23 diciembre 2015

LUCIDEZ

Las personas lúcidas tienen una visión privilegiada de lo que les rodea; una panorámica a la que no se le escapa un detalle. Saben interpretar los mensajes, leen entre líneas, ven las cosas venir y corren a avisar desde su teclado. Tienen en su poder las recetas para arreglarlo todo de un plumazo, se pasan la vida argumentando su odio y están en condiciones de decirle a todo el mundo cómo debería pensar y actuar. Gozan de esa capacidad. Ellas no se dejan manipular por ningún tipo de organización internacional sospechosa, ni por los tertulianos de la acera de frente; y mucho menos por los adversarios, perdón enemigos, políticos. Las personas lúcidas son absolutamente democráticas, incluso aceptan el sufragio universal, aunque con matices, que prefieren atesorar en su muy cultivado interior. Realmente les chirría que ciertos sectores de población puedan votar, pero lo asumen elegantemente, cosa por la que piensan que el resto debe estarles eternamente agradecido. Las personas lúcidas miran de reojo el periódico que lee el vecino. Desgraciadamente, acostumbran a estar rodeadas en su vida diaria de cierta vulgaridad y previsibilidad; de personas bobas o malintencionadas, salvo cuando se reúnen, por fin, con otras personas lúcidas que piensan exactamente lo mismo que ellas respecto de los temas que importan. Las personas lúcidas tienen una andar particular, sosegado, a pesar de que la claridad de sus visiones a veces les empuja hacia la procacidad. Aunque no se les note, llevan su país en la cabeza, y miran con indulgencia a los otros, que sólo tienen cosas mundanas e ideas intoxicadas sobre los hombros. Las personas lúcidas captan a la primera las sagaces revelaciones de sus columnistas favoritos, con los que les une un hilo invisible de complicidad que les faculta a resumir su palabra para ser sus sagaces portavoces durante todo el día. Su extraordinaria agudeza les permite juzgar abiertamente los oscuros motivos que llevan a toda ese gente aborregada a votar a sus adversarios, perdón enemigos, políticos. Viven en un país que no les merece, y se lamentan abiertamente por ello. Cuando conocen a alguien de verdad inteligente, son lo suficientemente generosos como para reconocerle el mérito, no sin antes efectuar alguna mínima comprobación de pureza ideológica. Si se encontrasen alguna vez en el bar con un premio Nobel de medicina, no dudarían en apretarle paternalmente el hombro  y animarle a seguir por ese camino. Si el premio es de economía, se verían obligados a buscar antes de pronunciarse algunos datos en Google.


Yo las observo desde siempre con verdadera admiración. Las veo asentir con una media sonrisa condescendiente, enarcar las cejas fingiendo sorpresa, volver levemente la cara, expulsar suavemente el aire por la nariz, bisbisear, apretar la boca o fruncir el ceño. Sostener con firmeza y salero su látigo invisible. Las personas lúcidas conceden la oportunidad de gobernar de manera escrupulosamente democrática a sus elegidos, y asumen como una catástrofe inminente, siempre inminente, la llegada al poder de sus adversarios, perdón enemigos. Ellas, generalmente, se ponen muy serias y dicen creer que el resentimiento, la venganza, y la violencia no conducen a nada, pero llegado el momento saben lanzar con fuerza el adjetivo “demagogo” desde la barrera. Sé que las personas lúcidas a veces os sentís solas, pero no lo estáis. Sólo en España sois casi cuarenta millones. 

08 diciembre 2015

7-D. EL DEBATE

Los debates electorales, y cuanto a más alto nivel peor, suelen ser charlas de vendedores que se pegan delante de todo el mundo mientras repasan mentalmente lo que tienen que decir en el siguiente bloque. El de anoche fue de esos, claro, y contó con el acicate de la agilidad que marcaban los moderadores y de sus toques de espuela, a base de preguntas incisivas que hacían dar saltitos a los tres candidatos, y sobre todo a la no candidata. Todo lo que no sean debates por bloques, en los que no sea determinante si miras o no el reloj, me parece un insulto a estas alturas y en la situación en la que estamos. Las personas que he conocido a lo largo de mi vida que hacían las cosas bien, o que al menos lo intentaban de corazón, eran ante todo discretas, poco amigas del primer plano o del ataque gratuito o interesado. Soy de los que piensan que necesitamos sangre nueva (no necesariamente joven) y, sobre todo, sangre sería y responsable. Gente pudorosa.

Lo de anoche, con sus ridículos grupos de seguidores en las gradas y su despliegue a lo Gran Hermano, sólo exento de confeti, no aportó nada nuevo a nadie que haya seguido mínimamente esta larguísima campaña de un año casi exacto de duración. Fue lo de siempre: poner a prueba al vendedor de cara al público, ahora sin atril y sin aparatos. Un examen oral bajo los focos de la capacidad para aprenderse la lección, para salir del paso o de improvisar un dato o una maldad que arranque vítores a los tertulianos y a los articulistas de pluma tan afilada como automática. Este debate tenía ese punto de estrategia deportiva que alborota a los del mundillo (prensa, afiliados, seguidores…), sube audiencias, rellena páginas en los periódicos y deja a la gente que aún tiene preguntas en la cabeza esperando más, bastante más.  Los candidatos debían salir a vender, pero también a no perder lo que ya tenían. Defensa y ataque. Amago y cintura. Arenas movedizas en las que Rajoy se hundiría en el primer minuto, antes incluso de subirse las gafas, parpadear desordenadamente, retorcerse las manos o apelar al sentido común con la lengua seca. Creo que ausentarse ha sido lo mejor para sus intereses personales. Lo imagino partiéndose de risa con los montajes que sobre el tema circulan por la red.


No sé qué pensó el presidente del Gobierno mientras veía el debate, sí creo que Pedro Sánchez en algún momento echó de menos estar allí, junto a Mariano, al lado de la chimenea, haciendo chistes sobre Pablo y Albert. Pienso que Pedro perdió, parecía trasplantado, fuera de sitio. Le viene mejor tener delante un atril, desde luego. Sólo el fuerte ascendiente que el PSOE todavía conserva sobre una parte importante de la sociedad lo sostuvo y lo sostiene (por eso se limitó a aprovechar los minutos en que pudiese dirigirse directamente al telespectador; por eso ha decidido anotar en el haber de su partido todos los logros de nuestra democracia). Si hubiese sido representante de alguna otra opción emergente se hubiera diluido como un cubito de hielo, sin más. Sáenz de Santamaría no tumbó a nadie, pero salió viva; era lo que había planeado Rajoy, sabe que los rivales la respetan y que el ataque directo, personal, es siempre menos efectivo si no se ven el primer plano y la actitud de quien ha de encajar los golpes. No creo que Albert Rivera sea ese Robocop capitalista fabricado en secreto por el Ibex 35 que nos quieren colocar, pero sin duda es el más vendedor de los cuatro. De ahí esa campaña de crowdfunding que acaba de lanzar, que me empujó a mirar el calendario con la esperanza de que fuese 28 de diciembre. Se trata de algo que sólo es capaz de idear alguien que confíe ciegamente en el mercado y sus técnicas. Aún así parece vivo, se muestra seguro de su propuesta, tenaz. Son cualidades que comparten, para bien o para mal los líderes de Ciudadanos y Podemos. Ambos saben que llevan su apuesta política sobre los hombros. No han crecido en el aparato de un gran partido, no arrastran ese lastre de lealtades, deudas pendientes, fuego amigo agazapado y componendas; no tienen esos tics mecánicos de los otros candidatos, son más joviales, quizá más irreflexivos o incluso imprevisibles, pero más reales. Albert, constreñido por el vértigo del triunfo posible, creo que ha desperdiciado la gran oportunidad de dar el salto, pero no pienso que haya perdido apoyos. Pablo Iglesias estuvo bien, con su calma, sus pullitas y sus arranques de demagogia bien acompasada. Estuvo tranquilo, pelín crecidito en sus llamadas a la calma y algo pasado de  tergiversadoras vueltas teóricas, sobre todo cuando dijo no sé qué de los andaluces manifestándose para pertenecer a España. Contentó a su parroquia, y cada vez que miraba dulcemente a Pedro le arrebataba un par de miles de votos. Creo que los votantes del PSOE que no veían con malos ojos a Podemos anoche se fueron mayoritariamente con Pablo, y que Pedro perdió a casi todos los indecisos que pretendía recuperar. Por último, Alberto Garzón, con su discurso llano, documentado y didáctico, hubiese pescado en el mar de mohines y comentarios sotto voce de Pedro Sánchez, y hubiera determinado muchísimo el efecto del despliegue argumental de Pablo Iglesias, quizá el más beneficiado por su ausencia. 

