11 abril 2018
30 diciembre 2017
BIENVENIDOS AL PUNK (CAMINO DE THE SEX PISTOLS)
The Kingsmen “Louie, Louie” (“Louie, Louie”, single 1963)
The Trashmen “Surfin’ Bird” (“Surfin’ Bird”, single 1963)
The Kinks
“You really got me” (“You really got me”, single 1964)
The Who “My generation” ("My generation", 1965)
The Fugs
“Kill for peace” ("The Fugs", 1966)
The Sonics “Cinderella”
(“Boom”, 1966)
The Seeds
“Evil hoodoo” (“The Seeds”, 1966)
The Monks
“I hate you” (“Black monk time”, 1966)
The 13th Floor Elevators “You gonna miss me” (“The Pychedelic sound of the 13th
Floor Elevators”, 1966)
Captain Beefheart “Zigzag Wanderer” (“Safe as milk”, 1967)
![]() |
The Monks |
The Velvet Underground “I heard her call my name” (“White light/White heat”, 1968)
Kim Fowley “Animal
man” (“Outrageous”, 1968)
MC5 “Kick
out the jams” (“Kick out the jams”, 1969)
The Stooges
“I wanna be your dog” (“The Stooges”, 1969)
Can
“Outside my door” (“Monster movie”, 1969)
Pink Fairies “Do it” (“Never never land”, 1971)
Roxy Music
“Re-Make/Re-Model” (“Roxy Music”, 1972)
The Modern Lovers “Roadrunner” (“The Modern Lovers”, 1976). Grabado en abril de 1972.
Iggy &The Stooges “Search and destroy” (“Raw power”, 1973)
The New York Dolls “Personality crisis” (“The New York Dolls”, 1973)
Patti Smith "Piss factory" ("Hey Joe", single 1974)
Dr. Feelgood “She does it right” (“Down by the jetty”, 1975)
Neon Boys
“Love comes in spurts” (“Neon Boys”, 1975)
The Dictators “Master race rock” (“Go girl crazy”, 1975)
Peter Hammill “Nadir’s big chance” (“Nadir’s big chance”, 1975)
![]() |
Neon Boys |
The 101ers
“Sweety of the St. Moritz” (“Egin avenue breakdown”, 1981). Grabado el
28-11-75.
Ramones
“Now I wanna sniff some glue” (“Ramones”, 1976)
The Runaways “Cherry bomb” (“The Runaways”, 1976)
101ers |
28 diciembre 2017
BIENVENIDOS A LA FIESTA DEL ROCK AND ROLL
"It's tight like that"(Tampa Red & Georgia Tom, 1928)
“Ida red”(Bob Wills and the Texas Playboys, 1938)
"Roll 'Em Pete"(Joe Turner, 1938)
"Step it up and go"(Blind Boy Fuller, 1940)
"Junker's blues"(Champion Jack Dupree, 1941)
"Flying home"(Lionel Hampton with Illinois Jacquet, 1942)
“Caldonia”(Louis Jordan and His Tympany Five,
1945)
“Freight train boogie”(The Delmore Brothers,
1946)
“That’s Alright”(Arthur Crudup, 1946)
“Rocky road blues”(Bill Monroe and His Blue Grass
Boys, 1946)
![]() |
Arthur Crudup |
“The Fat Man” (Fats Domino, 1949)
“Mardi Gras in New Orleans”(Professor Longhair,
1949)
“Rock the joint” (Jimmy Preston and His
Prestonians, 1949)
![]() |
Jimmy Preston |
"Strollin' with bones"(T-Bone Walker, 1950)
"High priced woman" (John Lee Hooker, 1951)
“The train kept-A-rollin’” (Tiny Bradshaw, 1951)
"Blackberry boogie"(Tennessee Ernie with Cliffie Stone's Orchestra, 1952)
“Rock me all night long” (The Ravens, 1952)
![]() |
Tiny Bradshaw |
“Lawdy miss Clawdy”(Lloyd Price, 1952)
“Crazy man,crazy” (Bill Haley and His Comets,
1953)
"Please love me" (B.B. King, 1953)
“Work with me, Annie”(Hank Ballard and The
Midnighters, 1954)
"Shake, rattle and roll"(Joe Turner, 1954)
![]() |
Big Mama Thornton |
22 diciembre 2017
MENSAJE EN UNA BOTELLA (38)
EL OSOMBROSO Y SONRIENTE FOLK DE LAS BADLANDS “Gloria
o Manicomio” (Sociedad Fonográfica Subterránea, 2017).
Expresarse a través de los sonidos de raíz
estadounidenses corre el riesgo de desembocar en la autocomplacencia, en el
ejercicio de estilo sin más. En la persecución de la mera emulación técnica,
generalmente con una actitud mucho más purista que la de los artistas originales.
En el caso que nos ocupa, el riesgo podría verse seriamente incrementado dada
la veteranía y calidad continuamente contrastada de los involucrados (Antonio Travé, Isaac
Fernández, Antonio Pelomono, Raúl Bernal o Dani Díaz), personajes de la escena granadina curtidos en
infinidad de proyectos a lo largo de los años, o profundos conocedores de los
secretos de los instrumentos clásicos del country,
el folk y el blues, como es el caso
de Francisco Molina. No se apuren, la cuestión queda solventada desde primera
hora gracias a unas composiciones redondas y unos músicos que disfrutan
insuflándoles vida.
