa,
mano firme y acogedora.
Mientras, cuerdas tiran de mí
hacia el tibio centro de la mentira,
que acolcha la conciencia
frente a cualquier aldabonazo.
Llueve butano
de la mirada arrugada de los vecinos
que resbala tras la mirilla.
Las cucharillas
remueven la anestesia.
Mueren los minutos, desperdiciados
en ennegrecer el alma
acumulando callejones sin salida
en un continuo bostezo de aniquilación.
El miedo es ahora abominable soledad
de ilusión cercenada,
de asunto petrificado, de impunidad,
de llaveros y risas que dejan de tintinear
y teléfonos que nunca pararán de sonar
tras tu eco, en este universo sin voz.
Soledad de amordazados en el centro del mercado,
de televisión encendida en el cerebro
al volumen que requiere
su transfusión por cualquier ciudad,
convertidas todas ya en vetusto almacén
de fronteras, esquinas  y murmullos.
El carrusel del absurdo
siempre deja oír
entre titular y titular
entre fraude y mentira
la respiración del animal
que nos hocica el cuello de títere
y, una y otra vez,
el silencio impuesto de la resignación
levanta la inmensa pared del mundo
que encierra a cada cual
dentro de un falso abrigo,
en una calculada espiral de distancias
y olvidos.



(Este poema ha sido escrito con motivo del Quinto Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez, celebrado el día 2 de octubre de 2015 en el Museo Casa de Los Tiros de Granada)