06 diciembre 2015

EL B1 DEL SECRETARIO DE ESTADO

El Secretario de Estado, hondamente inspirado tras conseguir superar su examen del B1 de inglés, trató de ver una película estadounidense en blanco y negro y versión original. Media hora más tarde, con los ojos enrojecidos por el aburrimiento, llamó al Subsecretario, un tipo que apenas balbuceaba la lengua de Elton John. Había tomado una decisión, se pondrían en marcha dos campañas publicitarias para empujar a la población a aprender inglés. En la primera, un nativo que sólo conocía su idioma materno viajaría a Londres y, al no poder entenderse con nadie, daría pie a los consiguientes equívocos y momentos desesperantes. La segunda campaña, complementaria de la primera, se desarrollaría desde otro punto de vista: un inglés que sólo conocía su idioma materno viajaría al pueblo del nativo y, al no poder entenderse con nadie, padecería los consiguientes equívocos y momentos desesperantes. 

01 diciembre 2015

ENTREVISTA JESÚS ARIAS

JESÚS ARIAS “EL CREADOR CONTRA LOS ELEMENTOS”


Jesús Arias (Granada 1.963), vive en la esclavitud del curioso, del eterno aprendiz, del creador perenne, aun en las peores condiciones. Los sonidos, los ruidos, se filtran por sus oídos de una manera muy particular: todos llevan una propuesta bajo el brazo. Se ramifican y desembocan en ideas que no siempre llegan a buen puerto, pero que cuando lo hacen dejan algo nuevo y distinto en el oyente; en quien tenga la suerte de tropezarse con su trabajo, siempre tan maltratado por las circunstancias. De su mano, en los tiempos del mítico grupo T.N.T. y su “Manifiesto Guernika”, el punk español dio un paso definitivo hacia la madurez que no fue seguido, desgraciadamente, por el resto de actores necesarios para poner un disco de esa magnitud en la calle. De su empeño surgió una obra con vocación de eternidad como “Omega”. Y el próximo 6 de agosto se pondrá en escena en Salobreña, dentro del Festival Tendencias, “Mater Lux”, su última creación, cuyo estreno en el Hospital Real granadino ha causado gran impresión. Una cantata para coro y cantaora de cuarenta y cinco minutos de duración dividida en nueve partes, atrevida y profundamente reflexiva. Un viaje desde lo telúrico a lo sideral, donde Soleá Morente cantará por bulerías, Eric Jiménez acompañará con el yunque como elemento percusivo y Arturo Cid (theremin) y Víctor Parejo (sonidos y efectos) pondrán el contrapunto. Todo ello elevado y envuelto en el saber hacer del coro Canticum Novum, dirigido por Jorge Rodríguez Morata.



¿Qué disco, canciones concretas que te obsesionaran o actitudes te hicieron desear pertenecer a una banda de punk?

La que más me impresionó, a mis 13 o 14 años (debía ser 1.976 o 1.977) fue ‘God save the Queen’, de los Sex Pistols. Unos meses antes, yo me había enganchado con los Rolling Stones, que me parecían el grupo más salvaje del mundo. Curiosamente, no conocí a los Rolling Stones directamente por su música, sino por una de esas cintas baratas de versiones que se vendían en las gasolineras o en las tiendas de electrodomésticos que había en mi barrio, La Chana. Me compré una cinta, que aún conservo, y la primera canción que escuché fue ‘Paint it black’. Me dejó descolocado. Al poco tiempo, creo que en abril de 1.976, vi en el escaparate de una tienda el disco recién salido de los Rolling Stones, ‘Black & Blue’, y me lo compré gracias a la paga semanal de mi abuela. Al día siguiente, en la tienda Linde, me compre ‘Their Satanic Majesties Request’. Me extrañó que la misma banda tuviera sonidos tan distintos, pero tantísima riqueza musical. Creo que fue en agosto o septiembre de aquel mismo año cuando leí un artículo en la revista ‘Disco Express’ del periodista Diego A. Manrique en que decía: “Deja todo lo que estés haciendo, baja a la tienda de discos más próxima y cómprate el single ‘God save the Queen’, de los Sex Pistols. Vete a una discoteca, echa al pinchadiscos y pon el disco a todo volumen”. Y eso hice: Me fui a Galerías Preciados, en el centro de Granada, busqué y rebusqué hasta que encontré el single, que estaba en oferta (yo tenía 200 pesetas que me quemaban en los bolsillos y el single costaba 50 pesetas). Compré varias copias y me las llevé a casa. Hice lo que Manrique sugería: ponerlo a todo volumen. Cuando sonó la canción, casi me caigo de espaldas. Llegaron mis hermanos, muy curiosos, y mis padres, protestando para que bajase el volumen. En aquel momento me dije: “Yo quiero tocar como estos tíos”. Guitarras demoledoras, voz despectiva, una batería impactante. Era rock en su estado máximo. Siempre quise ser un Sex Pistols. De hecho, siempre he procurado que mi guitarra sonase a Sex Pistols.

“Manifiesto Guernika” de T.N.T. (1.983), a pesar del sonido, es considerado uno de los hitos del punk rock español; en mi opinión el trabajo más redondo en ese ámbito, ya que cuenta con composiciones de gran entidad y desarrolla un concepto político y social cuya lucidez el paso del tiempo no ha mellado. ¿Cómo fue amasándose la idea de enfocar el disco de esa manera? ¿se cuidó mucho la selección de los temas y el orden de los mismos?

Para mí, ‘Manifiesto Guernika’ resultó un disco fallido. Muy trabajado, pero fallido. En la época de su concepción yo vivía en Madrid estudiando Periodismo (1982-1983) y me había hecho gran amigo de Santiago Auserón, de Radio Futura, y de Eduardo Benavente (Alaska y Los Pegamoides, Parálisis Permanente). Yo, desde pequeño, gracias a mi padre, que un día nos llevó a Víznar para intentar encontrar la tumba de García Lorca y ver la fosa en la que se fusilaron a centenares de granadinos, sentía pasión por Lorca. Aprendí a leer sus poemas, a asimilar sus metáforas. Un libro del periodista Eduardo Castro en el que se contaba toda la tragedia del poeta y que incluía poemas de homenaje de gente como Antonio Machado o Pablo Neruda, me produjo una gran impresión. En Madrid, hablando con Auserón una noche, llegamos a la conclusión de que aquel pop-rock incipiente de la ‘movida madrileña’ carecía de buenas letras. Fue, para mí, una noche de largo aprendizaje. Santiago, licenciado en filosofía por la Soborna de París, me contaba que en inglés uno podía decir dos ideas con un solo verso, pero que en castellano necesitabas cuatro versos para explicar una idea. La conversación terminó derivando en García Lorca y en nuestra mutua pasión por escribir buenos versos. Yo le dije que para mí era más importante la letra de una canción que la música en sí. Los dos estuvimos de acuerdo. Creo que aquella misma noche, en su casa, me puso la primera maqueta de ‘El jardín botánico’ (yo le replicaría con ‘El jardín extranjero’ poco después).

Por aquellos días, en Granada, yo estaba muy relacionado con poetas granadinos como Javier Egea, Luis García Montero, escritores como Antonio Muñoz Molina, intelectuales como Mariano Maresca, inductor del disco ‘Rimado de Ciudad’, o pintores como Juan Vida, Julio Juste o Valentín Alvardíaz… En ese tiempo, Javier Egea estaba escribiendo un poema de largo aliento que se iba a llamar ‘Guernica’. Quería que tuviese como música de fondo el ‘Requiem’ de Verdi. Me lo leyó una tarde en su casa y me quedé impresionado. Le dije: “Quiero ponerle música a ese poema”. Pero Javier, que en esa etapa tenía muchísimos problemas con el alcohol, nunca llegó a entregármelo. Entretanto, yo me puse a componer la música para el poema. Luego fui introduciendo textos alternativos, de esa clase de letras que pones mientras esperas el texto real.

Todo aquello coincidió con la grabación de ‘Rimado de Ciudad’ en Madrid. Se trataba de que dos grupos, uno de heavy metal, Magic, y otro de punk, TNT, le pusieran música a poemas de Luis García Montero. Nosotros elegimos el poema ‘Coplas a la muerte de su colega’, una suerte de revisión del siglo XX a las ‘Coplas a la muerte de su padre’, de Jorge Manrique. En uno de los días de descanso, Mariano Maresca, el inductor del proyecto, nos llevó al Casón del Buen Retiro para ver el ‘Guernica’ de Picasso. Me quedé apabullado ante la magnitud del cuadro, ante su inmenso grito.