Las canciones se despachan con gran solvencia
instrumental, en ningún caso suenan recargadas, ni queda rastro de
exhibicionismo hueco. Sencillamente, se desarrolla y comparte toda una cultura musical plenamente interiorizada, usada como eficaz vehículo expresivo. Camaradería sonora tal que unas basement tapes desde las "Badlands" de
Benalúa de Guadix.
Los temas son en su mayoría cortos, breves y
coloridas viñetas que pasan como un suspiro dejando su bien marcada impronta. Un
trabajo resuelto en menos de media hora que es todo un ejemplo de concreción,
dado que cada corte, a pesar de sus puntos en común estilísticos, posee su
propio peso específico. Se dice lo que se quiere decir y punto, y se reviste
con pericia y conocimiento. Además, la
espontaneidad no está para nada reñida con el sumo cuidado del detalle.
El Osombroso y Sonriente
Folk de las Badlands,
asumió desde los inicios de la banda el fin lúdico y la necesidad de transmitir
y comunicar que han sido la razón de existir de estos sonidos desde su origen.
El cancionero, lejos de cualquier tentación de imitación o simple parodia, traslada
historias propias en las que brotan con naturalidad el humor y el absurdo, la reflexión
o el lamento. Las referencias literarias y el uso de expresiones populares
ayudan a conformar, sin disonancias, el brebaje del marchamo propio.
Desde la portada se saluda el mundo de las películas
del oeste, abundando en el interior en el lado “spaghetti” con las apariciones
estelares del Clint Eastwood de “El bueno, el feo y el malo”, “Sin perdón” y
“Por un puñado de dólares” o el instrumental inicial, dos morriconianos minutos y pico tan trepidantes como crepusculares. A
partir de ahí, sólo queda disfrutar repetidas veces de aromas honky tonk, bluegrass, country o western swing; valses, polcas, o incluso
calipso. “La fiebre del oro” es el
corte más largo, efluvios sureños imbuidos del trance Neil Young. Aviso
importante: no se quede el oyente en la superficie humorística, hay mucho más
donde escarbar.
29 noviembre 2017
MENSAJE EN UNA BOTELLA (37)
JOSÉ IGNACIO LAPIDO “El alma dormida” (Pentatonia,
2017)
“CRUCE DE CAMINOS, NOS EQUIVOCAMOS”
El título de este humilde texto condensa, a mi
parecer, las mejores cualidades del Lapido
letrista: evocador siempre con un pie a tierra, genuinamente irónico a la hora
de enfrentar dudas y asimilar certezas. Se agradece que en la portada aparezca caminando
tranquilamente, paseando su perplejidad de ciudadano, como lo haría por
cualquier calle, sin necesidad de llevar el estuche de su guitarra, como
gritando: “miradme, soy un trovador”.
Cada disco de José Ignacio Lapido se me antoja una
pequeña ciudad. Un lugar nuevo que se va poblando de viejos conocidos tras cada
escucha. Me gusta pasear por esas callejuelas que son sus letras, dejarme
imbuir por sus imágenes, que terminan siempre fundiéndose con las mías, o doblar
las esquinas de evocaciones arrasadoras que espolean mis recuerdos. Toparme con
algunas verdades. Rodearme de sus personajes, aun sabiéndome caminando solo. Reflexionar
sobre sus reflexiones, escuchar su eco admonitorio. Ir masticando retazos de la
realidad y sus despropósitos entre enredaderas de dobles sentidos y metáforas
definitivas. Sentirme mecido en interrogantes. Percibir, escucha tras escucha,
el proceso de solidificación de frases memorables que se alojan para siempre en
algún lugar de la memoria. Subir cuestas o dejarme ir por recodos y sinuosas calles
sombrías, con la seguridad de que terminarán por desembocar en la placita
soleada de un gran estribillo. Y vuelta a empezar: avanzar, descubrir, tararear,
dejarse ir…
La música juega sus cartas con pericia, esquivando
la rutina y la linealidad sin artificios, calcos o estrambóticas coartadas; creo
que en buena medida gracias a la participación en los arreglos de Raúl Bernal. Abundan los pequeños detalles,
perfectamente ajustados a la maquinaria compositiva, dentro de otro ejercicio
de sobriedad sonora, que no parquedad. Arreglos tan imaginativos y estratégicos
como prudentes y medidos, que buscan realzar sin restar protagonismo a lo
importante, que expanden, perfuman y dotan de relieve. Gozosos subrayados. Nada
compromete un estilo macerado disco a disco, tan propio como irrenunciable. Lapido
no corre riesgos, no siente la necesidad de ensanchar su sonido al albur de
nuevas y fugaces tendencias, ni siquiera abraza sin condiciones sonoridades que
le son más cercanas. A estas alturas, todo pasa por un tamiz bien definido.
Nunca ha caído en la tentación de ocultarse tras un personaje, ni se ha conducido
por el mundo del rock como recién caído de una canción de Dylan. El autor se comunica, porque aún tiene cosas que decir, a
través de caminos sonoros ya familiares: cuidadas armonías, exquisitez
melódica, rotundidad y una idea de la gravedad expresiva más desnuda que
pomposa.
