El detective vigila los
edificios de enfrente con sus prismáticos, no lo puede remediar. Da un barrido rápido
de vez en cuando porque, al contrario de lo que pasaba antes, no hace más que
toparse con gente asomada a cualquier hora. Se lo suelen tomar a broma, y
algunos le muestran el dedo corazón. Mejor dejarlo hasta bien entrada la noche.
Veo en la portada del
diario El Mundo una foto en la que aparecen muchos ataúdes alineados en la
pista del Palacio de Hielo de Madrid, que en estos momentos ejerce de morgue
improvisada ante la avalancha de cadáveres, lo cual ya de por sí corta la
respiración. Parece que algunas personas la ven malintencionada o innecesaria.
Yo opinaría como ellos si la sacasen cada mañana, pero creo que es una
instantánea que formará parte de nuestra historia y que no deberíamos olvidar
nunca, al igual que tantas otras cosas que nos están pasando en esta época
aciaga que jamás hubiésemos imaginado, incluidas las más estimulantes y
esperanzadoras, que sí conforman la inmensa mayoría de las imágenes que nos
llegan. Es evidente que este periódico es contrario al Gobierno, que desea que pierda
el poder cuanto antes, y que le encantaría colaborar a ello con la mencionada
portada; pero la foto en sí no me parece escandalosa. Ojalá hubiese aparecido
en un medio afín, ya que no los hay neutrales, que demostrase a todos sus
lectores que la información siempre debe estar por encima del politiqueo. Si
tuviese un familiar dentro de uno de esos féretros, no sé realmente qué
pensaría de la foto (creo que más bien me obsesionaría pensando en las razones
que lo llevaron ahí). Pero tampoco sé qué pensaría del Gobierno ni de los que
defienden su actuación a capa y espada en los medios.
La cosa sigue plomiza. Llamas
a amigos cuyos padres son mayores a ver qué tal les va, o ellos te llaman a ti.
El número de infectados en la provincia de Granada sigue creciendo, ya son 890
personas hospitalizadas, y empiezas a dar por sentado que más de un conocido
habrá. La gente que puede, envía a sus seres queridos las ansiadas mascarillas
por correo. Hay colas ante las oficinas, y las administraciones están pensando
que algo tienen que hacer al respecto. Aplausos. Los amigos que trabajan en
farmacias no te contestan cuando les mandas un mensaje para ver si les quedan.
Así está la cosa a día de hoy. Alguien escribe un mensaje recordando lo perjudicial
que es para las defensas del organismo ante el virus abusar de harinas y
chocolates. Todo plomizo, de un gris untuoso.
La policía ha desalojado
la Catedral de Granada durante una misa del arzobispo. No cabe mayor egoísmo
que el demostrado por estos fieles tan desleales con el prójimo. No puedes llamarte
ser humano si no miras por el otro en la medida de tus posibilidades.
Escucho el segundo elepé
de La Granja, “Soñando en tres
colores”, no recordaba lo bueno que era. Las canciones se suceden inspiradas, manteniendo
un nivel similar, altísimo. Siempre me encantó su sonido, y recuerdo cuánto
lamentaba que “Debajo de las piedras” de 091,
no sonase tan compacto. Miro la preciosa carpeta que se abre y leo en una
etiqueta que lo compré el 14 de abril de 1988. Han pasado treinta y dos años. Mientras
la música suena, veo en la televisión sin volumen políticos en el Congreso de
los Diputados. Sé que no voy a escuchar nada relevante. Las posturas están
claras, y si les da por adornar o dar profundidad a su discurso, sus asesores
seguramente fusilarán pasajes de lo dicho alguna vez por alguna persona
brillante. Se siguen puliendo estrategias y, encima, se deslizan falsedades de
diverso grosor sin asomo de vergüenza.
Llegan imágenes de
animales campando a sus anchas por las calles vacías. La gente aplaude su
presencia como una reivindicación de la madre naturaleza, una vuelta a los
orígenes de la civilización; con la certeza de que, si se ponen pesados y no se
largan, alguien del ayuntamiento los meterá en un camión y se los llevará a
Dios sabe dónde. De todas formas, cuando la calle está desierta, hora tras
hora, puedes ver todos los animales que quieras: una leona caminando lentamente
de un coche a otro; un tigre bostezando y husmeando por la acera; un elefante
absorto mirando cómo cambian las luces de los semáforos; grupos de cabras
montesas despistadas sin saber qué dirección tomar ante tanta vastedad. La
leona persiguiéndolas de manera vertiginosa por mitad de la calzada mientras
escuchas nítidamente su carrera desesperada. Es tu escenario efímero, y puedes
colocar lo que quieras.
Ya se notan las tardes.
Me imagino pasando a la ropa de verano confinado. Observo vecinos hablando de
balcón a balcón con medio cuerpo fuera. Se sienten inmunes a todo menos a una
cosa. Ya no gritan como al principio. Se han adaptado y se comunican casi sin
alzar la voz ¿Cuánto hace que no oigo un claxon?
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