De regreso al estudio, nuestro ingeniero, Peter McNamee, que había trabajado con Pink Floyd y había sido productor de Tequila, nos dijo que los TNT le estábamos gustando mucho. Y nos hizo un ofrecimiento: “Este estudio es nuevo y necesito promocionarlo. ¿Qué os parece si grabamos vuestro LP aquí, todo el tiempo que haga falta, trabajamos a tope y la única condición es que en la foto de la contraportada aparezcáis en este estudio, (La Gramola) Si necesitáis estar meses aquí, estaremos meses aquí, hasta que todo sea perfecto”. Le dijimos que sí sin dudarlo. El estudio tenía piscina, dormitorios, cocina, y McNamee era perfecto. Conseguiría el sonido que quisiéramos.

En esa época, nosotros estábamos en el sello DRO. Comenté la idea y, al cabo de unos días, nos contestaron que no; que tenían un contrato con el estudio Doublewtronics; que ningún grupo de DRO podía grabar en otro estudio que no fuera aquel y que teníamos una semana para grabar ‘Manifiesto Guernika’. Fue todo un desastre. Pese a las ayudas de Radio Futura, que nos trajeron sus amplificadores, y de Poch, de Derribos Arias, que hizo los coros, tuvimos que grabar a toda velocidad y en un estudio con una sonoridad horrible. Recuerdo a nuestro bajista, Pepe Castro, diciéndome un día: “Jesús, hemos venido a grabar el mejor disco punk del rock español y veo que lo que tratamos de hacer es salvar los muebles como podamos”. Cuando escuchamos las mezclas que hicieron el ingeniero de Doublewtronics, Jesús Gómez, y el responsable de DRO, Servando Carballar, nuestro batería, Joaquín Vílchez, se echó a llorar.

Llamé a Servando y le pedí que nos dejara hacer las mezclas a nosotros. “Vale. Pero os las tendréis que pagar vosotros”, contestó. Nos tiramos aquel verano tocando y ahorrando. Al final se vino José Ignacio Lapido con nosotros para intentar arreglar algo. Pero poco se pudo hacer. Al poco tiempo, Peter McNamee produjo el disco de Los Pistones ‘El Pistolero’, que llegó a lo más alto de las listas de éxito. Meses después, Aviador Dro, el grupo de la compañía DRO, pagó un pastizal por grabar en La Gramola con Peter McNamee.




Desde la fugaz reaparición de T.N.T. a mitad de los ochenta con el siempre presente Arturo Cid y la cantante Aurora Pulido, parece haberte obsesionado la colisión de estilos, el efecto de los contrastes, ¿Cuáles son, a tu juicio, los errores más habituales en los que se suele caer cuando se aborda cualquier tipo de fusión de estilos musicales?

La ignorancia hacia lo de los demás. Tal vez la prepotencia de que lo tuyo es lo mejor. Recuerdo que cuando le propuse a Enrique Morente el ‘Proyecto Omega’, él se vino una noche a mi casa con dos botellas de J&B y me dijo: “Jesusico, esto tiene que ser un choque de trenes, no una fusión en plan Triana”. Yo le respondí que a mí las fusiones no me gustaban. Que me gustaban las transfusiones, o las infusiones, que lo que hacen las fusiones es fundir los plomos. Estuvimos de acuerdo. Nada de cantaor rockerizado ni nada de banda aflamencada. Cada uno a lo suyo, y cuanto más bestia, mejor. Nos pusimos a jugar al ajedrez y a tener ideas. Una de aquellas noches –y fueron muchas- dijo algo genial, que lo llevo grabado a sangre y fuego: “Si un cantaor canta una seguiriya a la perfección, da igual que el acompañamiento sea un yunque, una guitarra flamenca, una orquesta sinfónica o una banda punk… Podrán decir que el cantaor está loco perdido por tocar con una banda punk. Pero que la seguiriya la ha clavado. Ése fue uno de los principios del ‘Omega’.

Mi error con Aurora Pulido y Arturo Cid fue dejarme apabullar por el jazz, el virtuosismo, las escalas ‘pitagóricas’, ‘jónicas’, ‘corintias’ y todas esas cosas. Es un error que cometen los flamencos jóvenes de hoy día. Y hasta músicos clásicos, que se dejan seducir por las técnicas del jazz. Debería haberme quedado en mis trece con mis acordes en plan Sex Pistols. Me metí en una camisa de once varas que, por entonces, yo no podía controlar. Me caí con todo el equipo porque no supe decir: “Esto no es lo que busco. Yo quiero ir a las raíces de las cosas”. Fue un mal momento. Y al final me echaron del grupo.

Conforme avanzaba la década de los ochenta te fuiste decantando más por tu trabajo como periodista cultural en detrimento de tu actividad musical ¿Qué motivos te impulsaron por ese camino?, ¿seguiste componiendo cosas durante esos años?

Era más por una necesidad vital. Tenía que conseguir un sueldo. Me convertí en periodista y tenía un salario mensual. Vivía a salto de mata, pero a final de mes tenía una paga. La música dejó de darme dinero y uno tiene que pagar el alquiler, la comida. Mi gran ilusión habría sido vivir de la música, ser músico, compositor, pasarme todo el día tocando. Tampoco me ha ido mal como periodista, porque he podido entrevistar a muchísimas personas de un enorme interés.

“Una de aquellas noches (Enrique Morente) dijo algo genial, que llevo grabado a sangre y fuego: “Si un cantaor canta una seguiriya a la perfección, da igual que el acompañamiento sea un yunque, una guitarra flamenca, una orquesta sinfónica o una banda punk… Podrán decir que el cantaor está loco perdido por tocar con una banda punk. Pero que la seguiriya la ha clavado. Ése fue uno de los principios del ‘Omega’”

¿Qué perspectiva tienes, pasado todo este tiempo, de los primeros años ochenta?

Fueron unos momentos torpes, indecisos, como gatear si eres un bebé. A mi juicio, salvo muy pocos, todos los músicos éramos muy malos. Apenas sabíamos tocar la guitarra o el bajo. Nos movíamos casi por instinto. Escribíamos casi por instinto. También es verdad que todos éramos muy creativos. Quien no tocaba un instrumento, pintaba cuadros, o hacía fotos, o filmaba una película con cacharros muy arcaicos. Todos estábamos haciendo una carrera, pero nuestros sueños eran otros. Éramos adolescentes rescatados del naufragio del franquismo. Nos aferrábamos a cualquier tabla de salvación. Siempre lo he dicho: “El franquismo fue un accidente de tráfico, pero de esos que te dejan secuelas de por vida”… Aún las seguimos sufriendo. Fuimos una generación muy efervescente porque de pronto se respiraba libertad. Pero, salvo Sex Pistols, The Clash, Bob Dylan, los Rolling Stones o The Kinks, no teníamos referencias. Ahora se reivindica a Carlos Cano, los cantautores, etc… pero ellos no eran nuestras referencias… Yo estoy más cerca de los Sex Pistols que de Paco Ibáñez, más cerca de The Clash que de Raimon, más cerca de los Rolling Stones que de Jarcha

 ¿Qué diferencias adviertes en los músicos británicos que has tratado, caso de Joe Strummer o Tymon Dogg, por ejemplo, respecto de los músicos españoles?

Ninguna. Santiago Auserón es mi Joe Strummer particular. Tymon Dogg es mi hermano Antonio Arias. Humildad. Honestidad. Trabajo. Humildad siempre.

¿Qué cosas chocaban más a Strummer de la España que conoció?

La primera vez que Joe llegó a Granada, pensaba que estaba en Kenia, que nadie lo reconocería. Intentó hablar en español, pero no le salía, hasta que yo le enseñé. Fue muy divertido. Tenía un montón de topicazos en la cabeza: ETA como banda luchadora por la libertad. Era muy ingenuo, muy inocente sobre España. Yo me burlaba mucho de él.

 El ambicioso proyecto “Eclipse”, desarrollado durante años como Exxon Valdés y parcialmente publicado en 2.012 como “Eclipse parcial de lunas” bajo la denominación Quäsar, que tan buenas sensaciones dejó ¿Está terminado y grabado en su totalidad? ¿hay posibilidad de ver publicado el resto?