Destacan la vibrante efectividad de “Nuestro trabajo”, templada con piano y palmas, el mecido melódico a lo Byrds de "La versión oficial", la vigorosa profundidad de “Lo que llega
y se nos va”, o el tramo espolvoreado de country, más crepuscular que
festivo, de la magnífica “No hay prisa
por llegar”, “Estrellas del
purgatorio” y “Enésimo dolor de
muelas”. Por cierto, se recomienda bucear con calma en “Escalera de incendios”.
28 julio 2017
ENTRE CARRETE Y CARRETE, LA CINTA MAGNÉTICA NUNCA HACE EL MISMO VIAJE
La casete era de color nacarado y pesaba poquísimo,
al sacudirla, su frágil estructura emitía un leve chasquido. Desde la portada
sonreía un adusto hombre trajeado con los brazos cruzados. Daba la impresión de
sentirse muy seguro del orden que transmitía, del sistema de valores que
representaba, del estado de las cosas. “Versiones originales”, se podía leer en
la parte baja de la carátula. Era la primera de una pila de casetes poco a poco
dominada por el polvo. La cinta envuelta en pasado dormía apacible, casi nueva,
pero envejeciendo inexorablemente; quieta, rodeada de decenas de objetos de
esos que quedan atrás y permanecen quietos hasta que alguien por fin se decide
a tirarlos. Era la representante principal de un ordenado montón de tiempo
fenecido.
Las canciones
en la radio se sucedían veloces, contundentes; zarpazos que iban erizando la
imaginación y depositándose en la memoria. Temas cortos, urgentes, tan
desesperados como descacharrantes; cuchillos en el aire que desaparecían hasta
que les daba por volver. Una conversación casual con los amigos del cole le
ofreció la solución para retenerlos. Al volver por la tarde a casa tomó sin
pensar la cinta del hombre trajeado y tapó con papel celo las aberturas que le
habían explicado, escondió la carátula y, con los nervios, hizo trizas la
portada. El traje y la cara sonriente acabaron en el cubo de la basura convertidos
en mil pedazos. El programa comenzó y con él las canciones. Cuando desaparecía
la voz del locutor quitaba la pausa y los botones de “rec” y “play” actuaban. Para
no molestar en la madrugada, escuchaba casi al mismo volumen la canción y el
rumor de la maquinaria trabajosa, discreta y obsesiva del viejo reproductor,
que soltaba y recogía la cinta, manteniendo el tenso equilibrio que hace brotar
y conservar el sonido.
Casi todas las canciones se grababan ya empezadas y
terminaban abruptamente al primer atisbo de fundido o de leve carraspeo del locutor.
Los temas se iban acumulando sin pausa, parecían surgir unos de otros, y el
final de la primera cara le pilló por sorpresa: apenas se habían registrado
quince segundos del tema en cuestión. Toda la extensión de la cinta debía
quedar grabada. La permanencia de un solo segundo del sonido original hubiese
desvirtuado todo. Mientras avanzaba, anotaba trabajosamente los datos en un
folio. Los de los grupos extranjeros (todos anglosajones) por su sonoridad
(Estuyis), los españoles con toda su información. El papel así garabateado,
incompleto y plagado de signos de interrogación, acabó arrugado entre las
páginas del libro de matemáticas. La casete aún mantenía su apariencia
original, salvo por el celo, cuando ya estaba llena de sonidos distintos, experimentos
descarados, velocidad, contundencia, vértigo. Descansaba con falsa inocencia en
su caja marrón original, que aún olía a polvo y silencio. Minutos ante de
mostrarla al mundo en el recreo, se decidió a cambiar su aspecto. La pintó con rotulador negro y boli.
Confeccionó con prisas una carátula de papel cuadriculado y le pintó una a
mayúscula en el centro con el rotulador, rodeándola de un círculo. Y así se
fue, pensando que llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón el encuentro
único de un montón de músicos furiosos que ya llevaban tiempo golpeando su
puerta.
La casete era un misterio. Cuando se la prestaron no
tenía carátula, y estaba toda pintada de negro, un negro gastado, pintarrajeado,
mate. Además, alguien había tratado de escribir algo con una aguja, o eso
parecía. El que se la había prestado la había recibido de su hermana mayor, y
no mostraba demasiado interés en su “sonido chatarrero”. No conocía a casi
ningún grupo, pero la escuchaba a diario, siempre entera antes de irse a
dormir. Duraba poco más de treinta minutos. Poco a poco, fue anotando
cuidadosamente en un folio los títulos de las canciones que iba localizando a
través de discos que se compraba o le prestaban; o que encontraba en casetes
mejor documentadas que caían en sus manos. Fue completando un mapa sonoro que
definía perfectamente una parte de su ser, desentrañando un misterio, conformándose
como persona sin saberlo. Apuntalando conceptos estéticos, principios vitales,
construyendo la base de algo que crecería con el tiempo. Incluso averiguó la procedencia de aquellos quince segundos de
la primera cara (“Baby talk” de Johnny Thunders). Mientras, el viejo montón de
casetes, seguía perfectamente colocado, vencido por el polvo, encajonado en un
orden mudo, en una casa cerrada.
* Dedicado a la memoria de mi amigo Francisco Vallejo.