El disco está completamente grabado en maquetas. Tengo toda una caja llena de cintas –40 o más-. Lo que pasa es que ahora estoy pasando una depresión terrible. También una organización piratilla me “quemó” todos los archivos que tenía en WAV y MP3, y en el programa en que suelo trabajar para escribir partituras, SIBELIUS. Me quedé hecho una mierda. Como si alguien echa al fuego todas tus partituras. Ahora reconstruyo lo que puedo de memoria. Lo estoy pasando fatal con eso. No abráis un programa llamado HOWDECRYPT. Nunca!!!! Es un puto virus que os borrará todas las fotos, textos, vídeos… todo…

Como pieza clave que fuiste de todo el engranaje que dio lugar a la grabación del “Omega” de Enrique Morente y Lagartija Nick, quería preguntarte si salió finalmente como tú lo imaginabas y si no te da la sensación de que se le tiene como demasiado respeto, de que hay un exceso de temor a aventurarse por ese camino creativo.

Un disco nunca nace como tú quieres. No soy padre. Pero me imagino que un hijo no sabes si va a ser hijo o hija. ‘Omega’ nació, y nació como tenía que nacer, fruto de algo. La primera vez que lo escuché, no me gustó nada. No se parecía a lo que yo tenía en mi cabeza. Yo tenía alarmas, astronautas, seguiriyas. Morente tenía otra cosa en su cabeza. Igual me pasó cuando escuché “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, el disco que hizo Morente antes de morir. No me gustó ese día, y hoy es de mis favoritos.
 
¿Has sido desde siempre un creador sin prejuicios, o fuiste venciéndolos a base de tiempo y descubrimientos?

Siempre he estado abierto a todo. Especialmente al mundo sonoro. Recuerdo que, de pequeño, me gustaba jugar con las botellas de leche PULEVA porque tenían el cuello muy ancho. Yo las llenaba con agua del grifo y me encantaba el sonido del agua al entrar en la botella. También disfrutaba con el sonido de los riachuelos de la Alhambra o el ruido de las fuentes. Me encanta el fragor de las olas del mar. Siempre he procurado meter en mis discos sonidos así: aire, agua, olas de mar… Me he hecho un especialista en construir ‘palos de lluvia’,  que es un instrumento hecho a base de canutos de cartón rellenos de un puñado de lentejas y un puñado de arroz y que, al girarlos, suenan como olas de mar. Es un sonido muy relajante… Me gusta cada instrumento que caiga en mis manos. Un dulcimer, un tres cubano, un almirez, un yunque, una herradura. Todo lo que tenga cierta sonoridad me resulta curioso y creativo. Algún día quiero hacerme con un tratado del compositor Olivier Messiaen que analizaba el canto de los pájaros y los catalogaba.



“Recuerdo que, de pequeño, me gustaba jugar con las botellas de leche Puleva porque tenían el cuello muy ancho. Yo las llenaba con agua del grifo y me encantaba el sonido del agua al entrar en la botella. También disfrutaba con el sonido de los riachuelos de la Alhambra o el ruido de las fuentes. Me encanta el fragor de las olas del mar. Siempre he procurado meter en mis discos sonidos así: aire, agua, olas de mar…”

¿Cómo surgió la idea de la cantata “Mater Lux”?

Surgió de una noche de cervezas. Mi hermano Antonio Arias era amigo del director de un coro, Jorge Rodríguez Morata, y me llamó para presentármelo mientras estaban de tapas en un bar. Nos pusimos a hablar y yo le hablé de ‘Eclipse’ y de mis ideas de mezclar música clásica con flamenco y con punk. Jorge, director del coro Canticum Novum, me soltó de pronto: “¿Podrías escribir una cantata religiosa?” No sé qué festividad cristiana se celebraba ese año (2012), pero era algo relacionado con la Virgen María. Le dije que sí. En principio debía ser una especie de villancico o algo así. Llegué a mi casa y esbocé una nana al piano. Luego empecé a complicarlo todo. Se me ocurrió la idea de meter un yunque y convertir la nana en un cante de mineros. Luego se me ocurrió la idea de introducir a una cantaora que rompiera la nana del coro. Luego se me ocurrió la idea de meter un órgano de iglesia. Un día me fui a la Basílica de las Angustias para ver cómo era el sonido de un órgano de iglesia. Y empecé a meter más y más cosas. Lo que en principio iba a ser un tema de dos o tres minutos, se transformó en una obra de 11 minutos. Después me dije: “Esto, en latín, quedaría genial”. Llamé a mi viejo profesor de latín del instituto, José Luis Hernández Rojo, me fui a una librería, me compré un diccionario de latín, y me puse con el texto. José Luis me lo corrigió todo y así entregué la partitura. No se estrenó, pero dos años después, Jorge Rodríguez Morata me llamó y me dijo: “Esta partitura de 11 minutos… ¿podrías ampliarla a 40 o 50 minutos?”. Le dije que sí y me puse a trabajar en ella.

¿Qué significa “Mater Lux” para ti?, ¿qué has querido transmitir?

Cuando Jorge Rodríguez Morata me habló de un villancico, o una cantata o una nana de la Virgen María, yo me planteé: “¿Por qué a la Virgen María? Mejor a mi madre, Carmen Solana. Y luego empecé a desarrollar la obra, que tiene como 14 partes. Mientras iba escribiéndola, pensé en todo tipo de madres: las madres gozosas al saberse embarazadas, las madres asustadas antes del parto, las madres felices al corretear junto a su bebé. Pero también las madres dolorosas que pierden a un hijo. Como se trataba de una cantata religiosa, acudí a lecturas bíblicas (y eso que soy ateo), a un amigo sacerdote y a muchas amigas que, siendo madres, les planteé la idea de qué sentirían si perdieran a su hijo. “Me volvería loca”, me dijeron. Ya, en 1997, yo había escrito para Exxon Valdez-Quäsar, la canción ‘Somalia’, que trataba sobre las madres somalíes que tenían que enterrar a sus hijos muertos de noche para que los soldados norteamericanos no las acribillaran. Si iban al cementerio de día, los Black Hawks las desmenuzaban vivas. Conocía un poco aquellas historias y decidí subtitular la obra ‘Las madres crecientes y las madres menguantes’. Una referencia a las madres gozosas y a las madres doloridas. Las que tienen un hijo y las que lo pierden. Las que bautizan al hijo y las que tienen que enterrarlo. La obra ‘Mater Lux’ gira en torno a esos dos ejes.

¿Es de esas obras que marcan un antes y un después en su autor?

Pues, realmente, no lo sé. A Keith Richards, de los Rolling Stones, siempre le preguntan: “¿Cuál es tu mejor disco?” y él siempre responde: “El último”. A mí me pasa igual. Pero, a diferencia, lo que más me gusta no es lo último que he hecho, sino lo próximo que voy a hacer. Tengo en la cabeza una idea chulísima de la que hablaba muchísimo con Enrique Morente, aunque él no la veía del todo: una versión del ‘Requiem’ de Mozart pasado por flamenco, punk, jazz, de todo. Estrella Morente está entusiasmada con la idea y hablamos muy a menudo de ello. Sería genial. Tengo cuatro cuadernos de trabajo, y cada uno de ellos de unas 120 páginas, dándole vueltas al proyecto. Estrella me suele llamar desde Praga, Salzburgo, y me dice: “Estoy delante del manuscrito original de tal obra de Mozart”. Sería brutal ese proyecto. Mucho más que el ‘Omega’.

Me gustaría saber cuánto tiempo has invertido en su composición y si has trabajado de una forma más o menos constante o has necesitado de períodos de distanciamiento de la obra.

Unos cuatro meses, más o menos. No me costó mucho desarrollarlo. Componía en mi cabeza mientras iba camino del estanco a comprar cigarrillos. Regresaba a casa o me daba un paseo y ya tenía el tema en la cabeza. La verdad es que no resultó nada complicado.

Pienso que uno de los principales atractivos de la cantata reside, como en tantas ocasiones durante tu trayectoria, en los contrastes que se ponen en liza: El yunque frente al theremin, las voces flamencas y el coro o el órgano y los efectos pregrabados. Cuéntanos un poco cómo los fuiste integrando y midiendo su presencia, hasta conseguir el efecto final de incorporarlos a un espacio común y pleno de sentido.

Para mí es algo muy simple. Cada instrumento, sonido, cantante, tiene una sonoridad individual, personal, única. Me limito a estudiar un instrumento, una voz, una sonoridad. Me da igual que sea una ola de mar que una altísima soprano. Lo que me interesa es lo que pueda aportar. No me centro mucho en la celebridad o en el virtuosismo de alguien. Me interesa más lo que pueda aportar en general a una obra. Recuerdo una discusión sobre música que tuve con alguien que despreciaba los instrumentos de percusión porque, según su opinión, le parecían muy simples. Le hablé de una anécdota de Beethoven con la Novena Sinfonía. El director del teatro en el que iba a estrenar la obra le dijo a Beethoven que había demasiados percusionistas, que no servían para nada y que le iban a costar mucho dinero. Beethoven regresó a su casa, reescribió la partitura del Cuarto Movimiento de la Novena Sinfonía y regresó al teatro. Le dijo: “He quitado a unos percusionistas y he puesto a otro. Pero a ése le vas a tener que pagar lo mismo que a los percusionistas”. El productor, al ver la partitura, se quedó helado. Beethoven había escrito una parte del Cuarto Movimiento que se basaba en… ¡un triángulo! La parte se titula “Alla Marcia” y se basa en un triángulo y en platos de orquesta (cymbals, en inglés). Es a partir del triángulo cuando surge toda la música. Una marcha militar basada en triángulos y platos. Beethoven le dio una lección genial a aquel capullo…

¿Cómo fueron surgiendo y qué significado das a los efectos y sonidos pregrabados?

Simplemente surgen, como las ideas. No las analizo, no las critico, no las elaboro. Llegan a mi cabeza y ya está. Es como cuando a un pintor se le ocurre: “Pues esto quedaría de puta madre si lo pintara de rosa”. A mí me pasa igual: “Lo mismo a este acorde le viene bien un Re menor”. Pruebo, ensayo, y así hasta que la cosa encaja.

“Cada instrumento, sonido, cantante, tiene una sonoridad individual, personal, única. Me limito a estudiar un instrumento, una voz, una sonoridad. Me da igual que sea una ola de mar que una altísima soprano. Lo que me interesa es lo que pueda aportar. No me centro mucho en la celebridad o en el virtuosismo de alguien. Me interesa más lo que pueda aportar en general a una obra”



¿Te imaginabas así el estreno, la plasmación de tu obra?

No. Fue impresionante. Ver a mis padres con lágrimas en los ojos, subidos al escenario. Eso es algo que no se olvida. Una cosa es ser guitarrista en una banda punk y tocar tus canciones, y otra cosa es esto. Yo me quedé anonadado. De hecho, estaba tan nervioso que ni siquiera fui a celebrarlo. Me fui con mi novia a mi casa para tratar de asimilarlo.

¿Qué futuro le espera a “Mater Lux”? ¿hay previstas más presentaciones?, ¿se ha planteado la posibilidad de su edición discográfica?


Se reestrena el 6 de agosto en Salobreña, en el Festival Tendencias. Quieren que asista. Pero me da mucho miedo el público. No sé lo qué haré. Pero la verdad es que se pasa muy mal.



Entrevista publicada en el número 2 de la revista "Lugares Comunes".

23 noviembre 2015

HASTA LUEGO

Una conversación que escuchó en la calle le retrotrajo a una escena de hacía treinta años, más o menos. Cauteloso, se fue internando en ella con emoción mientras volvía a casa, midiendo sus pasos para que el vértigo del recuerdo no lo desequilibrase. De pronto, se vio en el centro de una ciudad europea, evocó los olores, el frío que no paralizaba, algunos ruidos, los pequeños comercios y restaurantes, aureolados por la magia de lo efímero; los semáforos, lanzando destellos de luz entre la neblina. Volvió a cruzar aquellas antiguas y rabiosas calles, a observar las señalizaciones de tráfico levemente diferentes, las pintadas de las paredes, a sentir el vacío ante los carteles de actuaciones a las que no asistiría; a mirar a la gente, que ni siquiera reparaba en su presencia. Dijo hasta luego a todo lo que quedaba velozmente atrás mientras él avanzaba hacia su partida. Recordó que durante aquellos minutos vespertinos comprendió lo inexorable. Él se iba y todo se quedaba, desapareciendo ante sus ojos. Parecía ser sólo capaz de asirse a su bolsa de viaje. Sin embargo, mientras caminaba a buen paso, decidió aferrarse con firmeza a un plan de futuro: anotó mentalmente todos los sitios a los que volvería en su próxima visita, las tiendas de discos, las librerías, aquel parque, el pequeño café del que le hablaron. Iría al mismo hotel, con su biblia y esas gruesas cortinas beis que olían a polvo. Bebería algo menos de alcohol y... La programación se interrumpió bruscamente, los demás le metían prisa, ya que su labor de planificación ralentizaba sus pasos. No podían parar, iban muy ajustados de tiempo. Todos parloteaban jadeantes, recordaban anécdotas, relataban sus compras manoteando y calculaban el tiempo que les quedaba mientras buscaban los billetes, antes de bajar al metro. Allí terminó de desaparecer todo para él, asaltándole un olor similar al de todos los metros. Una sensación asfixiante de rutina, obligaciones inmediatas y familia. Rememoró el aeropuerto, los espacios infinitos, las pantallas, las prisas, los asientos, la llegada. El momento en que regresó a la tierra que jamás volvería a abandonar. 

18 noviembre 2015

CONFESIONARIO

Queridos lectores y visitantes, hoy sale a la venta “Confesionario”, mi primer poemario. Ese del que nunca os hablé pero que alguna vez asomó la cabeza en este blog. 

Por ahora se puede conseguir en los siguientes

PUNTOS DE VENTA:

-      Subterránea Cómics
Horno de Abad, 12. 18002 Granada – 958280031 - pacoquein@gmail.com

Librería Praga
Gracia, 33. 18002 Granada - 958520101 - info@libreriapraga.com

Librería 1616 Books
Avda. Federico García Lorca, 17. Salobreña - 958610750

También podéis realizar vuestros pedidos a través de: juanfranmj@hotmail.com 


ISBN: 978-84-608-1303-3. 240x165 mm. 72 páginas. P.V.P. 10 euros.



17 noviembre 2015

INFLUENCIA DE ANTONIO MACHADO

Si miras con frecuencia el viejo tronco seco y cortado, que las navajas labraron, los aerosoles colorearon y ahora los niños hacen rodar, acabarás soñando que le brota una rama.

26 octubre 2015

091: VUELVE EL SECRETO

Vuelven 091 y me cuesta descifrar lo que siento, como seguidor de la banda que soy casi desde la niñez. Supongo que en mi caso, después de haberlos visto tantas veces en directo y en tan diferentes circunstancias, volver a encontrarlos sobre un escenario será como el reencuentro con ese viejo amigo que nunca te falló. Esa sensación de complicidad inalterable. Cuando se separaron experimenté sentimientos encontrados, por un lado se me antojaba lo más aconsejable, dadas las circunstancias, pero por otro fue un punto doloroso saber que ya no habría disco nuevo de los Cero. De todas formas, siempre tuve claro que Lapido volvería, y la satisfacción que me produjo la noticia de su debut en solitario superó cualquier tipo de nostalgia. Esa sensación desapareció por completo. En mi opinión fue un acierto y un acto de valentía decidirse a cantar sus propias canciones, a pesar de sus limitaciones vocales y de las inevitables comparaciones con el anterior cantante de su repertorio. José Ignacio Lapido dio, probablemente, el paso adelante más importante de su carrera. Siendo el mismo de siempre, perfectamente reconocible como creador, evolucionó y maduró como letrista y compositor. Desarrolló un sonido personal y creó un repertorio con la suficiente amplitud y solidez como para ser reconocido como uno de los más grandes compositores de rock en castellano aunque 091 no hubiesen existido jamás. En los conciertos aplaudía las canciones que tocaba de los Cero, pero ni deseaba especialmente ese momento ni hacía apuestas sobre qué nuevo tema interpretaría de aquel repertorio. Para mí eran y son, con todos sus puntos en común, historias completamente distintas hilvanadas por un mismo personaje, ese que echa su mirada sobre la calle y la recoge llena de cosas asombrosas.

Algunos buenos amigos andan como locos con esto de la reunión, otros pocos se muestran decepcionados. Yo, por mi parte, cuando leí la noticia en Ideal me quedé sorprendido, aunque no estupefacto (ya me habían llegado rumores). Acto seguido me puse a hacer cábalas acerca de la formación que el grupo presentará, del repertorio; en un momento determinado necesité conocer urgentemente el estado de preparación del último disco de José Ignacio Lapido, y segundos más tarde terminé canturreando “Escupir contra el viento”, una debilidad del segundo elepé que me asalta de vez en cuando. La cosa es que volví a pensar en 091, una mañana de 2.015, como en algo vivo, presente, tangible; y la sensación fue emocionante, para qué negarlo.