* Dedicado a la memoria de mi amigo Francisco Vallejo.
06 julio 2017
MALDITO ESCALÓN
El escalón del patio consistía en una gran piedra
larga y oscura bruñida por el tiempo. Fue el primer obstáculo que superé,
cuando conseguí encaramarme a él, con apenas un año. Mi familia recuerda con
frecuencia que subía y me quedaba allí tumbado, con los ojos muy abiertos y la
mejilla descansando en su frescor, abrazándolo. Más tarde, mis piratas
escalaron sus grietas, peleando por algún tesoro, y mis bólidos lo recorrieron
infatigables. El escalón acabó representando la firmeza, siendo el ancla, mi
equilibrio, el refugio al que nunca llegaba la tempestad. Así hasta que derribaron
nuestra casa, ya embargada, y alguien lo demolió a martillazos al grito de “maldito
escalón”.
MALDITO ESCALÓN (II)
“La vida es una escalera”, así rezaba el lema
secreto que parecía respirar cada mañana con vida propia entre sus dientes. A
eso quedaba reducida la existencia, a un sin fin de escalones que la gente se
afanaba en ascender sin saber realmente para qué ni, en multitud de ocasiones, hacia
dónde. Él los veía ir y venir. Unos subían con firmeza, excitando su envidia,
mientras otros se petrificaban ante el siguiente tramo. Alguno echaba a correr
por sorpresa, pero terminaba cayendo de bruces, para su alivio. Esa era su nítida
visión del mundo: global, útil, funcional. Nunca compartió esa cualidad
visionaria con los demás; por eso, nadie acertó jamás el significado de
aquellas palabras que parecieron respirar con vida propia entre sus dientes el
resto de sus días: “maldito escalón”.
21 marzo 2017
MADRE NO HAY MÁS QUE UNA
En el parque, la joven madre anota nerviosa e ilusionada en
su libretita de colores lo que el niño vestido de futbolista debe transmitir,
mediante un mensaje de voz, a otra persona. Unos segundos más tarde comienza a
apuntárselo al oído: "Estamos en el parque. Hace un día precioso. Hemos
visto un dóberman como el tuyo y nos hemos acordado mucho de ti. Te
queremos". Después de la grabación, lo mira severamente de arriba abajo y
le espeta: "Qué poca gracia tienes hijo", y guarda su libretita en el
bolso.
26 enero 2017
EL FILO (Dedicado a la memoria de Josetxo Ezponda)
Sigo el brillo de tu historia en el filo, anotando
sensaciones nocturnas entre ángeles empapados de amor que huelen a cerveza.
Todo parece encajar en ese cable tenso. Los acontecimientos se suceden
ingrávidos y placenteros, atraviesas velozmente túneles rosa que comunican las
espinas dorsales, dolientes y románticas, de las formas más emocionantes de
gritar y susurrar las derrotas. Hay electricidad, risas, ruido desatado y amor.
Aún la realidad no ha vomitado su hormigón tozudo sobre nosotros, sobre ti,
estrella fugaz, imán de todas las miradas vidriosas y descreídas. El calor
pegajoso se acentúa en la ropa negra, ya deberías saberlo. Y la noche púrpura
es decorado que termina consumiéndose dentro de una inmóvil tarde de
entretiempo sin fin, que te escruta con su lupa ardiente en un silencio
hinchado, tan terrenal como desértico, siempre interrumpido por murmullos de
negras hormigas cobardes; de carraspeos, pasos atrás, razones, gestos, excusas
y desesperadas tomas de posición en la escalera de la vida.
Nos hablaron
muchas veces de la escalera, cierto, pero no de sus curvas caprichosas ni de
los recodos, y eso que cada cual ya estaba ubicado en el suyo. Debes colocarte
la máscara, aún no es tarde, mírame a mí, te decían, disimulando las llaves del
coche. Todo pasa rápidamente en esta quietud de tele encendida y caras
inexpresivas, y yo acierto a imaginarte en tu recodo de esta escalera con forma
de serpiente por la que mi oído te sigue y espera. Estás solo, respiras
tratando de hacer pie, de ocultar tu nerviosismo; enrocado, dolorido. Porque,
ya sabes, los golpes se van acumulando hasta que llega un día en el que uno a
uno comienzan a doler.
La mañana
es clara, pero no consigue superar el gris. El negro y la piel se desgastan y
el brillo cae, extendiéndose por la acera hasta desaparecer, ¿quién ha cambiado
el suelo bajo mis pies? El efecto de las canciones es pasado, y el pasado hoy
es cuchillo y la gloria un recuerdo amargo. Ahora la tensión vive en la cuerda
en la que se te ha convertido la vida, de la que ya no te quedan fuerzas para
tirar, porque al otro extremo está el mundo, siempre marcando su ritmo
imparable, con su saco de contradicciones. Los que asentían riendo y animaban
tu camino te gritan que despiertes y cruzan los pasos de cebra apresuradamente,
otro día nos vemos, te puedo comprar algunos discos, me espera mi familia, ya
sabes. Y tú no sabes nada, no entiendes la comedia y abrazas el drama. No
puedes seguir a estas alturas su consejo, no puedes dejar tu sueño correr en
otra dirección. Ese animal sonriente y tibio te vio envejecer y morirá contigo.
Texto incluido en el libro de relatos de Juanfran Molina "Ciclorama".
17 enero 2017
SENSIBILIDAD, ELECTRICIDAD Y UN PUNTO DE MAGIA
Pienso que los que nos hemos
pasado media vida dándole vueltas a esto del rock, hasta el punto de atrevernos a escribir sobre él, tenemos una
relación especial con aquellos primeros grupos que escuchamos sin filtro alguno,
antes de leer sobre música o seguir programas de radio. En mi caso, 091 fue uno
de ellos. A pesar de ser una banda conocida, no tenían esa omnipresencia
agobiante de los grupos de éxito (los tenías que desmenuzar tú, escucha tras
escucha), ni tampoco venían precedidos del halo de leyenda sobre la que todo el
mundo sentaba cátedra. Eran simplemente un grupo nuevo, tipos mayores que yo
que vivían cerca de mí. Libre de bagaje, los escuchaba estableciendo una
relación cómplice y directa con sus canciones, ajena a ninguna tentación de
explicar, definir o ponderar.
Quizá por eso, cuando comencé a
leer sobre ellos los comentarios se me antojaban insuficientes, esquemáticos; me
quedaba la sensación de que no sabían llegar al meollo de la cuestión, ya que
ninguna opinión acertaba a precisar el efecto que me producía esa conjunción de
palabras, melodías y electricidad. Tal vez por esta razón, cuando tuve ocasión
de escribir por primera vez sobre 091 (una reseña que no conservo de “Todo lo
que vendrá después”), me costaba tanto acometer el texto, analizar lo que tenía
entre manos. En vez de concretar, me dedicaba a añadir adjetivos y sensaciones
cada vez que retomaba la escucha, acaso tratando de expresar, con escaso éxito,
la experiencia acumulada desde hacía tanto tiempo; sintiéndome ante una
material inabarcable, en comparación con el de otros grupos sobre los que
empezaba a escribir. Definitivamente, las canciones de 091 siguieron llegándome
por el mismo conducto que la primera vez, de esa forma íntima que terminaba
anulando cualquier intento de explicar, definir o ponderar.
Pasados tantos años y habiendo reflexionado
mal que bien sobre todo tipo de música, considero que 091 se convirtieron
inconscientemente en un punto de referencia para mí, un indicador a la hora de
valorar las canciones de muchísimas bandas, la capacidad lírica y expresiva de
sus textos; o su estructura musical, su potencia y calidad melódica, su
honestidad. Estos días, repasando los discos de la banda granadina, me he
retrotraído a decenas de momentos del pasado; muchos recuerdos y sensaciones
han saltado como esquirlas en mi memoria. He revivido primigenias emociones e ilusiones;
vuelto a sentir confusión, rabia, resignación; el poder de las canciones ha
conseguido otra vez hacerme cantar en voz alta aquellas estrofas que decían más
de mí que yo mismo. Además, he percibido nítidamente el crecimiento y la
definición de un estilo, el proceso de despojamiento en el encuentro con la propia
voz, los lastres y artificios que se abandonan, los pasos dubitativos que se
tornan valientes, la capacidad de concreción y plasticidad crecientes, la habilidad
y sabiduría progresivas para condensar y transmitir reflexiones o imágenes
poderosas, para explicar el desaliento y la confusión, para compartir contundentes
y agridulces viñetas plenas de significado con sensibilidad, electricidad y un
punto de magia.
Texto incluido en el libro "091: Aullidos, Corazones y Guitarras" de Juan Jesús García, publicado por la editorial Ondas del Espacio en 2016.
15 enero 2017
SKINNY MINNIE. ALGUNAS VERSIONES
“Skinny Minnie”, última presencia en listas de Bill
Haley & His Comets, fue
compuesta en 1958 entre el propio Bill, el productor neoyorquino Milt Gabler, el guitarrista Rusty
Keefer y Catherine Cafra,
compositora y a la sazón esposa de Billy Williamson, guitarra en diversas
formaciones de Haley, que se encarga de la steel
guitar en la grabación. Un cuarteto
compositor que repite en varios cortes de aquel elepé publicado en 1959, “Bill
Haley’s Chicks” (Decca).
La canción en
cuestión, que es una especie de “Bony Moronie” ralentizada, estaba llamada a convertirse en otro estándar menor
del rock and roll, aunque creo que más bien ha terminado siéndolo del rock de garage; convertida en referencia para
muchos gracias a su característico inicio, su riff, ese sonido afilado, sensual y primitivo tan poco habitual en
el repertorio de Bill Haley, y su desarrollo sincopado, reminiscente de Bo Diddley. Muchos grupos británicos de nueva generación
la utilizaron como vehículo para exponer con base segura su rabia y amor por lo
más inmediato del rock and roll y el rhythm and blues. Ahí está la lectura del
grupo beat de Liverpool en el que
recaló Pete Best después de ser
expulsado de The Beatles, Lee Curtis and The All-Stars, grabada
en directo en 1964 en el mítico The Cavern; o la de Carter-Lewis & The Southerners (donde militó brevemente Jimmy Page)
en el mismo año. Jimmy, como omnipresente músico de sesión de la época, repitió
aquel mismo ejercicio, tocando la guitarra solista en la pizpireta recreación del
grupo de chicas The Beat-Chics,
quienes al año siguiente telonearían a los Beatles en las plazas de toros españolas.