Siempre he pensado que una banda de rock and roll debe mucho al momento vital de sus miembros cuando se crea y desarrolla su repertorio (por más que éste sea compuesto por una o dos personas), a la relación entre ellos, a sus circunstancias, a mil imponderables que van configurando una forma de estar y comunicar. Que, congelado todo eso y vuelto a retomar años después, nunca será lo mismo, incluso si se trata de músicos más avezados o en mejor forma. Creo que ese resbaladizo y tantas veces frustrante empecinamiento en perseguir lo inasible está presente, en mayor o menor medida, en cualquier reunión de estas características, y este caso no será una excepción. Supongo que la clave para que todo esto sea realmente memorable radica en no quedarse a esperar los resultados de esa persecución sino en, como espectadores, formar de alguna manera parte de ella. Creo que tratándose de quien se trata aprenderemos cosas nuevas por el camino.

Probablemente, cuando ponemos peros al regreso de algunos de esos grupos que fueron míticos para nosotros, pecamos de un egoísmo infantil e ingenuo. En el fondo tenemos miedo de que la realidad vuelva a jugárnosla, que la ola sucia del tiempo nos devuelva al escenario una mentira; un grupo de amargados que no se pueden ver pero necesitan la pasta, o un puñado de nostálgicos fuera de forma que pugnan por buscar algo que jamás volverán a encontrar. No es el caso, todos los involucrados en esta historia siguen en forma, ya sea como músicos en activo o como gente atenta. No es difícil imaginarlos de nuevo conectados tras unas sesiones intensivas de ensayos. 091 siempre fue un grupo riguroso, cuidadoso de los detalles y del sonido. Sé que veremos a una banda bien engrasada. Muchos descubrirán lo que no pudieron ver y otros lo que no atendieron y ahora reivindican.


091 no te trae superficiales retazos de memoria colectiva, no es algo susceptible de ser pasto de nostalgia televisiva. Iba a escribir que escaparon de la foto de época, pero la verdad es que ni siquiera llegaron a posar: era algo demasiado personal, acaso a su pesar. No se solía escuchar por casualidad, siempre se accedía a ellos como a un preciado secreto, de la mano de alguien a quien antes había guiado otra mano. Fueron la banda sonora de los que los eligieron. Y éstos pronto supieron que pisaban un mundo propio construido a base de electricidad e imaginación, sin mercadotecnia ni postizos. Su música no es el tarareo que el tiempo reduce y vuelve bobalicón y pesado. No son una imagen clavada en ningún momento concreto. Era un proyecto intemporal cuyas canciones en su mayoría nunca serán pasado; desbordante y ajeno a encasillamientos fáciles. Sus envoltorios de pop inspirado y rock directo y bien estructurado ocultan recovecos y pasadizos secretos dentro de su inmediatez; supuran demasiada pasión, demasiada alma. Sus fraseos irreprochables y estribillos redondos dejaban en el cerebro un reguero de imágenes y reflexiones que iban acomodándose, ardiendo lentamente escucha tras escucha. Sentías que cada vez que ponías los discos un nuevo punto de vista se abría dentro de la canción. Era la señal: ya estabas dentro de ella y ella dentro de ti. Y ambos crecíais juntos.

16 octubre 2015

MENSAJE EN UNA BOTELLA (29)

RAFAEL BERRIO “Paradoja” (Warner)


Rafael Berrio ha cumplido lo que hacía tiempo había prometido a sus amigos. Ha entregado un disco eléctrico, inmediato, que supone un importante viraje en su trayectoria, tras el celebrado díptico grabado junto a Joserra Senperena (“1.971 (2.010) y “Diarios” (2.013)). Pero la sorpresa inicial se atempera con las sucesivas escuchas, sustituida por el interés que produce apreciar que su lírica habitual (esos textos en ocasiones caudalosos y prolijos, tan precisos, narrativos y descriptivos) ha sufrido pocas alteraciones ante el empuje de las guitarras. Berrio gana en mordiente, pero sigue relatando sus canciones impasible en medio de la tormenta, con un cigarrillo en la mano. Poesía y espinas que remiten en primer término a The Velvet Underground



Electricidad serpenteante y subterránea sustituye a esa expresividad mecida anterior, al sigiloso fluir de matices perfumado de chanson que antes procuraban los arreglos de piano y cuerdas. Si sus canciones anteriores no llegaban a perder la sensación de desnudez, las actuales aparecen erizadas y lacerantes. Pero el donostiarra se maneja con maestría en este campo, que no es nuevo para él, y adapta perfectamente al nuevo hábitat ese inusual compendio de ironía, nihilismo y solemnidad que son sus composiciones. Cadencias a lo Lou Reed, latido urgente, crescendos flamígeros, recovecos; guitarras restallantes, percutantes y angulosas que remiten a ejercicios de noise-rock o sueltan esquirlas que lindan con el grunge. Una intensidad más esquemática que nunca que impulsa el gran calado de canciones como “Cambios a mansalva y decadencia”, “Mis ayeres muertos” o “Contra la lógica”.



Reseña publicada en el nº2 de la revista Lugares Comunes.

14 octubre 2015

MENSAJE EN UNA BOTELLA (28)

PABLO UND DESTRUKTION “Vigorexia emocional” (Marxophone)

Pablo García Díaz se me antoja como un crooner despecheretado asomado a un precipicio. Un animal arrebatado al que se oye respirar incluso entre los arreglos de cuerda y los momentos más plácidos de este tercer disco. Su apuesta sonora es todo un ejercicio de radicalidad fértil. Lo conocí con su anterior trabajo, que incluye temas inolvidables como “Limonov, desde Asturias al infierno” o “Pierde los dientes España” (“ahora que nadie te quiere, yo a ti me entrego”).

Pablo Und Destruktion me devuelve sensaciones que creía olvidadas, que han permanecido plastificadas bajo esa capa de superficialidad que lo ha ido envolviendo todo hasta borrar su relieve. Muestra arrojo, pasión, pero también la distancia que le permiten sus grandes dotes como letrista, capaz de combinar el verso esencial con el chocante, de concretar una idea o esparcir delirio e imágenes en combustión espontánea que, imbricados de cotidianidad, involucran al oyente como pocos. Surrealismo, ironía y absurdo son nutrientes de gran intensidad de un todo poderosamente descriptivo.
Se trata además de un buen cantante, cuya voz es inteligentemente colocada en primer plano en esta producción de Ángel Kaplan. Afortunadamente nada impostado ni torturado, aunque sí lacerante. Mostrando una elocuencia y una naturalidad que le permiten moverse ágilmente entre patrones estilísticos sin necesidad de hacerlos estallar.



Hay composiciones de belleza frágil y poderosa evocación, como círculos bien cerrados; y una marcada tendencia al crescendo partiendo de un hilo, como en “Los días nos tragarán a la vez” o las que remiten a la escuela coheniana y del folk polvoriento y crepuscular que lo emparentan con su paisano Nacho Vegas (“Ganas de arder”, “Mis animales” o “Dulce amor”), referencia esta tan cercana como lejana en según qué momentos. A subrayar cortes como “A veces la vida es hermosa”, bailable, setentera y funk; la ambientación flotante de “Califato”; o “Busero español”, por el lado rugoso e hiriente, cuya letanía me trae a la memoria a alguien tan reivindicable como Carlos Desastre.


Así es el mundo de Pablo Und Destruktion, donde Nick Cave se sienta a la mesa con Paco Ibáñez. Una apuesta por el contraste, la imagen desenfocada y el paso cambiado que revitaliza y atrapa.



Reseña publicada en el nº2 de la revista Lugares Comunes.