No podemos olvidar la de Gerry and The Pacemakers, otros criados alrededor de The Cavern, incluida como cara b de single para el mercado estadounidense
en 1965.
De todas formas, la versión canónica para garageros de todo el mundo es la incluida por The Sonics en “Boom”, su segundo elepé, de 1966; mismo año, por
cierto, en el que Haley volvió a grabarla con el título “La flaca Miny”,
durante su etapa en el sello mexicano Orfeón. Tony Sheridan y The Beatles publicaron una revisión apasionada pero
convencional, típica de ese repertorio consagrado al directo que desarrollaron
en la época de Hamburgo, en el elepé “My Bonnie” de 1962.
Johnny Halliday, el rocker
galo por excelencia, se la llevó, como siempre, a su terreno con su adaptación
en francés de 1965, “J’attends minuit”. Ya en otro registro, ese mismo año, el
director de orquesta alemán James Last, la incluyó en uno de los discos que dedicó
con su famosa Big Band a repertorio popular. Volviendo a garajes y catacumbas,
se puede encontrar en el directo que recoge los primeros tiempos de The Lyres, “The early years 1979 to
1983”, publicado por Crypt records. Yo, por mi parte, la conocí a través de la
versión de los californianos The Mummies,
aparecida en single en 1990. Aquellos garrulos disfrazados de momias la hacían
irresistible, completamente infectados como estaban por el virus de The Sonics.
22 diciembre 2016
MENSAJE EN UNA BOTELLA (36)
Estos
granadinos forman una banda de rock and roll tan estilosa como abrasadora; son,
si lo prefieres, unos punkrockers capaces
de matar por el riff irresistible. Unos
tipos con los suficientes discos en la cabeza como para contar con el más
sólido punto de partida. Saben perfectamente extraer la tempestad de la calma y
alcanzar velocidad de crucero y contundencia con distinción. Las raíces blues
lo impregnan todo dentro de un repertorio en castellano excitante y primitivo,
capaz de conjurar las fuerzas telúricas del rock y resultar a la vez tóxico,
genuino e incandescente. Punk de toda la vida (“Muerte al líder”), pub-rock (“Picadillo
de Charles”), psico-garage untuoso (“Animal”)
o surf (“Asquith”) completan el
lote. Cuentan con un afilado trabajo de guitarras y una base rítmica engrasada
e imaginativa que agitan y cuecen a fuego lento este humeante mejunje.
Los
temas fluyen con crudeza y precisión; salen escupidos o se enroscan en sí
mismos sin perder nunca la fuerza de su latido ni capacidad de desasosiego.
Ellos citan a sus maestros y yo lo corroboro: Howlin’ Wolf, Link Wray,
Screamin’ Jay Hawkins, The Gun Club o Scientists. Los Harakiri: Monago Tornado (voz y teclados), Antonio
Deshollinador (Guitarra), Alberto Juancarlos (bajo) y Antonio Pelomono
(Batería), desarrollan un sonido imparable, rugoso y adictivo, que queda
perfectamente retratado en este disco grabado íntegramente en directo en los
estudios Sequentialee de Andújar, producido por Pedro Cantudo y la propia
banda.
20 diciembre 2016
TODO ESTABA AHÍ
Se terminó
el exitoso “año Cero”. Uno escribe la
frase con satisfacción y cierto alivio. Finalmente, las cosas han salido a
pedir de boca para el grupo y, también, para el rock español, que ha tenido la
oportunidad de refrescar su selectiva memoria y redescubrir a una gran banda en
un momento extraordinario. La “Maniobra de resurrección” de 091, ha sido una
apuesta sin duda meditada, pero no por
ello menos arriesgada e inesperada en su planteamiento. Nunca un grupo español que
no gozó en su momento del éxito masivo, ha disfrutado de un regreso a la
actividad con mejor resultado en todos los aspectos. Los seguidores han
terminado 2016 habiendo asistido a buenos conciertos de una ambiciosa banda de
rock en activo; y pudiendo llevarse a casa unas muy dignas reediciones de
discos difíciles de encontrar, libros, e incluso ediciones especiales. Cuando
las bolas se lanzan bien, las carambolas favorecen, y en este caso, la
expectación, lo inmarcesible del repertorio y la calidad y entrega desplegada
en los directos, han prendido una mecha de interés que no ha parado de crecer
semana tras semana. Son legión las bandas desaparecidas que merecieron más, y
muy pocas las que han conseguido la reparación del olvido, y creo que este es
uno de esos casos. Se puso en el empeño todo lo que se debe poner para que las
cosas salgan bien: imaginación, ilusión, trabajo, organización, planificación.
Siempre lo decíamos, “las canciones están ahí”, ya fuera cuando sosteníamos el
vinilo rojo de “Más de cien lobos” mientras fumábamos un cigarro en los
aparcamientos del instituto; calibrando sesudamente el alcance de algo tan
exquisito e inspirado como “Doce canciones sin piedad” en la puerta de una tienda de discos, sosteniendo
entre las manos un vinilo que olía a nuevo; o escarbando gozosos en las raíces
y en las posibilidades de impacto de una jugada maestra como “La vida qué mala
es”.
Todo estaba
ahí, incluido el momento histórico, en aquella década de los ochenta. Todo menos
la promoción adecuada y las compañías discográficas correctas. Todo menos esa
actitud de labrarse una presencia en los medios comiéndole la oreja día sí día
no a la estrella radiofónica de turno, en las barras de los bares de moda de la
capital.
Cayó el olvido
progresivo, el segundo plano, la desatención hacia lo que ya se conoce y no
tiene el irresistible marchamo de la moda. Pero todo seguía allí, esperando.
Todo estaba
ahí, bien vivo, y todo ha salido a la luz finalmente de la forma más natural cuando
las cosas se han hecho bien; de una manera no demasiado lejana a como hubiesen
sido en su momento con la suerte de su parte. El tiempo ha convocado a su
alrededor un tipo de seguidor que ya no observa la actualidad como antes, y que
si lo hace se ciñe a lo que piensa que le va a gustar. El aficionado que a
estas alturas sabe lo que quiere, impermeable a los vaivenes de la moda, por
experiencia o porque en su vida mandan otras prioridades. Los fans de la época
han vuelto para rendir homenaje, a recordarlos y a recordarse, a vivir en un período
acotado de tiempo algo que consideran auténtico y les permite reencontrarse con
una parte de ellos mismos. Los nuevos oyentes han descubierto un legado que
pudo ser grabado ayer mismo; y los que han vuelto a escuchar canciones a las que
apenas prestaron atención en la nebulosa de los primeros noventa, se han
encontrado, asombrados, que dentro del clasicismo sonoro y del giro hacia la
contundencia, tan alejados del gusto de la época, de los últimos discos, que
más de una mala crítica les deparó, había composiciones que bajo la evidencia
sonora de una primera escucha encerraban todo un mundo de imágenes, escenas,
metáforas y reflexiones que las alimentarán eternamente. Las buenas canciones
siempre están sometidas al fuego lento de quien las va descubriendo y propagando,
de quien las va reinventando.
Al acabar
el concierto del Palacio de Deportes de Granada, otro lleno más, la banda se
abrazó en el centro del escenario y saludó al público. Alguien les lanzó flores.
El autor no parecía saber qué hacer con las que cayeron en sus manos, sonreía tímido
a un público que guarda a buen recaudo en su memoria gran parte de su
cancionero. El autor vivió esos momentos
acaso como algo excesivo a lo que aún no se ha acostumbrado, a pesar de las muchas
ocasiones en que esa escena se ha repetido durante estos últimos doce meses. Se
le veía relajado, más que nada porque la apuesta personal de aparcar su carrera
y realizar el ejercicio de recrear del pasado, algo siempre puesto en tela de
juicio, ha salido estupendamente. Se ha conseguido lo que él más reclamaba: la
reedición en condiciones de los discos del grupo, y el reconocimiento a un
trabajo hecho desde siempre con dedicación. De pie en ese escenario, por su
cabeza habrán pasado muchos momentos, quizá observados desde un nuevo punto de
vista; ilusiones que se creían perdidas y decepciones que ya no lo son tanto. Estoy
seguro de que se habrá reído para sí pensando en lo relativo que resulta todo.
Etiquetas:
091
,
juanfran molina artículos música
,
Lapido
13 diciembre 2016
LA VERDAD ESTRICTA DE LAS COSAS
¿Qué se persigue en las redes sociales creando y alimentando todo tipo
de rumores hasta el paroxismo, empeñándose obsesivamente en hacerlos crecer
exponencialmente? Supongo que conseguir visitas tiene su consiguiente beneficio
económico para muchas páginas y sitios de internet, y buscar por cualquier
medio esa rentabilidad, sin pensar ni por un momento en el perjuicio que se
puede causar, a estas alturas, desgraciadamente, no puede sorprender a nadie. El
modus operandi está claro: rastrear o crear noticias falsas que puedan resultar
creíbles y que a la gente le produzca morbo creer; buscar qué información
ficticia o inexacta quisieran determinados sectores que fuese cierta, para que
ellos mismos la propaguen, o, por parte de esos mismos sectores pastoreados,
inventar o conceder credibilidad a sucesos que les convendría que deviniesen
verdaderos para que legitimen y sirvan de apoyo a las tesis e intereses que
defienden. Esa misión de estirar y componer cualquier mínimo dato, cualquier media
verdad, hasta hacerla pasar por verdad entera. Aquello tan castizo y periodístico
del rumor como antesala de la noticia o la famosa sentencia que hablaba de no
dejar que la realidad arruine un buen titular.