09 octubre 2015

EL FIN DE LA CRISIS (2)

Cuando le comunicaron el despido, aunque ya se lo barruntaba, le sobrevino una suerte de indignación en forma de desaparición del aliento, de frío oleaje, de brumoso hormigueo desde las puntas de los dedos de los pies. La primera reacción, antes de materializarse del todo, se volvió blanda, se deshizo entre las manos. La cara de su superior  se difuminó. Las  nuevas ideas que manejaba sobre algunas de sus funciones se precipitaron, tratando de tirar de él, a un pozo insondable. Desde ese vórtice de precariedad, sintiéndose de pronto absurdo y vencido, optó por tratar de recomponer su licuado orgullo, por cerrar los puños para forzar una leve sonrisa acompañada de cabeceo que quiso ser saeta sin conseguirlo. Salió del despacho del director y advirtió por primera vez, al mirar las caras de sus ya ex – compañeros, el fondo que se ocultaba tras sus caretas, que en ese momento se le aparecieron transparentes, plásticas, dúctiles, casi líquidas: vio indiferencia, aburrimiento, alivio, satisfacción. También dejó de oír, sólo notaba un fuerte zumbido. Se había creado un campo magnético a su alrededor de pesados suspiros. Se sentía empequeñecido, señalado, como introducido de pronto dentro de una botella. Dudaba si al avanzar sus pies responderían. Realmente no estaba seguro de poder dar una orden más en su vida, ya fuese a su mano o a alguno de sus hijos. Desde el fondo de su botella, todo parecía estar unos centímetros más lejos que antes, en un ángulo nuevo y extraño, como en el fondo del mar, de un mar inmóvil. Dijo “nos vemos” y salió a la calle. Evitó estrechar manos y escuchar lamentos, probablemente no habría podido oírlos.

Tenía ganas de vomitar y el zumbido persistía. Conducía mecánicamente su modelo TH1 recién adquirido. Agradecía esa cualidad mecánica, si tuviese que pensar cada paso que daba en la conducción se hubiese quedado bloqueado, con la frente sobre el volante de cuero. El círculo rojo del semáforo era enorme, aumentaba y disminuía lentamente mientras la radio anunciaba un crecimiento para el próximo año de un 4%. Un ejército de universitarios voluntarios de camiseta amarilla repartía globos en una campaña a favor del reciclaje de las basuras. A los hijos de inmigrantes extranjeros les daban dos y una palmada en la cabeza, antes de seguir con su labor.


Para su sorpresa, se encontró estacionado junto a la acera de su vivienda unifamiliar. Suspiró temiendo volver en sí, sintiendo terror ante el pleno uso de los sentidos y de sus facultades mentales. Se había comenzado a acostumbrar al hormigueo brumoso que le perseguía como una nube de abejas. Apoyó la cabeza en el respaldo de su asiento y respiró hondo. Lo que suponía, los sonidos y ruidos comenzaron a llegar con claridad, su visión se centró. El mundo empezó a volver de no sé dónde. La radio disparaba carcajadas tertulianas y risas cómplices ante los buenos resultados que arrojaba la última Encuesta de Población Activa (más de dieciocho millones de personas ocupadas). Ocupadas, con cosas que hacer, con algo en la cabeza o entre las manos, con cosas concretas que hacer al día siguiente a cambio de dinero, con planes a corto plazo, con prisas, estrés, planes eternamente postergados, idas y venidas, entradas y salidas, embotellamientos, cervezas, risas y amigos desempleados con un currículum excelente.


Al salir del coche con su traje arrugado, unas chicas que reparten con horario establecido un periódico revolucionario lo miraron con gesto de reprobación. Pasó junto al violinista que pedía en su calle desde siempre y aceleró el paso sin mirarlo, como siempre. Sin mirar las manos ásperas y gordezuelas que le dedicaban cada día unas notas restallantes e irónicas.

 
Al llegar a casa, sus hijos estaban jugando con los vecinos, el mayor, de ocho años, simulaba tocar un violín mientras decía “por favor” con voz llorosa. Los demás daban vueltas a su alrededor tratando de acertar con gastadas monedas de uno, dos y cinco céntimos en una taza grande, recuerdo de un viaje a un país en el que un buen almuerzo salía por poco más que los céntimos que contenía la taza. Cuando las monedas caían dentro, su hijo cabeceaba y daba las “grasias”, poniendo el acento más raro y estrepitoso posible. Era la taza que él solía utilizar para beber en sus días libres.

04 octubre 2015

ANIVERSARIO DEL NÚMERO CERO

Con los adjetivos adormilados,  celebro
un nuevo aniversario del número cero.
Punteo de versos la nada,
buscando desesperado
a quien entregar mi palabra
mientras siento el eco de tu grito
extenderse por todo este universo sin voz.
Poso mi mano sobre la tierra mojada
sin atreverme a apretarla.
Arrastro como puedo la primera persona,
donde yace mi corazón
amargado por no encender la razón,
agotado de no ser exclamación
fuerte y resuelta,
puño en la mesa,
mano firme y acogedora.
Mientras, cuerdas tiran de mí
hacia el tibio centro de la mentira,
que acolcha la conciencia
frente a cualquier aldabonazo.
Llueve butano
de la mirada arrugada de los vecinos
que resbala tras la mirilla.
Las cucharillas
remueven la anestesia.
Mueren los minutos, desperdiciados
en ennegrecer el alma
acumulando callejones sin salida
en un continuo bostezo de aniquilación.
El miedo es ahora abominable soledad
de ilusión cercenada,
de asunto petrificado, de impunidad,
de llaveros y risas que dejan de tintinear
y teléfonos que nunca pararán de sonar
tras tu eco, en este universo sin voz.
Soledad de amordazados en el centro del mercado,
de televisión encendida en el cerebro
al volumen que requiere
su transfusión por cualquier ciudad,
convertidas todas ya en vetusto almacén
de fronteras, esquinas  y murmullos.
El carrusel del absurdo
siempre deja oír
entre titular y titular
entre fraude y mentira
la respiración del animal
que nos hocica el cuello de títere
y, una y otra vez,
el silencio impuesto de la resignación
levanta la inmensa pared del mundo
que encierra a cada cual
dentro de un falso abrigo,
en una calculada espiral de distancias
y olvidos.



(Este poema ha sido escrito con motivo del Quinto Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez, celebrado el día 2 de octubre de 2015 en el Museo Casa de Los Tiros de Granada)

27 septiembre 2015

UN PENE BLANCO

Estaban arremolinadas en la puerta del bar, saltarinas y nerviosas, parecían excitadas. Todas llevaban una liga de encaje blanco en el muslo derecho, sobre el pantalón, y en sus cabezas destacaba una exagerada diadema blanca, coronada por un pene blanco, más enhiesto en unas cabezas que en otras. Se deslizaban por la acera como a ras de suelo, soltando leves risotadas y tecleando sobre sus móviles, o fotografiándose con ellos. Cada dos por tres se colocaban bien la diadema, y un par de ellas jugaban a embestirse con sus respectivos miembros. Los transeúntes les dedicaban miradas rutinarias, y algún conocido que pasaba por allí quiso palpar la veracidad de uno de aquellos penes que apuntaban al cielo.

Ella fumaba nerviosa con su pene bamboleante, que no paraba de asentir sobre su cabeza. Con el móvil pegado a la oreja vociferaba, susurraba, chasqueaba la lengua, se indignaba y mordía un sollozo. Se volvía y caminaba unos pocos pasos acera arriba y abajo. Hablaba de problemas laborales, de entrevistas de trabajo fallidas, de contactos que no funcionaron, de relaciones de pareja que penden de un hilo, de problemas de salud que desembocan en hospitales y de incomunicaciones familiares ya fosilizadas. Las otras chicas resoplaban su creciente impaciencia y fumaban, se cercioraban de que su pene no había salido volando con el viento o mataban el aburrimiento rascándole cuidadosamente la punta. De pronto se produjo un pesado silencio, como abatido, que duró sobre un par de minutos. Entonces ella colgó y miró a su alrededor, tratando de drenar su ofuscación y tristeza.


Justo cuando me retiraba de la ventana, la calle estalló en una explosión de chillidos y aplausos que sí consiguió hacer volver la cabeza de los peatones. La primera actriz de lo que parecía una despedida de solteras acababa de bajarse de un taxi, llevaba un vaporoso vestidito rosa con una liga en el muslo y, sobre su cabeza, se movía encabritado un pene blanco algo más grande que los otros, pero esta vez luminoso. Todas saltaron de alegría a su alrededor y, con cierta solemnidad, apretaron el nuevo pene una a una, como pidiendo un deseo, antes de desaparecer calle abajo. 