Pienso que, en medio de este barullo de visionarios y comprometidos
estridentes, reside la última oportunidad de los medios convencionales o
"serios", tan orgullosos y dignos ellos, para acreditar la
profesionalidad que se les supone y ganarle la partida a toda esta sinfonía de
instintos primarios, menos impulsiva y espontánea de lo que quieren hacernos
creer: servir de filtro necesario entre lo tergiversado, exagerado, inventado o
no contrastado y lo real. Pero, siendo consciente de que la verdad resulta en
exceso fatigosa y compleja para nuestro tiempo, y que su defensa no forma parte,
ni remotamente, de la parte mollar del negocio o los intereses de los medios de
comunicación, ya sean públicos o privados; tengo la impresión, además, de que
en el fondo, eso no lo desea nadie. La sociedad en general vive cada vez más
fuertemente abrazada a las informaciones que, encajando unas con otras, van
redondeando el atractivo relato de su verdad sin fisuras ni cabos sueltos. Muy
poca gente necesita conocer la verdad estricta de las cosas y, lo que es peor,
lo que realmente desea la mayoría es que los demás tampoco la conozcan. Se aplican
a aplaudir y difundir interesadas elaboraciones de los hechos, y tratan de
ocultar con la punta del pie bajo la alfombra, a veces cómicamente, lo que no
consideran conveniente reconocer. Sus dedos vuelan diariamente sobre el teclado
con la secreta ambición de emborronar la realidad, desviar la atención, y obstaculizar
el acceso a la verdad todo lo que puedan. En ese sentido, el trasiego diario de
opiniones, ataques desmesurados y apoyos que colapsan las redes sociales, no
son más que una amplificación de lo más mezquino y rudimentario que guardamos
en nuestro interior.
01 diciembre 2016
LA MÁQUINA INVISIBLE
La máquina invisible
avanza dejándose la vida
y arañando su rastro
con las mil uñas
que raspan su inercia.
Camina
en tenguerengue
bordeando siempre
algo oscuro y desconocido.
Palabras que escribí
anidan en su piel,
conformándola;
superan el olvido
salpicadas con fuerza
desde una indecible
cadena de montaje
mientras otras miles
quedan sepultadas a su paso.
La máquina invisible
vertebra mi alma,
se posa en mi mano,
echa a volar
cuando me quedo clavado,
susurra en mi oído,
calma mis párpados.
Va siempre delante de mí
intuyendo un camino.
22 noviembre 2016
PARA, VELERO
El velero navega por mis venas
ajeno a mi dolor.
Insufla vida
con el cosquilleo
de un soplo infantil,
oleaje de sol
y turbadoras velas blancas
a este óxido creciente.
20 noviembre 2016
18 noviembre 2016
EL HILO
Perdiste el rumbo
tirando del hilo
de una sensación.
Te lo advertí,
pero no quisiste volver.
Sólo dijiste:
El hilo me sigue,
fluye de mí.
fluye de mí.
15 noviembre 2016
LA FLOR
La pareja sentada
en la terraza de la cafetería parecía esperar a alguien. Estaban naturalmente distantes,
perfectamente aclimatados a su inmovilidad, situados lo más lejos posible el
uno del otro. Parecían estar esperando algo, pero cada uno miraba en una
dirección distinta. Aguardaban sin mover un músculo, sin fe; mas no daban la
impresión de esperar lo mismo. El rostro de ella tiraba hacia abajo, iba
cerrando sus puertas. Se mostraba decaído, anhelante dentro de su quietud. Se
marchitaba calmosa e irremisiblemente, encogiendo levemente los labios,
acercando los ojos hundidos en el fondo del precipicio, contrayendo las
mejillas. La pareja apelmazaba la tarde, la enfriaba, la agrietaba. Parecían
dos bombas sin mecha. Dos duelistas enfrentados que habían perdido súbitamente
la memoria, pero que, por alguna razón, se sabían enemigos. Él, entonces, rompió
la bruma que lentamente los envenenaba como si fuese un cristal y propuso
hacerle una fotografía. Ella sonrió vacilante, dubitativa, descolocada. Su cara
se fue relajando y aceptó. Anduvo unos pasos dándole la espalda y se volvió de
pronto, convertida en flor. Se apoyó con una mano en una de las patas del
caballo de la gran estatua ecuestre e hizo la señal de la victoria con la otra.
Él comenzó a rondar cerca de ella en cuclillas, interpretando una danza que en
otro tiempo rezumó complicidad y deseo. Ella se había vuelto hacia él retadora,
con rubor creciente y ojos que brillaban y parecían bailar desorientados en sus
añosas cuencas. Movió su trasero burlona, como si ya no estuviesen solos, y ensayó
una sonrisa amplia que la volvió increíblemente hermosa, como si se hubieran
abierto de una vez todas las cortinas de una casa abandonada y llena de
recuerdos y sueños a medio colocar. Elevó la cara, mostró levemente la lengua y
se tocó, aniñada y aún un poco turbada, el pelo corto color caoba. Posó
radiante unos eternos segundos mientras él, ya de pie y dándole la espalda,
comprobaba encorvado el objetivo de su cámara y hablaba para sí, lamentándose
de algo, pensando en otra cosa, chasqueando la lengua, perdiendo la energía,
odiando el crepúsculo o el morder del frío húmedo en sus huesos, o quizá la
inseguridad de unos dedos inseguros faltos de voluntad. Por un momento, pareció
haberse olvidado completamente de ella, que mantenía su gesto altivo, las
ventanas abiertas de su atractivo. Sus ojos vivos. Su ilusión restallante. Sus
mejillas tirantes. Su tersura renacida para quedar atrapada para la posteridad.
Cuando por fin se decidió a fotografiarla, ella estaba sentada en la base de la
estatua, consultando su móvil. Ahora ya todo había desaparecido.
Suscribirse a:
Comentarios
(
Atom
)