29 junio 2015

BOB DYLAN, LA LEYENDA DE NUNCA ACABAR VUELVE A GRANADA

Bob Dylan actuará el próximo 8 de julio en el Palacio de Deportes de Granada, dentro de un nuevo episodio de su Never Ending Tour (Gira Interminable). Si decides acercarte, no debes olvidar que saldrá al escenario con gesto distraído, como si tú no estuvieses allí. Mirará en tu dirección con cierta extrañeza, como quien se encuentra con un grupo inesperado de gente en la acera mientras pasea. Por un momento, parecerá que sus ojos han encontrado algo interesante en la lejanía. Con un poco de suerte, quizá cruces tu mirada con la suya durante un instante y puedas experimentar lo que el joven Bob sintió el día que Buddy Holly lo miró a los ojos en un concierto celebrado en su ciudad, Duluth, a mediados de los cincuenta. Debes saber que le gustará que estés ahí, deseará notar la presencia de gente nueva, más joven, que vibre con las nuevas redefiniciones de sus canciones, aunque no sepan identificarlas. Reclamará con algún leve gesto, acaso irónico, la complicidad de sus músicos, la confirmación de que todo está en orden. Allí estarán todos: el batería George Receli, el bajista Tony Garnier, el multiinstrumentista Donnie Herron y los guitarristas Stu kimball y Charlie Sexton. Garnier como fiel colaborador desde 1.989, y el resto unidos a la Gira Interminable en diversos momentos de la pasada década. Atrás quedaron su primer guitarrista de confianza de esta etapa (G.E. Smith) y otros ilustres como Larry Campbell o David Kemper. Tocará la guitarra y cantará, no chapurreará en tu idioma lo bonita que es tu ciudad ni se envolverá en tu bandera. A lo mejor le da por probarse como músico en tu presencia, ensayando otras maneras de tocar. Pondrá en liza un repertorio vivo, cambiante, cuya extensión y ejecución siempre son una incógnita. Bien es sabido que, a veces, cuando le da por viajar a lomos de su intuición, seguirlo puede ser tarea complicada incluso para sus músicos más veteranos. Todo vale menos momificar su legado paseándolo dentro de un cancionero encorsetado y previsible, aun a sabiendas de que es eso, precisamente, lo que demandan todos aquellos que acuden a sus conciertos al reclamo de su leyenda.

Fue esta una de las claves del nacimiento de la Gira Sin Fin que nos ocupa, que es más bien una actitud en sí misma, la oportunidad de remover y sacar brillo al tesoro, de equivocarse, de alcanzar lo sublime o caer en la descoordinación. De dar lustre o emborronar. De crear sobre la marcha u olvidar parte de la letra. Por algo Dylan siempre ha dicho que sus canciones “no están grabadas en piedra”. Fue la excusa perfecta para ampliar el campo de acción y recuperar, para revivirlas de mil maneras, canciones dejadas de lado durante mucho tiempo que cimentaron sus inicios como intérprete y compositor. Tuve la oportunidad de verlo en Motril en 2.004. En aquella ocasión soporté detrás de mí  a un político de esos que nunca pagan la entrada. Al final del concierto se quejaba amargamente de que no había tocado ninguna canción de “aquella época”. Cayeron algunas, sin embargo: “Girl from the north country” o “A hard rain’s A-gonna fall”, por ejemplo, si tenemos en cuenta que para esta gente Dylan no traspasó el umbral de 1.965.

Qué año 1.965 para Bob Dylan y los escenarios. Aprovechó nada menos que el festival de Newport de aquel año (cita cumbre anual del folk estadounidense por excelencia) para escenificar la electrificación de su música, poniendo en grave riesgo todo el prestigio que se había granjeado durante los cuatro años anteriores. Era el Dylan altivo que avanzaba a pasos de gigante. Joe Boyd, testigo de excepción del acontecimiento, no duda en calificar ese momento como el del nacimiento del rock “A algunos les encantó, otros lo detestaron, y la mayoría quedó asombrada, atónita y cargada de energía por ello. Era algo que hoy damos por hecho, pero totalmente nuevo entonces: letras no lineales, una actitud de total desprecio por la expectación y los valores establecidos (…) Los Beatles todavía cantaban canciones de amor en 1.965, mientras que los Stones tocaban una especie de pop sexy de raíces blues. Esto era distinto”. Un año después, paseó altanero su empecinamiento eléctrico por Inglaterra, donde trastocó definitivamente el concepto de música rock de público y músicos entre abucheos y gritos de “Judas”.

Tras girar con Tom Petty y The Grateful Dead, un Bob Dylan desorientado parece tocar fondo, tanto en el aspecto discográfico como en sus actuaciones en directo. Desencantado, escoge los repertorios necesarios para salir del paso y esconde su voz entre las coristas que le acompañan. Parece ser que en el concierto compartido con Petty en Locarno, Suiza, el 5 de octubre de 1.987, escuchó en su cabeza algo así como “Estoy decidido a resistir, tanto si Dios me libra como si no”, y que a partir de ese momento se decidió a afrontar sus dudas y fantasmas. Aunque, según se puede leer en su autobiografía “Crónicas”, también pudo influir el encuentro con una banda de jazz en un local diminuto. Los músicos, pulcramente vestidos, actuaban con profesionalidad ante una sala prácticamente vacía, y la entereza de su veterano cantante le devolvió la capacidad para regresar al primer plano, las ganas de volver a concitar la atención de la audiencia. De todas maneras, como contrapunto a cualquier atisbo de leyenda, algunas voces relacionan directamente con motivaciones económicas ese impulso de estar siempre en la carretera.



El pistoletazo de salida del Never Ending Tour se produjo el 7 de junio de 1.988, en el californiano Condord Pavillion. La primera formación que puso en liza fue la más escueta con la que Dylan había salido nunca de gira (Christopher Parker a la batería, Kenny Aaronson al bajo y G.E. Smith a la guitarra eléctrica y acústica). Desde entonces ha mantenido formaciones similares, realizando una media de cien conciertos anuales, algo que no hacía desde 1.978. Bob Dylan se refirió en una entrevista de octubre de 1.989 a la gira en la que estaba inmerso como “La Gira Interminable”, denominación que a partir de entonces se impuso, a pesar de las reticencias del protagonista.

Neil Young se sumó a la banda en los primeros conciertos de la Gira Interminable. Ha tocado por Sudamérica con The Rolling Stones, y compartido cartel y escenario con Van Morrison, Paul Simon, Phil Lesh o Brian Setzer (por cierto, hubiese sido interesante asistir a alguna de las interpretaciones de “Rainy day woman #12&35” que hicieron juntos). Ha realizado giras como la emprendida con Willie Nelson, recorriendo campos de béisbol de las ligas menores. Ha actuado en castillos, plazas de toros, estadios, velódromos, centros de artes escénicas, universidades o teatros; tropezando acaso con los fans que le siguen de concierto en concierto anotando cuidadosamente el repertorio utilizado. Incluso ha realizado conciertos privados para empresas. Siempre de un lado a otro del mundo, cantando para Clinton o en Bolonia para el Papa;  o parando en China en 2.011, generando polémica por no referirse de forma explícita a la situación del país o por someter su repertorio presuntamente a la censura (hecho que el propio Dylan negó). Entre 2.006 y 2.009, período en que mantuvo su programa semanal de radio, llevaba un equipo portátil cedido por la emisora para aprovechar las ideas que le surgieran durante los tiempos muertos de la gira.
Mientras le acompañen las fuerzas, existirá la posibilidad de tener a este objeto de teorización constante en tu ciudad, donde alguien creerá haberlo visto circulando en bicicleta con el gesto impenetrable del buen jugador de póquer que es, o se lo encontrará cenando en un restaurante de carretera después de un concierto, como relata Howe Gelb que le ocurrió, dando cuenta del magnetismo que desprende el de Minnesota.

Y así se pasa la vida este mito viviente de 74 años de edad, enlazando giras, descansando pocas semanas entre las mismas y durante el mes de diciembre. Aceptando colocar conciertos en días sucesivos siempre que entre una ciudad y la siguiente no haya más de 350 kilómetros.


Puede que el mismo Dylan que subió al escenario del café Wha? en el Greenwich Village y se presentó al público diciendo que venía de recorrer todo el país siguiendo los pasos de Woody Guthrie; el que inventaba historias como que tenía sangre sioux, provenía de Nuevo México, había sido miembro de un circo ambulante o cantante de blues que recorría el país haciendo autostop y en trenes de mercancías; quiera vivir hasta el final de sus días y a su manera esas historias que inventaba con menos de veinte años, recién llegado a Nueva York. Ser el trovador que recorre el mundo con sus canciones. Ir en busca de lo inesperado. O quizá se trate simplemente de que no soporta la vida cotidiana, que le abruma manejarse en ella, siendo perfectamente capaz de perderse conduciendo por Los Angeles. Ya lo dijo en una ocasión “Me mortifica estar en el escenario, pero también es el único sitio donde soy feliz”.